La Biblia está llena de historias fascinantes sobre milagros y sanidades. Todas ellas tienen algo en común: apuntan a la grandeza y al poder de Dios. ¡No hay nadie como nuestro Dios! Servimos al Dios Todopoderoso que nos ha libertado del poder del pecado y de la muerte y sigue obrando en todas las áreas de nuestra vida.
Una de las preocupaciones más grandes de los seres humanos es la salud. ¡A nadie le gusta estar enfermo! Pero debido a que vivimos en un mundo caído, la enfermedad forma parte de la vida. A veces es un simple resfriado, pero otras veces es algo más inquietante. Sea lo que sea, Dios tiene el control y él obra a nuestro favor. Unas veces nos sanará directamente o a través de los médicos. Otras veces nos dará las fuerzas y la paz para enfrentar la enfermedad con fe y valor.
Veamos 3 historias bíblicas en las que Dios obró trayendo sanidad. Recordemos dar siempre la gloria a Dios y confiemos en que pase lo que pase, nos sane o no nos sane, él no nos abandona sino que está siempre con nosotros. ¡En su presencia tenemos plenitud de gozo! (Salmo 16:11)
1. Naamán, sanado de la lepra
Pasaje bíblico: 2 Reyes 5:9-15
Naamán era un militar muy exitoso del ejército de Siria. Aunque Siria era un país enemigo del pueblo de Israel, la Biblia dice que por medio de Naamán el SEÑOR había dado victorias a los sirios (2 Reyes 5:1). Él era un militar muy estimado. Su único problema era que estaba enfermo de lepra.
La lepra era una enfermedad muy grave que llevaba a la muerte con dureza. Empezaba con unas manchas. Continuaba con una especie de escamas que degeneraban el cuerpo y lo pudría por partes. Por último, empezaban a caerse pedazos del cuerpo. ¡Era un largo camino que conducía a una muerte horrible!
La esposa de Naamán tenía una sierva, una joven israelita capturada en una de las batallas. Esa joven, en lugar de estar amargada contra sus captores, se preocupaba por ellos. Ella le comentó a la esposa de Naamán sobre un profeta, Eliseo, que podía sanar a Naamán. Al parecer, la chica había crecido en un hogar temeroso de Dios y era una joven llena de fe.
La esposa de Naamán se lo dijo a él y Naamán habló con su jefe, el rey de Siria. Naamán obtuvo permiso para ir a Israel. Se fue con un cargamento de monedas de plata y de oro, diez mudas de ropa, y una carta que el rey de Siria le dio para que la entregara al rey de Israel. Decía algo así: «Querido rey de Israel. Ahí tienes a Naamán, uno de mis mejores oficiales. Él tiene lepra así que sánalo.»
Cuando el rey de Israel leyó la carta entró en pánico, se rasgó sus vestiduras y pensó que, como él no podía sanar a Naamán, seguro que esto serviría como excusa para una guerra. Sin embargo, el profeta Eliseo, le dijo: «Tranquilo, rey. Envíelo a mi casa para que vea que hay profeta en Israel». Así que Naamán fue con todo su séquito hasta la casa de Eliseo. Cuando llegaron allá, Eliseo envió un sirviente a decirle que para sanarse solo tenía que zambullirse siete veces en el río Jordán.
Naamán se enojó porque el profeta ni siquiera salió a hablar con él. Quería regresar a su casa sin hacer caso, pero sus siervos lo convencieron de que fuera al Jordán e hiciera lo que el profeta le había dicho. Así lo hizo, y luego de sumergirse 7 veces en el Jordán, quedó completamente sano, su piel parecía la de un bebé.
Su obediencia, aunque fuera a regañadientes, dio fruto: Naamán recibió la sanidad. Así fue como él se dio cuenta de que el Dios de Israel era el Dios verdadero. ¡Dios fue glorificado!
2. La mujer del flujo de sangre
Pasaje bíblico: Mateo 9:20-22; Marcos 5:24-34; Lucas 8:43-48
La Biblia nos habla de una mujer que llevaba 12 años sufriendo hemorragias. Había ido a muchos médicos y se había gastado todo su dinero en tratamientos, pero en vez de mejorar, empeoraba. Su situación era desesperante. Debido a su condición, ella era considerada una mujer impura. Esto quiere decir que debía mantenerse aislada, sola, alejada de todos: sus familiares, sus amigos, sus vecinos... ¡todos! Por 12 años...
Un día ella oyó hablar sobre Jesús. Se enteró de que él estaba cerca de su casa. Llena de fe y de valentía, decidió arriesgarse y salir de su casa. Había una multitud de gente rodeando a Jesús que empujaba por todos lados, pero ella continuó avanzando. Según se acercaba a Jesús extendió su mano para tocar su manto. Ella pensaba:
«Si logro tocar siquiera su ropa, quedaré sana». Al instante cesó su hemorragia, y se dio cuenta de que su cuerpo había quedado libre de esa aflicción.
(Marcos 5:28-29)
Jesús también se dio cuenta de que había sucedido algo sobrenatural: sintió que de su cuerpo salió poder. Él se detuvo, y mirando a su alrededor, preguntó quién lo había tocado. Los discípulos lo miraron y dijeron que todos lo estaban tocando: ¡estaban en medio de una multitud! Pero Jesús sabía que el toque de la mujer había sido diferente, uno lleno de fe y de esperanza.
La mujer, al ver que Jesús se había dado cuenta se llenó de temor, se arrodilló ante él y confesó que había sido ella. Jesús le contestó:
«¡Hija, tu fe te ha sanado! —le dijo Jesús—. Vete en paz y queda sana de tu aflicción.»
(Marcos 5:34)
¡El poder de Dios se manifestó en medio de aquella multitud! La mujer fue sanada de la dolencia que la había perturbado por 12 años. La multitud fue testigo de que Dios valora y responde a las peticiones y necesidades de todos los que se acercan a él con fe y que esperan su toque lleno de poder y de amor.
4 versículos sobre el poder de Jesús para sanar toda enfermedad.
3. El ciego de nacimiento
Pasaje bíblico: Juan 9:1-38
Un día, mientras Jesús caminaba por Jerusalén con sus discípulos, vio a un joven - ciego de nacimiento - que era bastante conocido en la ciudad. Los discípulos le preguntaron a Jesús quién había pecado para que hubiera nacido ciego, él o sus padres. Jesús les contestó algo muy interesante:
La ceguera del joven tenía una razón de ser: ¡para que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida!
Jesús hizo entonces algo bastante poco convencional: escupió en el suelo, hizo barro con la saliva y se lo untó en los ojos al ciego. Le dijo que fuera al estanque de Siloé a lavarse. Solo eso... no le prometió nada. Sin embargo, el joven hizo exactamente lo que Jesús le dijo y fue sanado.
Cuando la gente del pueblo lo vio regresar se dieron cuenta de que ahora veía y esto causó gran revuelo. Los fariseos, en lugar de alegrarse por el joven, comenzaron a interrogar a todos: ¿quién se había atrevido a sanar durante el día de reposo? Hablaron con el joven y hablaron con sus padres. Intentaron manchar el nombre de Jesús insinuando que Jesús era solo un pecador y que no conocía al Dios de Moisés a quien ellos servían. Solo Dios sabía de dónde había salido Jesús, decían. El joven les contestó muy sabiamente...
¡Allí está lo sorprendente! —respondió el hombre—: que ustedes no sepan de dónde salió, y que a mí me haya abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí a los piadosos y a quienes hacen su voluntad. Jamás se ha sabido que alguien le haya abierto los ojos a uno que nació ciego. Si este hombre no viniera de parte de Dios, no podría hacer nada.
(Juan 9:30-33)
El milagro de sanidad que Jesús había hecho en el joven era un milagro único. Así que la conclusión era clara: Jesús venía de Dios. ¡El milagro era obra de Dios! Nada haría cambiar de opinión al joven porque había experimentado en su propia carne el toque sanador del Dios Todopoderoso.
Aprendamos con estos tres personajes bíblicos a dar la gloria a Dios por su mover en nuestras vidas. ¡Son tantas las formas en las que Dios interviene a nuestro favor! En medio de la enfermedad o en medio de la salud, prestemos atención y glorifiquemos a nuestro Padre celestial por la forma en la que él manifiesta cada día su constante amor y su cuidado por nosotros.
Fuente: subiblia.com
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