Por: Julio
César Barreto
La vida es una constante, siempre
hay que tomar decisiones en uno u otro sentido. Las hay de mayor o menor
importancia. Las naciones han tenido en su momento (en la persona de sus dirigentes)
que escoger entre una opción u otra. De esta
manera decidieron ir a la primera guerra mundial, y más tarde a la segunda,
dejando con ello una estela lamentable de vidas perdidas, pobreza, destrucción
y condujeron así a millones de seres
humanos a dos de los más graves y tristes episodios que le ha tocado vivir a la
humanidad.
A nivel de cada individuo, también
en esta vida nos toca dilucidar asuntos. Desde muy temprana edad comenzamos a decidir,
qué estudiaremos, con quién nos casaremos, el color de la camisa, los zapatos que nos pondremos hoy. Unas determinaciones
son evidentemente más trascendentales que otras, pero al final de cuentas son
decisiones.
¡Cuidado al decidir!
Inevitablemente, un día llegará en
el que tendremos que reflexionar muy seriamente, acerca de algún asunto vital. En ese momento o lugar hará falta
concientizarnos que lo que determinemos
afectará no únicamente a nuestra
persona, sino a nuestro entorno familiar y social; por lo que estaremos en presencia
de algo Crucial y que deberemos resolver acertadamente.
Hay decisiones que se toman
individualmente, otras se deciden entre dos o más personas, e inclusive hay las
que debe tomar una Nación por entero. Ese fue el caso de Israel cuando Dios los
conminó a que eligieran (Jeremías 21:8), así también cuando Josué les retó a que decidieran a quien servirían (Josué
24:15):
Dios le dijo a Jeremías: Dile de mi parte a este pueblo: “A todos los que viven en Jerusalén
les daré a elegir entre la vida y la muerte” (Jeremías
21:8).
“Si no quieren serle obedientes, decidan hoy a quién van a dedicar su vida. Tendrán que elegir entre los dioses a quienes sus antepasados adoraron en Mesopotamia, y los dioses de los
amorreos en cuyo territorio ustedes viven ahora. Pero mi familia y yo
hemos decidido dedicar nuestra vida a nuestro Dios” (Josué 24:15).
Entre los distintos asuntos que
me ha tocado resolver en esta vida, ha estado presente con una inusitada
relevancia, el hecho de qué haría yo con mi alma, mi destino eterno, a qué dios
le serviría, qué preferiría, la vida o la muerte. Un buen día (por la Gracia de
Dios) escogí servir al único y verdadero Dios, al que creó los cielos y la
tierra y nos envió a Su Hijo Amado (“Jesús”), para dar su preciosa vida por
nosotros los pecadores. A Él me encuentro desde entonces rendido en obediencia
y adoración para siempre. Por eso hoy puedo afirmar con mi rostro en alto que
gracias a mi Dios: ¡HE DECIDIDO!
No hay comentarios:
Publicar un comentario