“…TÚ, SEÑOR, ME AYUDASTE Y ME CONSOLASTE” (Salmos 86:17)
¿Te ha herido algún cristiano? ¿Alguien que te condenó en lugar de demostrarte compasión y ayudarte? ¿Alguien que no te atendió cuando debería haberte buscado, restaurado espiritualmente y devuelto al lugar que te corresponde en la familia de Dios? La mayoría de las personas que han sido heridas por otros cristianos podrían convencer fácilmente a un jurado de que tal o cual cosa no debería haber ocurrido jamás. Y la verdad es que tienen razón; pero ocurrió. Seguir dándole vueltas al tema no cambiará las cosas, aunque te cambiará a ti, y no precisamente para bien. Piensa que si te asaltaran en la calle y te llevaran al hospital, no te pasarías el resto de la vida obsesionado con la persona que lo hizo. No; tu meta sería recuperarte lo más rápido posible y pasar de página. ¡Qué curioso que busquemos a yuda inmediata para las heridas físicas pero que tendamos a centrarnos en el problema y no en la solución cuando se trata de heridas emocionales!
Y tú ¿qué vas a hacer? Éstas son las distintas opciones:
1) Contárselo a todo el mundo.
Repetir los hechos no conseguirá más que reforzar y avivar tu dolor.
2) Reprimirlo.
Eso fue lo que hizo David: “Mientras guardé silencio… mi fuerza se fue debilitando como al calor del verano” (Salmos 32:3-4 CST).
3) Procesarlo.
Es decir, estar dispuesto a dejar de encubrir las áreas en las que te hirieron y abrirte para recibir la gracia de Dios. Entonces es cuando descubres que “Él sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas” (Salmos 147:3).
4) Compartirlo.
La Biblia dice: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros y orad unos por otros, para que seáis sanados…” (Santiago 5:16).
Si eres sabio, elegirás las opciones 3 y 4.
“…¿QUIERES CURARTE?” (Juan 5:6 BLP)
Ser herido es algo inevitable, pero de ti depende quedarte con el daño. Puedes elegir o bien ser víctima para siempre y darle vueltas a cómo deberían haberse hecho las cosas o bien aprovechar la experiencia para volverte más fuerte y más sabio. Jesús conoció a un hombre en el estanque de Betesda que era paralítico y que había estado en cama durante treinta y ocho años. Cuando Jesús se enteró del tiempo que llevaba ahí, le preguntó: “¿Quieres curarte?” (Juan 5:6 BLP). Después de treinta y ocho años lo más probable es que este hombre viera su minusvalía como parte de su identidad. Llevaba tanto tiempo discapacitado que se tenía a sí mismo por víctima: “…No tengo a nadie que me meta en el estanque…” (Juan 5:6 BLP) . Traducido: “A nadie le importo”. Pero a Jesús sí, y le ordenó que se levantara y caminara. Ahora bien, el hombre tuvo que poner fe de su parte para superar esos viejos y arraigados sentimientos de desaliento y autocompasión; pero cuando obedeció a Jesús fue curado en el acto.
Dios nunca te obliga a sanar, ni siquiera cuando estás herido. Tienes que ser tú quien quiera recuperarse y tomar una decisión firme de que lo puedes hacer por la gracia de Dios. Afrontémoslo, la iglesia está formada por seres humanos llenos de defectos que a veces hablan sin pensar y hieren a los demás. ¡Pero eso no es razón suficiente para abandonarla! “…Os ha llamado Dios para formar un solo cuerpo…” (Colosenses 3:15 BLP). Fuera de ese cuerpo no desempeñas ninguna función y te faltan tanto el alimento como el propósito, de tal manera que comienzas a morir espiritualmente. Se necesita la misma energía para optar por curarte que por sentirte impotente, pero las consecuencias de una u otra decisión son muy diferentes. Una alternativa te deja paralizado con lo sucedido y la otra te da esperanza para el futuro.¿Cuál vas a elegir?
Fuente: http://www.devocionalescristianos.org/
Reproducido por: Ágape en la radio (AELR).
Muy buena informacion. Gracias, y muchas bendiciones!
ResponderEliminarSiempre a la orden Alma. Muchas gracias por tu comentario. Dtb.
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