Una de las bendiciones más grandes que estamos viendo en Latinoamérica es el resurgir del interés por las doctrinas bíblicas. Una y otra vez escuchamos y vemos a personas hambrientas de la Palabra de Dios, cansadas del evangelio motivacional centrado en el hombre, y que han llegado por la gracia y bondad de Dios al conocimiento de la verdad. Esto es algo por lo que alabamos a Dios.
El otro lado de este resurgimiento es que han llegado algunas actitudes que muestran orgullo y arrogancia más que la gracia, misericordia y la humildad del evangelio. Parece que muchos de nosotros, cuando descubrimos estas verdades y nos maravillamos al notar que un velo ha sido quitado de nuestros ojos, logramos discernir el error con mucha más claridad que antes, pero de manera desesperada y casi olvidando cómo Dios actuó con nosotros, queremos forzar a los demás a que reconozcan que están en falsas iglesias siguiendo a falsos maestros. Sin darnos cuenta, nos vamos convirtiendo en cazadores de herejes, descuidamos la piedad mientras buscamos la última declaración de algún “apóstol” reconocido. Actuamos con burla delante de personas que aún no comprenden de qué les estamos hablando.
Un problema de raíz
Es necesario que entendamos que muchas de las falsas enseñanzas que las personas defienden son el fruto o el resultado de años de mala enseñanza, de desconocimiento del evangelio bíblico, de no conocer al Dios único y verdadero de las Escrituras, y por supuesto de no abrazar el evangelio verdadero. Es por esto que es dañino y de poco provecho cuando nos acercamos y le decimos a la gente “¿sabías que tu cantante favorito es un falso maestro?”, o “¿sabías que la esposa de tu pastor no debería ocupar el cargo que tiene?”. Declaraciones como estas sencillamente crearán conflictos innecesarios, precisamente porque muchas de estas cosas son la evidencia externa de un problema mayor.
Gracia y verdad
Es triste que aquellos que nos gloriamos en las doctrinas de la gracia seamos los que menos gracia mostremos. La fama que se ha adquirido de “críticos” y “fríos” realmente tiene base en nuestra impaciencia y en no dar razón de nuestra fe con “mansedumbre y reverencia”. Sin duda la respuesta no es quedarnos callados por siempre. Hay formas de acercarnos a aquellos que creen un evangelio falso. Debemos mostrar la gracia y la paciencia que nuestro Señor mostró con nosotros. Recordar que no se trata de un esfuerzo en razonamientos, sino que se necesita mucho amor y dependencia en el poder del Espíritu Santo de Dios para ayudar a nuestros familiares y amigos que están abrazando algún error.
Dicho esto, debemos empezar por las Escrituras. Cuando estemos hablando con hermanos que están desorientados o con aquellos que se creen creyentes pero no lo son, debemos recordar lo que la Palabra de Dios es capaz de hacer:
“La ley del Señor es perfecta, que restaura el alma; El testimonio del Señor es seguro, que hace sabio al sencillo. Los preceptos del Señor son rectos, que alegran el corazón; El mandamiento del Señor es puro, que alumbra los ojos. El temor del Señor es limpio, que permanece para siempre; Los juicios del Señor son verdaderos, todos ellos justos”, Salmos 19:7-9. Hacer sabio al sencillo, alumbrar los ojos, llevar a la verdad, almas restauradas… todo eso es obra de la Palabra de Dios.
De hecho, de manera particular la Palabra es ideal para estas situaciones. Observamos al salmista diciendo unos versículos más adelante: “¿Quién puede discernir sus propios errores? Absuélveme de los que me son ocultos” (Sal. 19:11). Los errores ocultos, aquellas cosas que todavía no han entendido los que no conocen las doctrinas de la gracia, necesitan el mismo evangelio que tú y que yo, y necesitan del mismo Señor para ser discernidos, a través de su Espíritu y su Palabra. Debemos atacar la raíz, proclamar y compartir primeramente el evangelio, mostrar al Dios verdadero y Soberano, y llevarlos con amor a la Palabra de Dios. Pero en esto, nos unimos al salmista: “Guarda también a Tu siervo de pecados de soberbia; Que no se enseñoreen de mí. Entonces seré íntegro, Y seré absuelto de gran transgresión” (Sal 19:12).
Estoy seguro, mis hermanos, que necesitamos avanzar, dejar atrás la etapa de enfocarnos en los “errores” todo el tiempo, y demostrar que servimos al Dios de gracia. Haremos más por la causa del evangelio verdadero atacando la raíz con amor y paciencia, predicando la verdad, que señalando, atacando y burlándonos de los frutos con orgullo y arrogancia.
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