Por: Pr. Gadiel Rios
Me tope con la cita a continuación mientras leía acerca de los valores de la gente que vivía en una famosa ciudad de la antigüedad:
“El ideal de este hombre es el desarrollo imprudente del individuo. El negociante que hace ganancias por cualquier medio (legal e ilegal), el hombre de placeres que se rodea de toda posible lujuria, el atleta entregado a todo tipo de ejercicio corporal y orgulloso de su fuerza física. En una oración: el hombre que reconoce ningún poder superior, y que no tiene otra ley excepto sus propios deseos”
¿Se parece a nuestro tiempo? ¿Nos podemos identificar con ese ambiente? ¿La gente haciendo lo que le parece mejor, no dejando que nadie ni nada les diga lo que tienen que hacer, totalmente inmersos en allegarse mas bienes, en verse mejor, en pasarla bien, en vivir lo mas cómodo posible, en obtener el mayor placer al menos costo?
Esta es la descripción de la bulliciosa ciudad portuaria de Corinto para el primer siglo. La ciudad era famosa por sus templos y la prostitución. De hecho “corintiar” era sinónimo de fornicar, “coríntiate” era de ”vete al infierno”. Se dice que Corinto era cómo juntar a New York, Las Vegas y Los Ángeles a la vez. Fue allí que llegó el apóstol Pablo alrededor del año 50 D.C. a fundar una congregación. Un tiempo después de irse de allí le llegaron reportes de unos problemas serios dentro de la iglesia. Divisiones, orgullo por causa de las estratas sociales, fornicación, idolatría, problemas matrimoniales, y hasta profanación de los sacramentos. Muchos comentaristas bíblicos coinciden en que el problema raíz de esta iglesia fue que algunos comenzaron a cuestionar la autoridad y doctrina apostólica. Y a su vez eso llevo a que las corrientes de pensamiento de la ciudad se introdujeran en la iglesia, modificaran la predicación del evangelio y dañaran su práctica cristiana:
¿Acaso diferimos hoy de los problemas de la Iglesia de Corinto? Nuestro problema actual es el mismo: cuestionamos la autoridad y doctrina apostólica que está contenida en la Palabra de Dios. Hemos cambiado la enseñanza simple pero confrontadora de la Palabra por psicología, esoterismo, misticismo y comodidad, todo para el “desarrollo imprudente del individuo”, tu “mejor vida ahora”, o ser “los mas espirituales”. En muchas congregaciones de hoy el “evangelio” que predicamos solo sirve para “arreglar mi problema y hacerme feliz” pero no para cambiar mi corazón y llevarme al sacrificio por la causa de Dios. ¿El resultado? El mismo que obtuvo la iglesia de Corinto: división, inmoralidad, profanidad, destrucción del hogar, falta de disciplina, y un testimonio horrible frente a un mundo que se ríe en nuestra cara. Solo lean el caso de esta mujer que sufrió un divorcio y que luego de 10 años de celibato decide volver a buscar pareja dentro del “mundo cristiano”:
"Volví a salir en citas hace unos dos años luego de estar uno diez sola, recuperándome del divorcio. He salido con mas hombres en estos últimos dos años que en la totalidad de mi vida anterior. No he conocido un solo hombre cristiano en los últimos dos años que esté viviendo una vida moralmente bíblica en abstinencia. Siempre me preguntan como es posible que una chica que “está tan buena” esté disponible. Mi respuesta siempre los hacer huir, cuando les digo que el problema es que el sexo siempre se interpone en mis citas pues soy una abstemia hasta el día de mi matrimonio. La inmoralidad es un grave problema en la comunidad cristiana hoy en día”
¿Cómo podemos solucionar esto? ¿Cómo cambiamos el destino de nuestras congregaciones? En Primera de Corintios Pablo trata de manera práctica estos errores y abusos, aplicando la doctrina del evangelio para corregir las deficiencias. Solo leyendo el “saludo” de la carta podemos ver su intención y la cura que propone:
“Pablo… a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (1raCorintios 1:1-2)
Podemos resumir este saludo en una idea principal: “A los santos, llamados a ser santos”. Lo que Dios hizo por nosotros a través de Cristo en la cruz del Calvario, fue darnos la posición de hijos, de justos, de separados para su Gloria. Por lo tanto, ¡actuemos como lo que somos! ¿Qué nos toca hacer? Despojarnos de nuestro orgullo, reconocer que estamos super-empapados y contaminados con el pensamiento de nuestra generación, y que necesitamos con urgencia la confirmación de Dios en el evangelio y la doctrina, para ser hallados irreprensibles en su Venida.
Fuente: http://www.reformados.org/
No hay comentarios:
Publicar un comentario