La oración del Padre nuestro es, con mucha probabilidad, la oración más conocida y repetida entre los cristianos. Se encuentra en dos de los evangelios, específicamente en Mateo 6:9-13 y Lucas 11:2-4. Ahí podemos ver que Jesús usó esa oración como ejemplo para enseñar a sus discípulos cómo orar.
Al mirar este modelo de oración vemos que la oración que agrada a Dios es una sencilla y sincera. Debe salir de lo profundo del corazón y expresar lo que inquieta nuestro ser. Al orar debemos reconocer el poder, la grandeza de Dios y también la necesidad que tenemos de él y de que intervenga en nuestras vidas.
Meditemos en las palabras del Padre nuestro, veamos qué significan y aprendamos a orar siguiendo el ejemplo de Jesús.
1. Reconocemos quién es Dios
Comenzamos reconociendo que hablamos con Dios, nuestro Padre. ¡Somos parte de su gran familia! Como somos sus hijos, podemos hablar directamente con él sin necesidad de intermediarios. Nuestro Padre amado nos escucha y podemos acercarnos a él con toda confianza en cualquier momento (Hebreos 4:16).
Aun así, nuestra actitud ante él debe ser humilde y de alabanza, reconociendo su grandeza y su santidad. ¡No hay nadie como nuestro Dios! Él es santo, santo, santo (Isaías 6:3). Llenos de esa convicción expresamos el anhelo de que toda la humanidad reconozca la santidad de su nombre y que experimente el deseo de exaltarle y glorificarle.
2. Expresamos confianza en su voluntad
Donde Dios reina las cosas son mucho mejores de lo que podemos imaginar. Su reino es uno de justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (Romanos 14:17). ¿Cómo no va a ser lo mejor para nosotros que venga su reino? Dios sabe lo que nos conviene en cada momento y en medio de cualquier situación. Debemos aprender a someternos a su voluntad confiando plenamente en su bondad.
Con esta frase expresamos la certeza de la seguridad y protección que ofrecen sus brazos de amor. Sabemos que su reino y su voluntad son lo mejor para nuestras vidas y para toda la humanidad. ¡Y esa confianza llena nuestros corazones de paz!
3. Pedimos el sustento diario
Dios es quien suple nuestras necesidades diarias y nos anima a mencionarlas en oración. Debemos pedir por el pan diario, que él supla nuestras necesidades básicas y específicas del día, no lujos o antojos. Y nuestras peticiones deben incluir las necesidades de nuestros hermanos y de toda la humanidad. Nuestro deseo debe ser que todos tengamos alimento, sustento y techo.
Debemos recordar que nuestra provisión viene de Dios y estar contentos con lo que él nos da. Por ejemplo, él es quien nos concede la salud y las fuerzas para poder trabajar y así tener suficiente dinero para comprar el pan de cada día. Todo lo que tenemos es por la gracia de Dios, no olvidemos ser humildes y agradecidos.
4. Pedimos perdón y nos examinamos
Llega el momento de reconocer nuestros errores y pedir perdón a Dios. Solo él nos perdona completamente, restaura nuestros corazones y nos da la oportunidad de un nuevo comienzo.
Es precisamente en este momento y con esta actitud que debemos examinar nuestros corazones para ver cuál ha sido nuestra disposición a perdonar aquellos que han cometido faltas contra nosotros. ¿Les hemos perdonado? ¿Hemos mostrado la misma misericordia y gracia que Dios ha tenido para con nosotros?
Porque, si perdonan a otros sus ofensas, también los perdonará a ustedes su Padre celestial. Pero, si no perdonan a otros sus ofensas, tampoco su Padre les perdonará a ustedes las suyas.
(Mateo 6:14-15)
5. Pedimos su protección y victoria
Somos humanos y podemos ser débiles, pero Dios no nos deja solos en nuestra lucha frente a las tentaciones y el mal. Él está con nosotros y él es más poderoso que el maligno. En Dios, y en la armadura que él nos provee, tenemos la verdadera protección frente a las artimañas del enemigo (Efesios 6:10-13). Dios pelea por nosotros y en él tenemos la victoria final.
Todas nuestras oraciones deben honrar y glorificar a Dios porque a él le pertenecen "el reino y el poder y la gloria para siempre". No vencemos al maligno ni perdonamos ni obtenemos lo que necesitamos sin la intervención de nuestro Dios. Nuestras vidas están en sus manos (Salmo 31:14-16) y es gracias a él que estamos donde estamos hoy. ¡Nunca dejemos de glorificar a nuestro Señor con nuestras oraciones, nuestras alabanzas y con todo nuestro ser!
Fuente: subiblia.com
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