lunes, 30 de marzo de 2020

Abigaíl


David y Abigail, un cuadro de Guido Reni. /Wikimedia Commons


La suave y humilde súplica de Abigaíl ablandaron el corazón de David, hombre de guerra, acostumbrado a las emociones fuertes.


Fue la novelista gallega Concepción Arenal la que dijo, que a la mujer, además de por su fuerza, su suavidad y su dulzura, se la ha de reconocer por su prudencia. Ignoro si la novelista leía la Biblia, pero en esta definición del sexo femenino está retratando a Abigaíl.
Esta es su historia, según la cuenta la Palabra inspirada.
Desde su consagración por el profeta Samuel hasta la muerte del rey Saúl, David anduvo errante por muchos lugares de Palestina. El viejo rey, obsesionado con la idea de que el joven guerrero quería quitarle el trono nunca lo perdonó. Lo hizo perseguir por hombres asesinos y él mismo se puso al frente de una fuerza armada con la intención de quitarle la vida. David se retiró con un batallón de sus hombres armados hasta una pequeña ciudad llamada Carmel. Allí vivía un hombre que “era muy rico. Tenía tres mil ovejas y mil cabras. Se llamaba Nabal, y su mujer, Abigaíl. Era aquella mujer de buen entendimiento Y de hermosa apariencia, pero el hombre era duro y de malas obras”. (1º de Samuel 25:2-3).
Un día de primavera David oye decir que Nabal va hacia el esquileo, una fiesta que tenía lugar cuando se acababa de recoger una cosecha. Falto de alimentos suficientes para sus hombres, David envía 10 jóvenes guerreros que saludaran a Nabal y le pidieran una contribución alimenticia. Le recordaran al mismo tiempo que sus tropas habían ayudado y protegido a los pastores de Nabal cuando faenaban en el desierto.
Hay hombres que se portan como una estúpida lombriz de tierra. Hombres que llevan dentro una fiera salvaje, que tienen algo de Nerón, malvados, coléricos, implacables, crueles. Pío Baroja definió a este tipo de hombres como un milímetro por encima del mono, cuando no un centímetro por debajo del cerdo.
De esta calaña era el tal Nabal. Los jóvenes enviados por David lo saludaron con estas palabras: “Sea paz a ti, y paz a tu familia, y paz a todo cuanto tienes. He sabido que tienes esquiladores. Ahora, tus pastores han estado con nosotros; no les tratamos mal, ni les faltó nada en todo el tiempo que han estado en Carmel. Pregunta a tus criados, y ellos te lo dirán. Hallen, por tanto, estos jóvenes gracia en tus ojos, porque hemos venido en buen día; te ruego que des lo que tuvieres a mano a tus siervos, y a tu hijo David.
Cuando llegaron los jóvenes enviados por David, dijeron a Nabal todas estas palabras en nombre de David, y callaron. Y Nabal respondió a los jóvenes enviados por David, y dijo: ¿Quién es David, y quién es el hijo de Isaí? Muchos siervos hay hoy que huyen de sus señores. ¿He de tomar yo ahora mi pan, mi agua, y la carne que he preparado para mis esquiladores, y darla a hombres que no sé de dónde son?” (1º Samuel 25: 6-11).
A Nabal le sobraba el pan, le sobraba el agua, le sobraba la carne, sabía quien era David, conocido en todas aquellas tierras y de cuyo buen comportamiento le habían hablado sus pastores. Pero la soberbia y el egoísmo le nublaron la mente.
También David reaccionó con furia. Armó a cuatrocientos hombres y al frente de ellos se propuso castigar y matar a Nabal.
¿Existe la casualidad, esa combinación de circunstancias que no se puede prever ni evitar? No lo sé. Más creo que la casualidad es un desenlace, pero no una explicación. En lo que llamamos casualidad debemos al menos tres partes a la razón. Y en esta historia hubo un hombre que razonó: Un criado, con buen concepto de David, agradecido por su ayuda cuando pastoreaba, enterado de lo que estaba ocurriendo, se llegó a Abigaíl y le contó todo.
En este instante interviene la mujer de nuestra historia. La mujer prudente que vale más que una herencia. Quien dijo que el hombre es la cabeza y la mujer el corazón, se equivocó. ¿Acaso la mujer no piensa, sólo siente? ¡Mujer, cuántas injusticias se cometen contigo!
Quien dice que la mujer no piensa le reto a que lea en el capítulo veinticinco del primer libro atribuido al profeta Samuel los versículos 18 al 31. Ante la brutalidad cometida por Nabal, la esposa piensa al momento el camino a seguir. Los pensamientos cruzaron por su mente como bandada de pájaros por el cielo. Si decir nada al marido, no tenía por qué, manda cargar en asnos doscientos panes, dos cueros de vino, cinco ovejas guisadas, cinco medidas de pan tostado, cien racimos de uvas pasas y doscientos panes de higos secos, monta ella en otro asno y acompañada de criados se dirige al encuentro de David. Este ya había sentenciado a Nabal. "De todo lo que fuere suyo no he de dejar con vida ni un varón”, juró ante sus hombres. La mujer y el guerrero se encontraron. Bajando de la cabalgadura ella se hecho a los pies de David y dijo: “Señor mío, sobre mí sea el pecado, más te ruego que permitas que tu sierva hable a tus oídos”. Las palabras razonadas que Abigaíl dirigió a David ocupan un espacio del que no dispongo en este artículo. Aconsejo vivamente su lectura, especialmente a las mujeres que estén leyendo estas letras mías. Las encontrarán, como he apuntado en 1º de Samuel 25: 23-31.
La suave y humilde súplica de Abigaíl ablandaron el corazón de David, hombre de guerra, acostumbrado a las emociones fuertes. Los labios de aquella mujer hermosa suplicaron el perdón para el marido insensato. Y lo obtuvo. Conmovido dijo David a la mujer: "Bendito sea tu razonamiento, y bendita tú, que me has estorbado hoy de ir a derramar sangre, y a vengarme por mi propia mano”.
A continuación, recibió la carga de alimentos que Abigaíl le había llevado y le dijo: “Sube en paz a tu casa, y mira que he oído tu voz, y te he tenido respeto”.
Regresó Abigaíl y encontró al marido celebrando un banquete de rey, comiendo y bebiendo. Borracho.
No termina aquí la historia. ¿Existe el amor a primera vista, eso que llaman flechazo, en honor a Cupido? El amor penetra por los ojos, sigue por los oídos, se asienta en el corazón y se adueña de todo el cuerpo.
En aquel encuentro tan desigual, ¿se enamoró David de Abigaíl? ¿Se enamoró Abigaíl de David? ¡Vaya usted a saber! Hay amores súbitos que tienen finales felices, que atan los corazones con eslabones de oro.
Parece que esto ocurrió a nuestros protagonistas. Diez días después del encuentro entre ambos murió Nabal. Cuando David conoció la noticia mandó mensajeros que dijeron a Abigaíl: “David nos ha enviado a ti para tomarte por su mujer”. Fue, diríamos hoy, una petición de matrimonio por mensajería. ¿Lo estaba esperando Abigaíl? Parece que si, porque de inmediato montó en un asno, se hizo acompañar por cinco doncellas, siguió a los mensajeros de David “y fue su mujer”, aún cuando el futuro rey de Israel tenía otras mujeres.
Pido permiso para esta reflexión. Nada se dice en la Biblia de que Abigaíl y Nabal tuvieran hijos. En este caso, la heredera de todo sería Abigaíl. Al contraer matrimonio con David toda la riqueza de Nabal pasaría a él, porque era el hombre, el varón, el macho. Le fue bien el matrimonio.
No es mucho lo que sabemos de Abigaíl, pero si lo suficiente para deducir que fue una mujer bella, de corazón tierno, fuerte, una mujer de gran prudencia. Salomón diría de ella lo que aplicó a la mujer virtuosa en el último capítulo de Proverbios: “Su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas”.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Enfoque - Abigaíl

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