Por: Luis Dominguez
En cualquier lugar, a cualquier hora. Juan. 4.1-29
Pocas cosas indicaban a la mujer que ese día sería el día central en su vida. Al contrario, todo indicaba que sería otro día más, con rutinas establecidas que seguir y con tareas por realizar. También estaban aquellas miradas de siempre, las sonrisas forzadas a su paso y los saludos que se transformaban en la charla del día cuando ella pasaba por algún lado.
 Su pasado y su presente no la apuntaban precisamente como modelo de conducta, por lo que asumía que muchos ni siquiera querían estar cerca de ella. Por ello, cuando miró el cántaro de agua que tenía que llenar, volvió a pensar que la hora elegida para ir a buscar agua era la mejor para ahorrarse molestias innecesarias. Lo que no sabía ni tenía forma de saber era que esa hora elegida por ella, también era la hora elegida desde la eternidad para que ese viaje hasta el pozo cambiara su vida y la de muchos más.
La conversación con aquel extraño hombre judío fue lo último que ella hubiera pensado que le pasaría ese día. La rutina se rompe, la vida, su vida, al descubierto de aquel que parecía tener ojos que leen el alma. Conversación incómoda que se transforma en descubrimiento, en algo que marcará su vida. El dueño de aquellos ojos profundos le declara a ella que él es la suma de todas las esperanzas, el Mesías esperado. De repente el cántaro es innecesario y lo único que tiene en mente es ir y contar a otros que posiblemente se haya encontrado con el Mesías. Fe imperfecta, fe incompleta, pero fe que desata la bendición de Dios sobre un pueblo entero. Barreras rota, prejuicios vencidos, por aquel que en un día de sed se paró en el pozo para dar de su interior el agua de vida.

 La mujer no planeó el encuentro, para ella era un día más. Fue la gracia de Dios que salió a su encuentro para darle su oportunidad de conocer al Salvador. Los encuentros de Jesús con muchos de quienes fueron tocados por su vida fueron en el entorno de la cotidianidad de aquellas personas. Fue el Dios-Hombre que irrumpió en sus vidas, en el momento menos esperado por ellos, a veces en entornos nada religiosos. Algunos aprovecharon esos encuentros y sus vidas fueron cambiadas; otros dejaron pasar la oportunidad.


Solemos confinar nuestros encuentros con el Señor a lo previsible, a lo que tenemos concienzudamente planeado, a minutos y horas que apartamos a propósito como santuario (en el caso de que lo hagamos de una manera seria y no por cumplir con ritos solamente). Entendemos, incluso, que hay ciertos ambientes más propicios que otros para tener ese encuentro con nuestro Salvador. Pero creo que si reducimos nuestros encuentros a sólo una cuestión de agenda, nos estamos perdiendo de todas las oportunidades que en el día Jesús se puso a nuestro lado para tener una charla con nosotros; a veces para hablarnos, a veces para que nosotros lo veamos en el otro. Encuentros que él desea tener con aquellos a los que ama.

Un repaso de aquellos encuentros “fortuitos” nos muestra la disposición del Salvador de encontrarse con la gente en el momento que él considera propicio. Tenemos a la mujer del pozo, a Nicodemo a altas horas de la noche, los pescadores al costado del lago, el publicano en su banca, a Zaqueo trepado a un árbol, al paralítico del estanque en medio de multitud de enfermos, al ciego de Juan 9, los discípulos a quienes encuentra en medio de un mar embravecido, a Pablo en el camino a Damasco; y estos son unos pocos ejemplos en los que vemos que cuando él quería encontrarse con alguien, lo hacía. De quienes eran visitados dependía lo que ese encuentro significaría.


Algo del secreto (si es que algo así existe) para disfrutar de la vida abundante es tener la vista clara para ver a Cristo en lo cotidiano, metido en medio de nuestras tareas diarias. Así, no hay lugar que no sea un ámbito ideal para encontrarnos con él de manera viva. La cocina, la sala donde estoy estudiando, el lugar de trabajo, el camino mientras voy hacia algún lado, la noche en que no puedo dormir, todos estos lugares y cualquier otro pueden ser los lugares que Jesús elija para encontrarse con vos hoy. Entonces, cada lugar será un lugar santo, dónde podamos sacar de la fuente de agua viva, el agua que necesitamos y que él viene a ofrecernos.



Nada hacía pensar a la mujer que ese día sería el día inolvidable, aquel que la marcaría a ella y los suyos por siempre, el día en que el Salvador del mundo quiso darse a conocer a su vida. Y cuando nosotros nos damos cuenta que él está cerca, a nuestro lado, cualquier lugar se puede transformar en el pozo de Jacob, el lugar de un encuentro renovador y transformador para nosotros. Así que a abrir los ojos, pues quizás él quiere hablar con vos ahora, o solamente hacerte saber que está allí con vos para darte lo que necesita tu alma.

Fuente: gacetacristiana.com.ar