La ley del talión se encuentra registrada en el código Hammurabi, que es el registro legislativo más antiguo del mundo. Donde señala que toda persona que haya cometido una falta, deberá retribuir con la misma medida que el agravio cometido.
Esta ley mesopotámica fue señalada en el año 1760 a.C. (Babilonia) y declara explícitamente que todo aquel que haya cometido un agravio a su vecino deberá pagar de la misma manera en que él hizo.
En el Antiguo testamento aparece consagrada la Ley del Talión en Éxodo 21:23-25; en Levítico 24:18-20. No obstante, con el paso del tiempo, el pueblo hebreo fue adoptando una interpretación más humana de las leyes. La sentencia del “ojo por ojo” dejó de entenderse desde el aspecto físico. Cuando alguien, en una disputa, arrancaba un ojo a otro, la sentencia no estipulaba que le sacaran otro a él, sino que el agresor compensara con su patrimonio a la persona herida.
Aun así Jesús vino a transformar por completo la idea del Talión diciendo: Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: «No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra»; Mateo 5:38-39.
Jesús nos mostró una salida muy diferente a la que por muchos años se enseñó, nos llevó al camino del perdón y la misericordia.
«Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos», Mateo 5:44-45.
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