martes, 26 de diciembre de 2017

El Cristiano Sensual




Frecuentemente me he visto tentado a escribir un libro titulado El cristiano sensual. La mujer sensual, El hombre sensual, La pareja sensual. La divorciada sensual … al punto de saturación, todos han sido éxitos de librería. ¿Por qué no El cristiano sensuall?
¿Qué es un cristiano sensual? Un diccionario define sensual como “perteneciente a los sentidos u objetos sensibles: altamente susceptible por los sentidos”. El cristiano sensual es el que vive por los sentimientos más que por su entendimiento de la Palabra de Dios. El cristiano sensual no puede ser movido al servicio, la oración, o el estudio a no ser que él “tenga ganas”. Su vida cristiana es solamente tan efectiva como la intensidad de los sentimientos en ese momento. Cuando experimenta la euforia espiritual, es un remolino de actividad divina; cuando está deprimido, es un incompetente espiritual. Constantemente busca experiencias nuevas y frescas y las utiliza para determinar la Palabra de Dios. Sus “sentimientos internos” se convierten en la máxima prueba de la verdad.
El cristiano sensual no necesita estudiar la Palabra de Dios porque él ya conoce la voluntad de Dios a través de sus sentimientos. Él no quiere conocer a Dios: quiere experimentarlo. El cristiano sensual iguala “la fe de un niño” con la ignorancia. Él piensa que cuando la Biblia nos llama a tener la fe de un niño se refiere a una fe sin contenido, una fe sin entendimiento. Él no sabe que la Biblia dice: “Sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar” (1 Co. 14:20). No se da cuenta de que Pablo nos dice una y otra vez: “No quiero, hermanos, que ignoréis este misterio” (véase, por ejemplo, Ro. 11:25).
El cristiano sensual va alegre por su camino hasta que se encuentra con el dolor de la vida, que no es tan alegre, y se desploma. Por lo general termina por abrazarse a un tipo de “teología relacional” (la más terrible maldición de la cristiandad moderna) donde las relaciones personales y la experiencia toman precedencia sobre la Palabra de Dios. Si la Escritura nos demanda una acción que pueda poner en peligro una relación personal, entonces la Escritura debe ponerse en tela de juicio. La ley más elevada del cristiano sensual es la de que los sentimientos malos deben ser evitados a toda costa.
La Biblia está dirigida primordialmente, aunque no exclusivamente, a nuestro entendimiento. Eso, en cuanto a la mente. Esto resulta difícil de comunicar a los cristianos modernos que están viviendo en lo que podría ser el período más antiintelectual de la civilización occidental. Nótese, no dije antiacadémico ni antitecnológico ni antidocto. Dije antiintelectual. Hay una fuerte corriente de antipatía hacia la función de la mente en la vida cristiana.
En punto de hecho, existen razones históricas para esta clase de reacción. Muchos laicos han sufrido el resultado de lo que un teólogo ha definido como “la traición del intelectual”. Tanto escepticismo, cinismo, y crítica negativa han salido del mundo intelectual de los teólogos que los laicos han perdido su confianza en los proyectos intelectuales. En muchos casos se teme que la fe no pueda sostenerse bajo el escrutinio intelectual, por lo que la defensa se convierte en la denigración de la mente humana. Nos volvemos a los sentimientos en lugar de volvernos a nuestras mentes para establecer y preservar nuestra fe. Este es un problema muy serio al que nos enfrentamos en la iglesia del siglo xx.
El cristianismo es supremamente intelectual, aunque no intelectualista. O sea, la Escritura está dirigida al intelecto sin al mismo tiempo abrazar un espíritu de intelectualismo. La vida cristiana no debe ser una vida de meras conjeturas o racionalismo frío; debe ser una vida de pasión vibrante. Fuertes sentimientos de gozo, amor, y exaltación se manifiestan una y otra vez. Pero esos sentimientos pasionales son una respuesta a lo que con nuestras mentes entendemos que es verdad. Cuando leemos en la Escritura: “Confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33), el bostezo no es una respuesta apropiada. Podemos sentirnos animados porque entendemos que Cristo ciertamente ha vencido al mundo. Eso estremece nuestras almas y nos hace bailar de contento. ¿Qué es más maravilloso que experimentar la dulzura de la presencia de Cristo o la cercanía del Espíritu Santo?
Dios no permitió que perdiésemos nuestra pasión o que pasáramos por el peregrinaje cristiano sin una experiencia de Cristo. ¿Qué sucede cuando hay un conflicto entre lo que Dios dice y lo que yo pienso? Debemos hacer lo que Dios dice, nos guste o no. Eso es de lo que trata el cristianismo.
Reflexione un momento. ¿Qué sucede en su propia vida cuando usted actúa según lo que tiene ganas de hacer y no según lo que sabe y comprende que se le está pidiendo que haga? Aquí nos enfrentamos a la cruel realidad de la diferencia entre la felicidad y el placer. ¡Cuan fácil es confundir las dos cosas! La búsqueda de la felicidad se considera nuestro “derecho inalienable”. Pero la felicidad y el placer no son la misma cosa. Los dos son agradables, pero sólo uno es duradero. El pecado puede traer placer, pero no la felicidad. Si el pecado no fuese tan placentero, apenas representaría una tentación. Pero, mientras que el pecado frecuentemente “es agradable”, no produce felicidad. Si no conocemos la diferencia o, peor aun, no nos importa la diferencia, habremos avanzado a grandes pasos para convertirnos en el máximo cristiano sensual.
Es precisamente en el punto de discernir la diferencia entre el placer y la felicidad en el que el conocimiento de la Escritura es tan vital. Existe una relación maravillosa entre la voluntad de Dios y la felicidad humana. El engaño fatal de Satanás es la mentira de que la obediencia jamás nos podrá proporcionar felicidad. Desde la tentación primordial de Adán y Eva a la seducción satánica de anoche, la mentira ha sido la misma. “Si haces lo que Dios ordena, no serás feliz. Si haces lo que yo digo, serás ‘liberado’ y conocerás la felicidad”.
¿Qué tendría que ser verdad para que el argumento de Satanás fuese cierto? Parecería que para que el argumento de Satanás fuese cierto, Dios tendría que ser una de estas tres cosas: ignorante, malévolo, o engañoso. Podría ser que la Palabra de Dios no funcione para nosotros porque procede de sus divinas equivocaciones.
Simplemente, Dios no sabe lo suficiente para decirnos lo que necesitamos hacer para obtener la felicidad. Probablemente desea nuestro bienestar, pero simplemente no sabe lo suficiente como para instruirnos adecuadamente. A Él le gustaría ayudarnos a salir adelante, pero las complejidades de la vida y las situaciones humanas sobrecogen su mente.
Tal vez Dios es infinitamente sabio y sabe lo que es bueno para nosotros mejor que nosotros mismos. Tal vez Él entiende las complejidades del hombre mejor que los filósofos, moralistas, políticos, maestros de escuela, pastores, y la Sociedad Psiquiátrica. Pero nos odia. Él conoce la verdad pero nos lleva por mal camino para Él seguir siendo el único ser feliz en el cosmos. Probablemente su ley es una expresión de su deseo de deleitarse alegremente en nuestra miseria. Por tanto, su malevolencia hacia nosotros lo lleva a adoptar el papel del Gran Impostor. ¡Disparates! Si eso fuese cierto, entonces la única conclusión a la que podríamos llegares que Dios es el diablo y el diablo es Dios, y las Sagradas Escrituras son en realidad el manual de Satanás.
¿Absurdo? ¿Inconcebible? Yo desearía que lo fuese. Literalmente en miles de estudios de pastores, la gente está siendo aconsejada a actuar en contra de la Escritura porque el pastor quiere que sean felices. “Sí, Sra. Pérez, vaya y divorcíese de su esposo a pesar de que no tiene usted la orden bíblica, ya que estoy seguro de que usted nunca encontrará la felicidad casada con un hombre como ese”.
Si hubiera algún secreto -un secreto cuidadosamente velado- para alcanzar la felicidad humana, sería aquel expresado en un catecismo del siglo que dice: El fin primordial del hombre es el de glorificar a Dios y disfrutar de Él para siempre”. El secreto de la felicidad se encuentra en la obediencia a Dios. ¿Cómo podemos ser felices si no somos obedientes? ¿Cómo podemos ser obedientes si no sabemos a qué obedecer? En resumen, la felicidad no puede ser completamente descubierta mientras permanezcamos ignorantes de la Palabra de Dios.
Dicho sea de paso, el conocimiento de la Palabra de Dios no garantiza que haremos lo que dice, pero cuando menos sabremos lo que deberíamos estar haciendo en nuestra búsqueda de realización como humanos. La cuestión de la fe no es tanto si debemos creer en Dios, como si realmente creemos al Dios en quien creemos.
tomado del libro ‘Cómo estudiar e interpretar la Biblia’
Fuente: http://aldiosnoconocido.blogspot.com

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