martes, 11 de abril de 2017

¡No soy yo, es Cristo quien actúa en mí!


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Por: Pr. Julio César Barreto

No soy yo, es Cristo quien actúa en mi. A veces me quedo asombrado de como me comporto en ocasiones, al ver que no reacciono como en otro tiempo y en condiciones similares lo hubiera hecho. ¡Me asombro!. Y me pregunto: ¿Cómo lo pude hacer?. Entonces viene la respuesta que aclara todas mis posibles dudas; el Apóstol San Pablo dijo: "...Dios fue bueno conmigo...No desprecié el poder especial que me dio...aunque en realidad todo lo hice gracias a ese poder especial de Dios" (1 Cor. 15:10 TLA).

Esto me hace comprender mejor la obra que Dios comenzó un día en mí, y se que me conducirá a buen puerto, porque Él completará esa transformación en mi vida, ya que Jesús es fiel y lo que me ha prometido lo cumplirá cabalmente. "Dios empezó el buen trabajo en ustedes, y estoy seguro de que lo irá perfeccionando hasta el día en que Jesucristo vuelva" (Filipenses 1:6 TLA). Sin embargo, y tengo que reconocerlo; no todo me sale a pedir de boca, es decir, no siempre me sucede que reacciono como quisiera hacerlo (para la gloria de mi Señor Jesús), sino que contrarío mis principios espirituales y lamentablemente exploto (por decirlo de alguna manera) o, en todo caso, me muevo en la dirección equivocada. Esto es contradictorio, contrastante y de remate inexplicable. Por esta razón puedo entonces entender un poco (quisiera entender mucho), las palabras de Pablo: 

La verdad es que no entiendo nada de lo que hago, pues en vez de hacer lo bueno que quiero hacer, hago lo malo que no quiero hacer. Pero, aunque hago lo que no quiero hacer, reconozco que la ley es buena. Así que no soy yo quien hace lo malo, sino el pecado que está dentro de mi.  Yo sé que mis deseos egoístas no me permiten hacer lo bueno, pues aunque quiero hacerlo, no puedo hacerlo. En vez de lo bueno que quiero hacer, hago lo malo que no quiero hacer. ...me doy cuenta entonces de que, aunque quiero hacer lo bueno, sólo puedo hacer lo malo. 

En lo más profundo de mi corazón amo la ley de Dios. Pero también me sucede otra cosa; hay algo dentro de mí, que lucha contra lo que creo que es bueno. Trato de obedecer la ley de Dios, pero me siento como en una cárcel, donde lo único que puedo hacer es pecar. Sinceramente, deseo obedecer la ley de Dios, pero no puedo dejar de pecar porque mi cuerpo es débil para obedecerla. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me hace pecar y me separa de Dios? ¡Le doy gracias a Dios, porque sé que Jesucristo me ha librado! (Romanos 7: 15-23 TLA).

En todo caso y en medio de tener que reconocer mis debilidades como ser humano, a la vez me regocijo en gran manera, porque he recibido una porción importante de Fe en Dios y en su Palabra, para creer que prevalecerá en mí el poder de Dios, que se mueve a mi favor y que cual Alfarero, va moldeandome cada día para hacerme cada vez más semejante a mi Creador.

"Dios me dijo: Jeremías, ve al taller del alfarero. Allí voy a darte un mensaje. Yo fui y me encontré al alfarero haciendo en el torno vasijas de barro. Cada vez que una vasija se le dañaba, volvía a hacer otra, hasta que la nueva vasija quedaba como él quería. Allí Dios me dio este mensaje para los israelitas: Ustedes están en mis manos. Yo puedo hacer con ustedes lo mismo que este alfarero hace con el barro". (Jeremias 18: 1-6 TLA). 

De igual manera esta Escritura también me es propicia: "Pero Dios me ha contestado: Mi amor es todo lo que necesitas. Mi poder se muestra en la debilidad. Por eso, prefiero sentirme orgulloso de mi debilidad, para que el poder de Cristo se muestre en mí. Me alegro de ser débil, de ser insultado y perseguido, y de tener necesidades y dificultades por ser fiel a Cristo. Pues lo que me hace fuerte es reconocer que soy débil" (2 Cor. 12: 9-10).


De tal manera que en la conclusión de esta breve meditación que comparto con mis amables lectores, les diré que no perderemos de ninguna manera nuestra esperanza, porque está viva y no muerta. Y me mantendré lleno de Fe y de Optimismo porque sé que mi futuro será glorioso, y por los momentos mientras estoy en este cuerpo, la Bendita Palabra de Dios será mi Faro que iluminará los mas íntimos rincones de mi ser y me guiarán a buen puerto. Por eso digo: ¡No soy yo, es Cristo quien actúa en mí!




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