Por: Abraham Paniagua
Muchas veces creemos que sólo teniendo los mejores programas de evangelismo alcanzaremos a los no creyentes. Buscamos programas “eficaces”, “atractivos” y/o “interactivos.” Otras veces creemos que el evangelismo despegado de la iglesia local será “la mejor manera.” Desarrollamos preguntas, talleres y escenarios para prepararnos al momento de salir a evangelizar.
Y aunque estas cosas son buenas (y aun hasta animaría a muchas iglesias a adoptarlas y utilizarlas), creo que como creyentes nos olvidamos de algo primordial y básico: el mejor programa de evangelismo es la iglesia misma. Aunque creo que hay un gran número de textos en el Nuevo Testamento que apoyan esto, quisiera enfocarme en un caso particular: Hechos 6.
Hechos 6:1-7 es un texto muy conocido. La iglesia en Jerusalén ya tenía gran número de creyentes. El texto se refiere a ellos como “discípulos” (v.1), o sea, seguidores de Jesús, los cuales seguían sus enseñanzas y las enseñanzas de los apóstoles. El texto nos afirma que se habían multiplicado, y por textos anteriores, sabemos que ya la iglesia tenía sus miles. Sin embargo, el crecimiento produjo una situación problemática: las viudas de los judíos helenistas estaban siendo descuidadas.
Se nos dice que estaban siendo “desatendidas en la distribución diaria de los alimentos” (v.1). La pérdida de un esposo en tiempos bíblicos era una tragedia tanto económica como social. Las viudas heredaban las deudas de sus maridos, y poseían dificultades para trabajar y sostenerse por sí mismas. Por estas dificultades, entre otras, las viudas eran mencionadas junto a los huérfanos y extranjeros como grupos de personas que necesitaban el cuidado especial de los demás (Ex. 22:21-22; Deut. 24:17, 19).
Esto nos permite entender que dichas hermanas estaban pasando por una situación difícil, ellas necesitaban de la iglesia para recibir alimento y cuidado. ¿Cuál fue la respuesta de los apóstoles? Los versículos 2-6 nos revelan que la solución presentada fue instituir diáconos (o servidores) que pudiesen atender la distribución diaria de los alimentos, y así suplir la necesidad que ellas tenían.
Ahora, he aquí la clave: la atención que la iglesia proveyó a sus viudas tiene un resultado increíble: “la palabra de Dios crecía, y el número de los discípulos se multiplicaba en gran manera en Jerusalén” (v.7). A pesar del sufrimiento y la persecución, a pesar del conflicto que había surgido, la iglesia se multiplicaba y el Evangelio continuaba transformando los corazones de los hombres, la iglesia continuaba dando testimonio de esa transformación.
Creo que esto no debería de sorprendernos, porque el mismo Señor Jesucristo nos afirmó que esto sucedería:
“Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros” (Juan 13:34-35).
Los discípulos mostraron amor los unos por los otros al cuidar de las viudas, y aquellos alrededor fueron testigos de esto.
Busquemos oportunidades de compartir el Evangelio, entrenemos y practiquemos el evangelizar y compartir la Palabra, sin olvidarnos de mostrar amor los unos por los otros. No nos olvidemos que el mundo podrá conocer que somos discípulos de Cristo “si tenemos amor los unos por los otros.” Este amor se ve reflejado en los jóvenes que cuidan de los ancianos en la iglesia, o cuando aquellos con bienes materiales y salarios pueden dar sea mucho o poco, para el cuidado de los huérfanos, viudas y necesitados en sus iglesias. Amamos cuando el menospreciado es acogido por aquellos redimidos por la sangre de Cristo.
Fuente: sdejesucristo.org/ elblogdejuliocesarbarreto
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