Desde que conocí a Clint Eastwood quedé cautivado por su manera de contar historias. Películas en el viejo oeste que retratan realidades que van más allá de cantinas, caballos y pistolas. Films de boxeo donde los guantes y el cuadrilátero no son más que geniales excusas para dialogar con el espectador, para golpear nuestras conciencias con preguntas tanto serias como difíciles de responder.
El francotirador (traducción de “American Sniper”, su título original) es una película que cava en las profundidades de la conflictiva —aunque aparentemente simple— vida del exsoldado Chris Kyle, personificado magistralmente por Bradley Cooper. Kyle pasa de ser un vaquero texano normal a enlistarse para ir a Irak, convirtiéndose en la leyenda viviente del comando de los SEALs de la Marina en cuatro misiones que representaron mas de mil días en batalla, con más de ciento sesenta muertes producto de sus disparos.
Una estatura de leyendas
El más grande francotirador en la historia de los Estados Unidos. Esa es su carta de presentación. Sus logros en el campo de batalla resultan en fama y lauros. El problema es que aunque su carrera militar es una cosecha de triunfos, su vida como hijo, como hermano, como esposo y como padre es una guerra que lo supera.
Para el mundo es un héroe. Para su esposa e hijos, un ausente (aun cuando físicamente les acompañe de cuando en vez). Si bien en la batalla protege la vida de los marines y compañeros de convoy, él deja desprotegida a su propia familia.
En una escena que se sitúa en el ultimo cuarto del largometraje, un veterano de guerra ya retirado agradece a Kyle por haberle salvado la vida en el pasado, haciendo posible su retorno a su familia. El episodio llama poderosamente la atención porque concluye con las palabras del agradecido hombre al hijo del paladín norteamericano: ” Tu padre es un héroe”. A diferencia de su propio caso, Kyle logra devolver a sus compañeros con sus familias, y su hijo escucha de otros lo que él no ha visto en su casa. Su papá es un héroe para todos, pero no para él.
Lo que se ve y lo que no se ve
“No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura…”. Aunque Dios dio estas palabras a Samuel en un contexto muy diferente al que tenemos sobre la mesa, sí ilustran una de nuestras grandes falencias como humanos caídos: lo fácil que nos distraemos con lo externo y pasajero.
Al igual que en El francotirador, quedamos impactados al contemplar los logros propios y ajenos, mientras ignoramos con una destreza pasmosa la realidad que se esconde detrás de la aparente grandeza que vemos. El empresario, el médico, el abogado o simplemente el vecino que nos rodea es mucho más que eso que vemos. Detrás de la visible cortina yace la persona y sus necesidades. Lo que es más, dentro de muchos proclamadores de paz existe una verdadera guerra interior.
Una alerta para todo cristiano
Chris Kyle sintió que debía triunfar en el gran escenario donde tenía que “proteger su nación”, y esto lo convirtió en una leyenda. Es cierto: quizás nadie iría a ver la película si solo tratara de las cualidades de un gran esposo y padre que ha levantado una familia que sirve a Dios.
Pero el que tu vida no inspire algún libro o película no significa que has fracasado: muchas películas y monumentos se han levantado a hombres que no han tenido ningún éxito delante de Dios.
Sin lugar a dudas, es tentador vivir una vida de la que otros quieran hablar, pero ser un obrero aprobado por Dios no se trata tanto de esto.
Ser héroes sobre un púlpito no es la meta. Ser afamados escritores no es el propósito. Como cristianos, tenemos la misma tentación que enfrentaron los gálatas de querer alcanzar nuestra salvación y plenitud en nuestras obras.
Es por eso que debemos recordarnos una y otra vez que nuestra identidad y nuestra salvación yace fuera de nosotros: no están en las montañas que podamos trepar, se encuentran en aquel que murió en el monte calvario.
La guerra va a terminar
Abrir nuestra ventana y mirar al mundo puede ser desesperanzador para cualquiera. El francotirador nos da una muestra de la realidad bélica que nos rodea, arrastrándonos a escenarios donde nuestras mentes añoran con todas sus fuerzas que esto no sea así.
Nuestro mundo, producto de la entrada del pecado a merced de nuestra voluntad, es poco más que una caricatura de lo que debió ser. Sin embargo, así como cuando miramos de frente al sol este nos empuja a cambiar el ángulo de nuestras miradas, así el mirar los oscuros escenarios del mundo actual debe ser un incentivo para que veamos las promesas gloriosas de nuestro Dios con respecto a nuestro futuro.
Gracias a la obra de Cristo y no a nuestras propias obras podemos mirar hacia el futuro con una sonrisa, y podemos escuchar la dulce voz del Dios que nunca abandona a los que vienen a Él arrepentidos.
“En esos días, la gente habitará en las casas que construya
y comerá del fruto de sus propios viñedos.
A diferencia del pasado, los invasores no les quitarán sus casas
ni les confiscarán sus viñedos.
Pues mi pueblo vivirá tantos años como los árboles,
y mis escogidos tendrán tiempo para disfrutar de lo adquirido con su arduo trabajo.
No trabajarán en vano,
y sus hijos no estarán condenados a la desgracia,
porque son un pueblo bendecido por el Señor,
y sus hijos también serán bendecidos.
Les responderé antes que me llamen.
Cuando aún estén hablando de lo que necesiten,
¡me adelantaré y responderé a sus oraciones!”, Isaías 65:21-24 NTV
Fuente: thegospelcoalition.org
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