Todos, casi sin excepción, tenemos una o varias personas en nuestra vida a quienes podemos llamar “mentores”. Son esas personas que nos han influenciado en forma positiva. Los recordamos por sus palabras y acciones que nos han marcado, enseñándonos un camino más excelente, modelando un estilo de vida digno de ser imitado. No eran hombres y mujeres que estuvieran por encima de todo, sino que dedicados a su ministerio mantenían una línea recta y honesta en todo lo que hacían.
Una característica casi general de un mentor es el reconocimiento de lo transitorio de la vida. Como escribió Santiago: “¿Qué es su vida? Ustedes son como la niebla, que aparece por un momento y luego se desvanece”. (Santiago 4:14). Nuestro tiempo en esta vida está predeterminado antes del nacimiento, y es tan corto que cada minuto puede marcar la diferencia en la vida de muchas personas. Esto nos recuerda la importancia de vivir de una manera digna de nuestra fe y así poder ser un factor de cambio positivo en la vida de las personas que nos rodean.
En otras palabras, vivir de manera que otros puedan ver en nosotros a un “mentor”. Tenemos el privilegio de transmitir valores eternos a futuras generaciones: el respeto a la autoridad, la integridad personal, los pensamientos sanos, las palabras puras, un estilo de vida santo, el compromiso con Cristo, el amor por la familia y el servicio incondicional. Las cualidades del carácter maduro no están a la merced del tiempo
La vida ciertamente es como neblina. Aunque demos la apariencia de seguridad, nuestra vida está marcada por la incertidumbre, la adversidad, la brevedad. Con mucha más razón deberíamos tratar de lograr la perspectiva correcta para vivirla. El caminar con Dios hace justamente eso. No garantiza que viviremos más tiempo pero si nos ayuda a vivir mejor, más profundamente y más ampliamente. Ya que no sabemos nada del día, de la semana, ni del año que tienes por delante, entrégate nuevamente a aquel que conoce los tiempos y las sazones.
Fuente palabrasdevida.org.ve, bibliatodo.com
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