jueves, 29 de junio de 2017

El Predicador no tiene quien le escriba

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Por: Pr. Julio César Barreto /


Y cuanto más sabio fue el Predicador, tanto más enseñó sabiduría al pueblo; e hizo escuchar, e hizo escudriñar, y compuso muchos proverbios. (Eclesiastés 12:9)



 Hoy, al sentarme a escribir este Post me he remontado a mas de tres décadas atrás.  Aquellos días en que miraba con inusitado interés la labor que desplega el Predicador. En principio déjenme decirles que no se qué era en si lo que más me atraía de ese oficio, pero si puedo decirles que me sedujo la idea de poder comunicarle a otras personas discursos, palabras que se tradujeran en beneficios para ellas. No pensé en si era una multitud o si se tratase de tan solo una persona la que me escuchase. Creo que por un regalo de Dios, logré captar la importancia  no del predicador en si, sino el mensaje que él comunica. Era tanto mi deseo de ser uno de ellos, que bien pronto (diría yo) me encontraría hablando ante un público. 



En aquellos primeros días, en realidad  mi técnica no aparecía por ningún lado. Jamás había escuchado ni mucho menos leído nada semejante a  "Hermenéutica" ni tampoco nada que ver con la "Homilética" (eso vendría después en su justo y necesario momento). Lo que si recuerdo con claridad, es que cada vez (con contadas excepciones) que hablaba desde el púlpito (o desde cualquier lugar que lo usurpara), me embargaba una profunda emoción que (en algunas ocasiones) me llevaba inevitablemente a verter lagrimas.  Hoy después de todos estos años transcurridos he podido (al fin) captar la esencia de este asunto. ¿Cuál es?: El Predicador enseña, es un maestro, pero eso es secundario comparado con algo más que es permanente e invariable, y que es determinante, y sin lo cual el oficio del Predicador no sería lo que es; El Predicador enseña "Sabiduría". Esta es la característica más importante de este trabajo. 



El titulo que le he puesto a esta meditación es acerca de un Predicador que no tiene quien le escriba, como una manera de jugar con las ideas, y con un poco de ironía hacer notar el marcado contraste entre el personaje de la popular novela, que cada Viernes esperaba una carta que nunca llegaba en comparación con este personaje ficticio pero que a su vez soy (afortunadamente) yo mismo, y una pléyade de ellos (que al igual que yo) a través de las generaciones pasadas, presentes y futuras afortunadamente si tenemos quien nos escriba. 



Hoy puedo decir que me siento sumamente agradecido de Dios, por haberme concedido el honor de ejercer uno de los oficios más trascendentales, por lo significativo del mismo, y por las consecuencias muy importantes (más de lo que cabría esperar) que se deriva de su ejercicio entre las personas que nos escuchan y nos leen. 


¡Gracias Señor por concederme tan alto honor!. Te agradezco porque el Predicador tiene en tus "cartas inspiradas" todo lo que necesitamos para impartir sabiduría, motivar a escudriñar, y hacer que por lo magnifico de tus palabras, las personas nos escuchen. Concluyo toda esta idea, con esta solemne declaración: No me arrepiento que me haya gustado ser un Predicador (y por la Gracia de mi Dios haberlo sido). Si volviera a nacer, escogería de nuevo ese mismo Oficio Sagrado (aunque no escogí en realidad yo, sino Él). 


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