viernes, 21 de abril de 2017

Vida y Pensamiento de Jonathan Edwards

Vida de Jonathan Edwards - diarios de avivamientos

Su amor por la sana doctrina:

Jonathan Edwards predicó con mucho énfasis la “justificación por la sola fe en Jesucristo”, una doctrina que estaba bastante descuidada. En aquella época surgieron grandes controversias sobre este tema; muchos dudaban, muchos permanecían en la ignorancia ante la ausencia de alguien que expusiera el tema con solidez bíblica; hasta que Edwards comenzó a enseñarlo desde el púlpito, y Dios a respaldarlo con un genuino avivamiento.

“No aceptaríamos, ni deberíamos aceptar, como cristiano, a ninguno que niegue las doctrinas cristianas esenciales, no importa lo bueno y santo que parezca. Junto con la práctica cristiana, tiene que haber una aceptación de las verdades básicas del evangelio.”    (Jonathan Edwards)

“Los creyentes de hoy le deben a ese héroe, gracias a su perseverancia en orar y estudiar bajo la dirección del Espíritu, el retorno a varias doctrinas y verdades de la iglesia primitiva. Pero ¿cuáles fueron las doctrinas que la iglesia había olvidado y cuáles las que Edwards comenzó a enseñar y a observar de nuevo, con manifestaciones tan sublimes?Basta una lectura superficial para descubrir que la doctrina a la cual dio más énfasis, fue la del nuevo nacimiento, como una experiencia cierta y definida en contraste con la idea de la Iglesia romana y de varias denominaciones, de que es suficiente aceptar una doctrina. Un gran número de creyentes despertó ante el peligro de pasarse la vida sin tener la seguridad de estar en el camino que lleva al cielo, cuando, en realidad, estaban a punto de caer en el infierno. No se podía esperar otra reacción sino que aquellos que fueron despertados se llenaran de gran espanto. El evento que marcó el comienzo del Gran Despertamiento, fue una serie de sermones predicados por Edwards sobre la doctrina de la Justificación por la fe, que hizo que los oyentes sintieran la verdad de las Escrituras, de que toda boca permanecerá cerrada en el día del Juicio final, y que “no hay nada absolutamente que, por un momento, evite que el pecador caiga en el infierno, a no ser la buena voluntad de Dios”.     (Biografías de Grandes Cristianos – Orlando Boyer)

“En ese tiempo, mientras yo era grandemente criticado por defender esta doctrina en el púlpito y además de mi sufrimiento, hubo un muy abierto ultraje por ello; la obra de Dios maravillosamente brotó en medio de nosotros, y las almas comenzaron a  congregarse a Cristo el Salvador, en cuya sola justicia ellos confiaban ser justificados. Por tanto, esta fue la doctrina sobre la cual este trabajo, fue fundado en sus comienzos, y como evidentemente lo fue en todo el progreso de él.”   (Diario de Jonathan Edwards)

“Desde que vine a Northampton, he tenido frecuentemente, una dulce complacencia en Dios, en la visión de su gloriosa perfección, y de la excelencia de Jesucristo. Dios se me ha manifestado como un glorioso y amoroso Ser, principalmente en cuanto a su libertad. La santidad de Dios siempre me ha parecido el más hermoso de todos sus atributos. Las doctrinas de Dios, una absoluta soberanía y gracia gratuita al mostrar misericordia a quién El desea mostrarla; y la absoluta dependencia del hombre, para sus obras, del Espíritu Santo de Dios me han parecido muy frecuentemente, unas dulces y gloriosas doctrinas. Estas doctrinas han sido en gran manera mi delicia. La soberanía de Dios siempre me ha parecido como una gran parte de su gloria. Ha sido mi deleite el acercarme a Dios y adorarlo como a un Dios soberano, y pedirle de su soberana misericordia.”     (Diario de Jonathan Edwards)

“He amado las doctrinas del Evangelio; ellas han sido para mi alma como pastos verdes. El evangelio me ha parecido el más rico tesoro; el tesoro que he deseado y anhelado que pueda morar ricamente en mí. El camino de salvación por Cristo ha sido para mí, de una manera general, glorioso y excelente, el más agradable y más hermoso.”     (Diario de Jonathan Edwards)

“Muy a menudo me ha parecido a mí, delicioso el estar unido a Cristo; tenerlo a Él por mi Cabeza, y ser un miembro de su cuerpo; también tener a Cristo por mi Maestro y Profeta. Yo de seguido pienso, con dulzura y anhelos y palpitaciones del alma, el ser un niño pequeño agarrándose de Cristo para ser conducido por el a través del desierto de este mundo. Ese texto de Mateo 18:3 “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”, ha sido muy dulce frecuentemente para mí. El recibir la salvación de él, siendo yo pobre en espíritu, y estando bastante vacío en mi ser, humildemente exaltarlo a Él únicamente; cortado completamente de mi propia raíz, cambiar de dirección para crecer por dentro y fuera en Cristo; tener a Dios en Cristo para que sea el todo en todo; y vivir por fe en el Hijo de Dios una vida de humildad, teniendo una genuina confianza en El. Esa escritura ha sido frecuentemente dulce para mí: Salmo 115:1 “No a nosotros oh Jehová, no a nosotros, sino a tu Nombre da gloria por tu misericordia, por tu verdad”. Y esas palabras de Cristo que aparecen en Lucas 10:21 “En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu y dijo: Yo te alabo oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó. Esa soberanía de Dios, en la cual Cristo se regocija, me parece digna de tal gozo; y ese regocijarse me muestra la excelencia de Cristo y de qué Espíritu Él era.”         (Diario de Jonathan Edwards)

“Algunas veces, el solo mencionar una simple palabra hace que mi corazón arda dentro de mí; o solamente con ver el nombre de Cristo, o el nombre de alguno de los atributos de Dios. Y Dios se me ha manifestado glorioso en cuanto a la Trinidad. Él ha ocasionado en mí el tener pensamientos de exaltación a Dios, al pensar que Él existe en tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.  Los más dulces gozos y deleites que yo he experimentado no han sido aquellos provenientes de una esperanza en mi propia condición, sino por la visión directa de las gloriosas cosas del evangelio. Cuando disfruto esta dulzura, parece como si me llevara más arriba de los pensamientos de mi propia condición o estado, me parece, en tales ocasiones, una pérdida que no puedo soportar el quitar mis ojos del objeto que estoy contemplando y colocar mis ojos sobre mí mismo y sobre mi buena condición. Mi corazón está muy pendiente del progreso del reino de Cristo en el mundo. Las historias del progreso en tiempos pasados, del reino de Cristo, han sido dulces para mí. Cuando he estado leyendo historias de las épocas pasadas, las cosas placenteras en todas mis lecturas, han sido, el leer que el reino de Cristo ha estado siendo anunciado. Y estando expectante en mi lectura, de encontrarme con tal cosa, me he regocijado con esa perspectiva durante todo el tiempo de mi lectura. Y mi mente ha estado muy entretenida y deleitada con las promesas y profecías que aparecen en las Escrituras, y que relatan sobre el futuro glorioso del progreso del reino de Cristo sobre la tierra. He tenido en algunas ocasiones, una percepción de la excelente llenura de Cristo y de su aptitud y conveniencia como Salvador en donde Él se ha manifestado a mí, por encima de todo, como el Capitán de diez mil. Su sangre y propiciación han sido dulces, y su justicia también dulce la cual estuvo siempre acompañada con ardor de espíritu; y de luchas interiores y suspiros, y gemidos que no se pueden describir, para ser vaciado de mí mismo, y absorbido en Cristo.”     (Diario de Jonathan Edwards)

 “Una vez, en 1737, mientras yo cabalgaba por los bosques debido a mi salud, habiéndome bajado de mi caballo en un lugar apartado, así como era mi costumbre, de caminar en divina contemplación y oración, tuve una visión, que para mí fue extraordinaria, de la gloria del Hijo de Dios, como Mediador entre Dios y los hombres, y su hermosura, grandeza, plenitud, pura y dulce gracia y amor, y mansedumbre y gentil condescendencia. Esta gracia que se veía tan llena de paz y dulzura, aparecía también grande arriba de los cielos. La persona de Cristo parecía inefablemente excelente, con una excelencia suficientemente grande como para absorber todo pensamiento e imagen, la cual continuó tanto como yo puedo juzgar, por cerca de una hora, que me mantuvo la mayor parte del tiempo en un diluvio de lágrimas, y sollozando en voz alta. Yo sentía un anhelo en mi alma de ser, yo no sé otra forma de expresarlo, vaciado y aniquilado; postrado en el polvo, y estar lleno únicamente de Cristo; amarlo con un amor santo y puro; vivir para Él; servirle y seguirle a Él; y ser completamente santificado y hecho puro, con una pureza divina y celestial. En varias ocasiones tuve visiones de la misma naturaleza, y las cuales han tenido también los mismos efectos.”  (Diario de Jonathan Edwards)

“He tenido muchas veces la visión de la gloria de la Tercera Persona de la Trinidad, y su oficio como Santificador, en sus santas operaciones, comunicando la luz divina y la vida al alma. Dios en los tratos de su Santo Espíritu, se ha manifestado como una infinita fuente de divina gloria y dulzura; estando lleno y siendo suficiente para satisfacer el alma; derramándose así mismo en dulces tratos, como el sol en su gloria, dulce y placenteramente difundiendo su luz y su vida. Y he tenido algunas veces una percepción de la excelencia de la Palabra de Dios como una palabra de vida; como la luz de vida, una dulce, excelente, palabra dadora de vida, acompañada por una sed, después de que ha sido leída, de que ella more en abundancia en mi corazón.”           (Diario de Jonathan Edwards)

La doctrina expuesta con lógica y argumentos razonables:

Jonathan Edwards era profundamente espiritual y profundamente intelectual, demostrando en su vida que una cosa no está reñida con la otra, espíritu y letra, conocimiento y vivencia, razón y fe, estudio y oración. Con lógica aplastante expresaba realidades espirituales.

“Por cuanto Él es Dios, es un ser absoluta e infinitamente perfecto, siendo imposible que pudiera incurrir en error o maldad. Y como es eterno y no debe su existencia a ningún otro, no puede en medida alguna tener limitaciones en su ser ni en ninguno de sus atributos. Si algo tiene límites en su naturaleza, debe haber alguna causa o razón por la que esos límites están allí. De lo cual se deduce que toda cosa limitada debe tener alguna causa. Por lo tanto, aquello que no tenga causa tiene que ser ilimitado. Las obras de Dios demuestran con toda evidencia que su sabiduría y su poder son infinitos, pues quien hizo todas las cosas de la nada, que las sustenta, gobierna y maneja en todo momento y en todas las edades, sin cansarse, tiene que poseer un poder infinito. Tiene asimismo que ser infinito en el conocimiento; porque si Él hizo todas las cosas, y sin cesar las sustenta y gobierna todas, se sigue que él, continuamente y de una sola mirada, ve y conoce a la perfección todas las cosas, así las grandes como las pequeñas. Lo cual no es posible sin un conocimiento infinito. Siendo, pues, infinito en conocimiento y poder, Dios tiene que ser también perfectamente santo. La falta de santidad supone siempre defecto y pobreza de visión. Donde no hay oscuridad ni engaño, no puede faltar la santidad.

Es imposible que la maldad pueda coexistir con la infinita luz. Dios, siendo infinito en poder y conocimiento, tiene que ser totalmente autosuficiente. Es por lo tanto imposible que Él pueda caer en cualquier tentación o cometer alguna falta. No hay motivo por el cual pueda incurrir en nada semejante. Siempre que alguien es tentado a ceder a lo incorrecto, es por fines egoístas.

Entonces, ¿cómo podría un Ser todopoderoso, que no necesita de nada, ser tentado a hacer algo malo por fines egoístas? Es, pues, imposible que Dios, que es esencialmente santo, pudiera en ningún sentido incurrir en el mal.

Por el hecho de ser Dios, Él es tan grande que está infinitamente más allá de toda comprensión. Por tanto, es irrazonable de nuestra parte pretender juzgar sus decisiones, ya que las mismas son misteriosas. Si fuera un ser al cual nosotros pudiéramos comprender, no sería Dios. Sería irrazonable suponer nada más allá del hecho de que hay muchas cosas en la naturaleza de Dios, así como en sus obras y gobierno, que son para nosotros un misterio que jamás podremos discernir.

¿Qué somos y qué idea tenemos de nosotros mismos si esperamos que Dios y sus designios puedan estar al nivel de nuestro entendimiento? Somos infinitamente incapaces de tal cosa como comprender a Dios. Para nosotros sería menos irrazonable concebir que una cáscara de nuez pudiera contener al océano. Dice en Job 11.7ss: “¿Descubrirás tú las profundidades de Dios? ¿Alcanzarás el límite de la perfección del Todopoderoso? Es más alta que los cielos; ¿qué harás? Es más profunda que el Seol; ¿cómo la conocerás? Su dimensión es más extensa que la tierra, y más ancha que el mar” Si pudiéramos tener sentido de la distancia que existe entre Dios y nosotros, entenderíamos lo razonable de la interrogación del apóstol Pablo en Romanos 9.20: …oh, hombre, ¿quién eres tú para que alterques con Dios?” (Del Sermón “Estad quietos y reconoced que Yo soy Dios” – Jonathan Edwards)

“Las cosas de la vida espiritual son de suma importancia para nosotros: Si Dios existe o no; si las Escrituras son la palabra de Dios o no; si Cristo es el Hijo de Dios o no; si existe la conversión o no. Esto hace una diferencia infinita en nuestra vida. Por tanto estamos bajo la más grande obligación de resolver en nuestras mentes si estas cosas son verdad o no. El que permanece indeterminado, y no investiga en estas cosas, actúa de manera muy insensata.

En vez de buscar e investigar acerca de los argumentos a favor y en contra, ocupan sus mentes con cosas infinitamente menos importantes; y actúan como si no les importara si existe la eternidad. Ningún hombre sabio se quedaría insatisfecho en esta pregunta; porque si la eternidad existe como las Escrituras aseguran, entonces cada uno de nosotros tiene su parte allí, o en el lugar de la recompensa eterna, o en el lugar del castigo eterno. Entonces no podemos quedarnos indiferentes hacia estos asuntos, se trata de estados opuestos, no solo por algunos días en este mundo, sino por toda la eternidad. Es una locura infinita no llegar a una determinación.

Dios nos creó como criaturas razonables, capaces de determinar de manera racional. Dios hizo al hombre capaz de descubrir la verdad en los asuntos de la vida espiritual. La solución de estas preguntas no es más allá de nuestras capacidades. Dios dio al hombre suficiente entendimiento para que pueda determinar qué es lo mejor, llevar una vida de negarse a sí mismo y disfrutar de la felicidad eterna, o disfrutar del pecado y quemarse en el infierno para siempre. La pregunta no es difícil, la razón de un niño sería suficiente para determinarla. Por tanto, los hombres que permanecen indeterminados, actúan no como criaturas razonables, sino “como el caballo y el mulo, que no tienen entendimiento” (Sal.32:9).    (Sermón: La Insensatez de la Indeterminación en la Religión – Jonathan Edwards)

“La paz de Cristo es una paz razonable y descanso del alma, tiene su fundamento en la luz y en el conocimiento, en los ejercicios propios de la razón, y en una visión correcta de las cosas. Mientras que la paz del mundo está fundada en la ceguera y en la vana ilusión o engaño. La paz que la gente de Cristo tiene, emerge de tener los ojos abiertos y ver las cosas tal y como son. Cuanto más lo consideran y más conocen de la verdad y de la realidad de las cosas, también conocen más lo que es verdad en lo que concierne a ellos mismos, el estado y condición en la que están. Cuanto más conocen de Dios, y de su manera de ser, también están más seguros de la existencia de otro mundo y de un juicio venidero, así como de la verdad acerca de las amenazas y promesas de Dios. Cuanto más despiertas e iluminadas están sus conciencias y cuanto más luminosas y más ansiosas de la búsqueda de luz, más se establece su paz.” (Del Sermón “La Paz que Cristo da a sus verdaderos seguidores – Jonathan Edwards – Traducción Ana Martínez)

Fuente: diariosdeavivamientos.wordpress.com

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