Por:
Pr. Julio César Barreto -
Estimado amigo mío:
Me es grato dirigirme a usted en la ocasión de
retribuirle el tiempo que se tomó para escribirme un mail, que presumo lo haya
enviado a otros miembros de la iglesia, tanto como a mí. Ciertamente Dios
(nuestro Padre Celestial) me abrió la puerta de la cárcel en la que me
encontraba y salí de ella por su infinito amor y misericordia. Por su gran amor con que nos amó no quise ni
querré más permanecer en aquella prisión. Pero, tal como lo señala usted en su
escrito; reconocí a Cristo como mi único Salvador personal y Él hizo que las
rejas de la cárcel donde vivía en mis
delitos y pecados fueran abiertas.
No sabe cuánto le agradezco que se preocupe por mi
(y por todos los que le haya llegado su misiva), al recomendarnos que (tal como
lo escribió Pablo a los Gálatas), no estemos otra vez sujetos al yugo de
esclavitud (Gálatas 5:1). En realidad debo decir (en honor a la verdad) que sí
Dios (nuestro amado Padre Celestial) nos dejara dependientes de nuestro “libre
albedrío”, no tendríamos la más mínima esperanza de salvarnos ni de permanecer
libres, ya que tal como lo dijo Pablo en su carta a los Romanos; la ley que hay
en nuestros miembros se rebela contra la ley de Dios, en la cual el hombre
espiritual se deleita, pero que sin
embargo la ley del pecado que está en nuestros miembros nos lleva cautivos a la
ley del pecado y esto hace al hombre realmente un miserable y digno de
compasión. Necesitamos pues alguien realmente Fuerte (mucho más de lo que
nosotros supuestamente somos), Poderoso (para librar), Fiel (para para guardar
nuestro deposito hasta el final).
Y
yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el
bien está en mí, pero no el hacerlo.
Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.
Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en
mí.
Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en
mí.
Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios;
pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y
que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.
¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?
Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la
mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado. (Romanos 7:18-25)
De tal manera que tengo que reconocer que no
había (ni la hay en mi carne) ninguna capacidad (según lo denominado “libre
albedrío”) para que yo hubiese podido escapar por mi propia decisión o supuesta
fuerza de determinación. Fue algo mucho
más grande lo que me atrajo fuera de mi cárcel; Pablo lo dijo: ¡Miserable de
mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por
Jesucristo Señor nuestro.
Amigo mío, le cuento que durante un buen tiempo de
mi peregrinaje en esta tierra de los vivientes, viví con el temor, la
incertidumbre acerca de mi salvación. Viví creyendo que me era necesario portarme
bien, porque si no Dios me quitaría de ipso facto la Salvación de mi alma. A la
verdad no sabía por cual pecado perdería mi salvación (son tantos los pecados
que cometemos los hombres, aun los creyentes), tampoco sabía si al pecar y
perder mi salvación la podría recuperar otra vez o sería definitivo. Creí
durante un tiempo de mí caminar en el Evangelio que Dios excomulga a sus hijos.
Pero bendito fue el día en que mi Señor me abrió el entendimiento y mis ojos,
para ver y comprender la verdad de este asunto crucial.
Desde mi conversión a Cristo, se me habían mostrado versículos que
(descontextualizados) según algunos pastores y maestros de la Biblia, confirman
(según ellos) que Dios nos recibe como sus hijos, pero si pecamos (si nos
portamos mal), entonces nos entrega a los demonios (Mateo 12: 43-45) para que habiten en nosotros
y nos perdamos por la eternidad. Esto además del temor creaba en mí una
zozobra. ¿Qué esperanza podía tener entonces?
Porque yo había creído por Fe en Jesús, no tuve que hacer nada mas sino
creer en Él, pero ahora se me decía que a partir de haber creído por Fe,
entonces tenía que andar de ahí en adelante por obras.
Fueron muchos los versículos que me mostraban
(estos avezados maestros de la Biblia) como la evidencia de la excomunión de
los creyentes que pecan: Gálatas 5:1 (el cual no habla de perder la salvación,
sino de la amonestación que hacía Pablo a los Judíos y Prosélitos que se habían
convertido a Cristo, a que no volvieran a estar sujetos a la Ley y la Tradición
de los Judíos, porque nadie puede justificarse por medio de la ley, sino que la
salvación -aseguró el apóstol- es por la Fe en Cristo. Sí se devolvían a los
rudimentos de la ley, estarían de nuevo esclavos de ella) Además de Gálatas 5:1
también son buenos para justificar la perdida de la salvación, estos: Mateo
24:13, Mateo 7: 21-23, 1 Juan 3: 6-9, 2 Tim. 2: 11-12, Mateo 12:43-45,
Filipenses 2:12, y unos cuantos más.
Bendito el día y la hora cuando decidí (por la misericordia de mi Señor) mirar
atentamente lo que Jesús (mi Señor y mi Salvador) me tenía que decir en Su Palabra al respecto.
Examiné detalladamente estos versículos contentivos de las promesas de mi Dios
para todos sus redimidos:
Mis
ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida
eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.
Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie
las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos.
(Juan 10: 27-30)
Mas
a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de
ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de
voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.
(Juan 1: 12-13)
Porque
de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo
aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. (Juan
3:16)
*Creer en Jesús es igual a no perderse y a tener
vida eterna. Sí fuere posible perder la salvación, luego la vida no sería
eterna, sino temporal.
Y
de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de
pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros
con gemidos indecibles.
Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu,
porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.
Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto
es, a los que conforme a su propósito son llamados.
Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos
conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos
hermanos.
Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos
también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.
¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra
nosotros?
El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros,
¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?
¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.
¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también
resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por
nosotros.
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución,
o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?
Como está escrito:
Por causa de ti somos muertos todo el tiempo;
Somos contados como ovejas de matadero.
Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos
amó.
Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni
principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto,
ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios,
que es en Cristo Jesús Señor nuestro.
(Romanos 8: 26-39)
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con
toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos
escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin
mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados
hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad,
para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el
Amado.
En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas
de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e
inteligencia,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se
había propuesto en si mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la
dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos,
como las que están en la tierra.
En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al
propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad,
a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente
esperábamos en Cristo.
En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de
vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu
Santo de la promesa,
que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión
adquirida, para alabanza de su gloria.
(Efesios
1: 3-14)
Desde
mi conversión al Cristianismo, he sido enseñado por el Espíritu Santo acerca de
la santificación y de cómo (ahora como creyentes) debemos vivir nuestras vidas
consagradas a la Fe y a la Obediencia a Cristo. No como insensatos sino como
sabios. Agradando al Señor en todo lo que hagamos. ¿Porque cómo los que hemos
muerto al pecado viviremos en él?
Romanos
Capítulo 06
1 ¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en
el pecado para que la gracia abunde?
2 En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún
en él?
3 ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos
sido bautizados en su muerte?
4 Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin
de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también
nosotros andemos en vida nueva.
5 Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte,
así también lo seremos en la de su resurrección;
6 sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él,
para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al
pecado.
7 Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado.
8 Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él;
9 sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la
muerte no se enseñorea más de él.
10 Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto
vive, para Dios vive.
11 Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en
Cristo Jesús, Señor nuestro.
12 No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo
obedezcáis en sus concupiscencias;
13 ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de
iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los
muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia.
14 Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley,
sino bajo la gracia.
15 ¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia?
En ninguna manera.
16 ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois
esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la
obediencia para justicia?
17 Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido
de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados;
18 y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia.
19 Hablo como humano, por vuestra humana debilidad; que así como para iniquidad
presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad,
así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la
justicia.
20 Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la
justicia.
21 ¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os
avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte.
22 Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios,
tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.
23 Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en
Cristo Jesús Señor nuestro.
De esta manera puedo decir que he sido liberado de todo
temor, y hoy disfruto de una firme esperanza puesta en las promesas fieles de
mi Señor Jesús. Vivo agradecido de mi Dios y con la ayuda del Espíritu Santo
corro esta carrera, teniendo plena confianza de que el
que comenzó en mi la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo
(Filipenses 1:6).
Con mi corazón rebosando alegría puedo exclamar al término
de este escrito: ¡Aleluya! ¡Soy libre al fin!
Saludos cordiales y un abrazo efusivo y que Dios te
bendiga amigo mío.
P.D.: Por esta y muchas razones más, es que me gastaré por entero en
predicarle a todos cuantos pueda, esta gran verdad: “Porque de tal manera amó
Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él
cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).