El debate mas fuerte que veo hoy en las redes sociales en el caso de la asistente administrativa Kim Davis, y su encarcelamiento por negarse a cumplir la ley del estado, no es en cuanto a los méritos de su acción, sino en cuanto a si ella está o no avergonzando a los cristianos y la Iglesia en general con sus acciones. Aparentemente esta “fundamentalista” nos está haciendo quedar mal con la sociedad pulida y refinada de nuestro tiempo.
Un hermano que aprecio mucho por su inteligente debate y un ánimo inquebrantable por mostrar el amor de Dios a los hombres, escribe: “Quiero ser conocido como un amigo de los pecadores, un vecino generoso, un amante de la gracia. No debo ser definido por aquello de lo que estoy en contra”. Su punto principal es que Juan el Bautista perdió la cabeza por levantarse en contra del pecado, pero esto ocurrió antes del establecimiento del Reino de Dios a través del ministerio de Cristo en la tierra. La cabeza de Juan no salvo a persona alguna, pero la muerte de Cristo trajo gracia a todos. Ahora la Iglesia no está para “perder la cabeza” (¡ya Cristo lo hizo!) sino para mostrar el amor del Reino.
Le conteste algo mas o menos así:
“Como siempre el punto que traes es profundo y claro: debemos permanecer enfocados en la gracia de Dios en favor de un mundo perdido. Pero en este caso, eso es solo la mitad de la historia. Así como Juan el Bautista perdió su cabeza por llamar al arrepentimiento antes de que la gracia de Dios en Cristo fuese manifestada, así los apóstoles perdieron sus vidas después de la ascensión de Cristo, esto por predicar el Reino del Dios, quien también viene de regreso a castigar a los pecadores.
Ese Reino es uno de gracia, lleno de gozo y salvación, para todo aquel que cree. Pero resulta que no todos creen. Solo coteja a Juan 6 y encontrarás la otra cara de la moneda. Jesús les dice a las multitudes “me están siguiendo por lo que les doy, pero necesitan comenzar a seguirme por lo que soy; coman mi carne y beban mi sangre”. Tan pronto como él les mandó a que dejaran sus caminos y lo obedecieran, las multitudes dejaron de seguirle (solo quedaron los 12 originales ¡y uno de ellos resulto ser el traidor!). Esas mismas multitudes fueron las que eventualmente lo mataron (¡para nuestra bendición!), y han continuado matando a los mensajeros del evangelio desde entonces.
Esa gente son nuestros vecinos, familia y compueblanos, pecadores en necesidad de una gran Salvador, y nosotros no renunciaremos a proclamar el evangelio con palabras y obras de caridad mientras le pedimos a Dios que perdone sus ofensas en contra nuestra, “porque no saben lo que hacen”. Si dejamos de hacer esto, ya no seremos mas el Cuerpo de Cristo en la tierra. Pero también somos la voz profética hacia una gente incrédula, que con mucha valentía y fe, hablaremos la verdad, proclamaremos el amor de Dios y los serviremos hasta que venga el fin. Como dijo el profeta Isaías:
“Y el derecho se retiró, y la justicia se puso lejos; porque la verdad tropezó en la plaza, y la equidad no pudo venir.
Y la verdad fue detenida, y el que se apartó del mal fue puesto en prisión; y lo vio Jehová, y desagradó a sus ojos, porque pereció el derecho. Y vio que no había hombre, y se maravilló que no hubiera quien se interpusiese…”
(Isaías 59:14-16)
Somos la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, el estandarte y columna de la verdad. Y si fallamos en advertir y alertar al mundo, Dios mismo esconderá su rostro de nosotros.
Prefiero estar en la cárcel que vivir sin ese rostro brillando sobre mi.
En Cristo,
Gadiel
Fuente: http://www.reformados.org/
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