viernes, 26 de julio de 2019

¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?





Por: Pr. Julio César Barreto /

Invariablemente solemos pensar que como somos hijos de Dios, todas las cosas que nos sucedan tienen que ser (necesaria y convenientemente) buenas. Si este patrón no se cumple, entonces los cristianos comienzan a dudar, a preguntarse: ¿Por qué? ¿Qué hice mal? ¿Hasta cuándo? Algunos van un paso más allá, se enojan con Dios. Para muestra basta un botón: 

"Pero esto disgustó mucho a Jonás, y lo hizo enfurecerse. Así que oró al Señor de esta manera:

—¡Oh Señor! ¿No era esto lo que yo decía cuando todavía estaba en mi tierra? Por eso me anticipé a huir a Tarsis, pues bien sabía que tú eres un Dios bondadoso y compasivo, lento para la ira y lleno de amor, que cambias de parecer y no destruyes.  Así que ahora, Señor, te suplico que me quites la vida. ¡Prefiero morir que seguir viviendo!


—¿Tienes razón de enfurecerte tanto? —le respondió el Señor". (Jonás 4:1-4).


Jonás enojado con Dios

Entonces creo que la pregunta que debemos hacernos pertinentemente sería esta: ¿En qué glorifica a Dios esto que me está sucediendo? ¡No alcanzo a entenderlo! Pero, ¿cómo debo asumirlo para que Dios reciba la honra y cuando él lo decida, descienda de su Presencia mi liberación? Creo que el ejemplo más contundente nos lo dejó el siervo JOB. 

Todo iba de maravillas, pero un ´día comenzaron a cambiar radicalmente las cosas. Job resistía el embate de los problemas que lo abrumaban, pero su esposa no reaccionó del mismo modo. Ella parece que era de esas personas que cuando todo marcha bien, tienen razones para reír y hasta para cantarle algo a Dios. Van a las reuniones de la iglesia y aparentemente son muy creyentes. Pero, todo se derrumba cuando llega la tormenta; los quebrantos de salud, la escasez de dinero y todas las dificultades que ello genera.

De repente todo aquel fervor por el Señor parece esfumarse y es entonces cuando se presentan escenas como esta:

"Entonces le dijo su mujer: ¿Aún retienes tu integridad? Maldice a Dios, y muérete" (Job 2:9).

La mujer de Job le insta a maldecir a Dios y a que se muera


Job sigue dándonos una gran lección de humildad, de sabiduría y de fidelidad hacia su Creador. Su respuesta debe estar escrita con cincel en nuestros corazones para no olvidarlas jamás;

Job respondió:

—¡Mujer, no digas tonterías! Si aceptamos los bienes que Dios nos envía, ¿por qué no vamos a aceptar también los males?

Así pues, a pesar de todo, Job no pecó ni siquiera de palabra. (Job 2:10 DHH).


La conclusión de este tema es esta: 

1. Cuando vengan los males a nuestra vida debemos darle la gloria a Dios y bendecirlo, porque aún lo malo (aunque parezca increíble) usa Dios para nuestro bien.

(Job) se postró en tierra y adoró, y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito. En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito alguno. (Job 1:20-22).


2. No podemos pasar por alto cual fuel estado final de JOB, después que cesaron los males:

"Y quitó Jehová la aflicción de Job, cuando él hubo orado por sus amigos; y aumentó al doble todas las cosas que habían sido de Job.

Y vinieron a él todos sus hermanos y todas sus hermanas, y todos los que antes le habían conocido, y comieron con él pan en su casa, y se condolieron de él, y le consolaron de todo aquel mal que Jehová había traído sobre él; y cada uno de ellos le dio una pieza de dinero y un anillo de oro. 

Y bendijo Jehová el postrer estado de Job más que el primero; porque tuvo catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil asnas, 
y tuvo siete hijos y tres hijas. 
Llamó el nombre de la primera, Jemima, el de la segunda, Cesia, y el de la tercera, Keren-hapuc. 

Y no había mujeres tan hermosas como las hijas de Job en toda la tierra; y les dio su padre herencia entre sus hermanos. 

Después de esto vivió Job ciento cuarenta años, y vio a sus hijos, y a los hijos de sus hijos, hasta la cuarta generación. 


Y murió Job viejo y lleno de días." (Job 42:10-17).


¿Sí me entendiste, verdad?



viernes, 12 de julio de 2019

¿Cristianos sin iglesia?


Fernando Altare




Constantemente me encuentro con personas en diferentes lugares que parecieran ser miembros de la misma iglesia porque tienen las mismas quejas. Se han chocado con soberbia, celos, ceguera, rencor, superficialidad, etc. Todos síntomas humanos esperables de encontrar donde hay personas. Así somos porque así venimos de fábrica producto del pecado y, a menos que dejemos que Dios intervenga, habrá situaciones frustrantes en cada lugar donde nos toque actuar. Por eso antes de resignarme a la crítica pesimista y ser parte de lo humano que sucede en mi iglesia, yo quiero hacer mi aporte para que las cosas mejoren llegando a ser un canal por donde pueda fluir lo divino.


Hoy la realidad no deseada de muchas congregaciones combinada con nuestro egoísmo, la corriente de individualismo que nos rodea y la fuerte cultura de personalizar todo a nuestro gusto y medida, conforman el combo perfecto para que empecemos a juguetear en nuestra mente con un “plan B”, es decir: la posibilidad de vivir la espiritualidad por nuestra propia cuenta.


Entonces, ¿Qué pasa si decido ser un cristiano sin iglesia? Pues, definitivamente me perderé eslabones fundamentales en la cadena que Dios pensó para mi desarrollo interior. Por ejemplo, sin iglesia o grupo con quien compartir y congregarme no tendré entre otras cosas:


La oportunidad de dar y recibir amor en forma regular y constante. Suena a frase hecha, pero si no pertenezco a una comunidad no tendré el espacio donde dejar fluir en forma habitual la marca por excelencia de un seguidor de Jesús. Y eso con seguridad, afectará negativamente mi espiritualidad.


La necesidad de rendir cuentas como parte de mi manejo personal. Esto constituye uno de los mayores problemas que tienen los llaneros solitarios que andan sirviendo a Dios y a la gente sin formar parte de un círculo donde otros sepan qué hacen y por qué. No estoy del todo sano espiritualmente si no me sujeto a la autoridad de alguien que puede aconsejarme, advertirme, desafiarme a crecer e incluso confrontarme.


La escuela de soportar a personas diferentes y difíciles al punto de llegar a amarlas. El caminar armónicamente cerca de quienes no comparten mis gustos, puntos de vista o forma de ser, me ayuda a superarme espiritualmente y me equipa de una manera única para ser de bendición y de utilidad en todos los ámbitos donde me mueva.


Interés en el bienestar de otros. Esto no es algo natural, no nací con esa predisposición. Es algo sobrenatural que Dios pone en mí y debo aprender a cultivar. La iglesia me regala el marco donde enterarme a quién puedo ayudar, dónde servir desinteresadamente con mis capacidades y dónde llorar o reír acompañando el momento que vive mi prójimo.


Identidad comunitaria. Hojeando mínimamente la Biblia se capta el constante empeño que ha tenido Dios desde siempre de formar un pueblo. Además de Sus propósitos, hay una infinidad de beneficios que trae la pertenencia para quien es parte de una gran familia. La realidad es diametralmente diferente para quien es miembro de una comunidad, y para quien no lo es.


El contacto grupal con Dios. Mi relación con el Creador incluye disciplinas como orar, alabarlo, honrarlo, servirlo y anunciarlo; que de acuerdo a la Biblia cobran una dimensión superior cuando lo hago en conjunto con otros.


Como verás, cuando entiendo que mi espiritualidad no pasa solamente por creer en Dios, pedirle que me bendiga y tratar de conducirme con valores más o menos cristianos; vuelvo a descubrir y a afianzar la necesidad irremplazable de la presencia de otros en mi camino de fe. Por algo será que cuando Jesús expresó qué era lo más importante, habló de amar a Dios pero inmediatamente ató esa prioridad a un segundo aspecto sin el cual el primero pierde veracidad: el amar a los demás.


¿Y en la calle no hay prójimos y oportunidades para amar? La primera iglesia, la que tenía frescas e impregnadas las enseñanzas de Cristo, tenía una presencia relevante en la sociedad, pero esto solo era posible porque estaban juntos. No me gusta la idea de una iglesia que se reúne para aislarse. Quiero cada vez menos tiempo en cultos y más tiempo “libre” para contagiar cristianismo en la sociedad. Pero reconozco que soy más efectivo y que mi vida espiritual se fortalece y desarrolla, cuando obedezco siendo parte de un grupo donde puedo vivir ese “los unos a los otros” que intencionalmente el Espíritu Santo incluyó tantas veces en el Nuevo Testamento.




Fernando Altare
Director nacional de e625 en Argentina. Autor del libro Ninguna Religión, Contador de profesión y uno de los pastores en la iglesia Brazos Abiertos en la ciudad de Santa Fe.

Serie de Personajes Biblicos: Sansón

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Sansón fue nazareo desde su nacimiento y recibió fuerza extraordinaria junto con el voto nazareo de no cortarse jamás el cabello. Sus hazañas fueron espectaculares; mató mil filisteos con una quijada de asno (Jueces 15:16).



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Arrancó y se llevó a la rastra las puertas de Gaza (Jueces 16:3), etc. Sansón era muy dado a las mujeres y Dalila, una filistea, fue su favorita. 

Los señores filisteos la contrataron para que descubriera en dónde residía la fuerza de Sansón. Descubierto el secreto, le cortaron el pelo a Sansón mientras éste dormía, luego lo llevaron preso, lo torturaron y le sacaron los ojos. 





El pelo de Sansón volvió a crecer, y mientras los filisteos se mofaban de él en un gran banquete, él rogó a Dios que le diera fuerzas. Recobrado el vigor derribó las columnas que sostenían el techo del salón del festín, y todos, incluso Sansón, perecieron (Jueces 16:29‑30).

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Fuente: https://listas.20minutos.es

Al Maestro con cariño