jueves, 3 de marzo de 2016

¿Carbón o Diamante?






Curtis Peter Van Gorder

anto los diamantes como el carbón se componen de carbono. Entonces, ¿cómo es que los diamantes tienen un precio tan elevado mientras que el carbón se arroja al fuego? ¿Qué diferencia a la reluciente piedra preciosa, símbolo de nitidez y fuerza que adorna coronas reales y se obsequia como
 
regalo de compromiso o para celebrar 60 años de matrimonio, de su humilde primo el carbón? El grado de calor y presión al que se ha sometido cada uno.


     El carbón se forma cuando una capa vegetal en descomposición se comprime bajo el peso de grandes cantidades de tierra, rocas o agua acumulada encima. Los diamantes son cristales de carbono puro que han sido sometidos a un calor y presión tremendos en las entrañas de la tierra y salen a la superficie en erupciones volcánicas. Hace falta mucha más presión y calor para que se forme un diamante que para crear un trozo de carbón.

     El diamante es algo extraordinario. No se conoce una sustancia natural más dura. Es un mineral transparente con una amplia gama de variedades. Sus matices van del ultravioleta al infrarrojo, y tienen un índice de refracción más alto que ningún otro mineral. Son los mejores conductores de calor —cinco veces más que la plata, que es el siguiente mejor conductor— y tienen el punto de fusión más alto. Los átomos del diamante están más próximos entre sí que los de ninguna otra sustancia. Diamante deriva del griego adamas, que significa invencible.

     Las dificultades que pasamos en la vida son como el calor y la presión al que se someten los átomos de carbono para hacer un diamante. Los momentos difíciles por los que pasamos pueden ser un medio del que se vale el Señor para infundirnos cualidades más valiosas. Imaginemos que un pedazo de carbón se negara a pasar por el proceso necesario que lo convertiría en lo que era su destino: ser un diamante. Seguiría siendo un trozo de carbón.

     Aun después de haberse formado en la tierra el diamante y habérselo descubierto, hay que tallarlo y pulirlo para poder apreciar plenamente su belleza y valor. Los diamantes se tallan y pulen por fricción, utilizando otros diamantes. Con frecuencia Dios nos talla por medio de la adversidad. Los que ya han pasado por ese proceso —otros diamantes— pueden ayudarnos, si se lo permitimos, a sacar a relucir lo mejor de nosotros.

     Una forma de distinguir los diamantes auténticos de las imitaciones es colocarlos en agua y hacer pasar una luz a través de ellos. Las imitaciones pierden brillo al sumergirse; los diamantes de verdad, no. La diferencia entre uno verdadero y uno falso es evidente hasta para un inexperto. Como los diamantes verdaderos, también brillaremos con el resplandor de Dios aunque nos cubran las aguas de dificultad y la tristeza, en tanto que no nos alejemos de la luz de Su presencia.



Fuente: http://reflexiones.xtreemhost.com/

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