Por: Julio César Barreto
Cuando Pablo dijo: "He peleado la buena batalla" , entendemos por las Escrituras que se refería a un enfrentamiento contra enemigos externos (visibles y otros invisibles). De ahí que afirmó: "Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales" (Efesios 6:12).
Esto en lo que tenía que ver con lo invisible, pero por otra parte, también tuvo que librar batalla contra estos:
"...y esto a pesar de los falsos hermanos introducidos a escondidas, que entraban para espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús, para reducirnos a esclavitud, a los cuales ni por un momento accedimos a someternos, para que la verdad del evangelio permaneciese con vosotros"
(Gálatas 2: 3-5).
Pablo llama a los enemigos de la salvación "falsos hermanos". Pablo señala que estos falsos hermanos se habían introducido a escondidas, para espiar la libertad que hay en Cristo Jesús y hacer que los cristianos otra vez fuesen esclavos de la ley. Es necesario en este tiempo discernir también las falsas doctrinas y los falsos maestros que están en medio de nosotros, y que al igual que ayer, se han introducido encubiertamente.
Pero hay alguien más contra quien Pablo peleó. Nada más y nada menos que "contra si mismo". ¿Cómo así? ¿Pelear contra uno mismo? ¡Suena ilógico!. Quizás para algunos esto sea un tema difícil de entender, pero la verdad es que si no libramos enérgicamente esta batalla contra nuestras malas costumbres, nuestro egoísmo, nuestra vanidad, entre otros tantos males que se encuentran en nuestra naturaleza humana, las cuales forman parte de nuestra anterior manera de vivir, y hoy por hoy si no batallamos contra ellas y las sujetamos, estos males (cual monstruos) se levantarán de nuevo y nos harán dar traspiés.
De ahí que Pablo trató este asunto de la siguiente manera:
Golpeaba su propio cuerpo: "Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre" (1 Cor. 9:27).
Pablo hablaba de golpear su cuerpo y ponerlo en servidumbre, no estaba de acuerdo de ninguna manera con el ascetismo, ni estaba de acuerdo con los que, bajo la influencia del ascetismo, enseñan que nuestro cuerpo es un estorbo, el cual debemos tratar de deshacernos. Golpear nuestro cuerpo y hacerlo un esclavo significa ponerlo en servidumbre y "golpearlo" tanto que obedientemente se vuelve nuestro esclavo.
¿Cómo haremos que nuestro cuerpo se vuelva nuestro esclavo? Cuando ya no satisfagamos sus deseos, ni obedezcamos en modo alguno sus apetencias, sino que lo llevemos a la obediencia a Cristo. Pablo lo señaló de esta manera:
"Por eso les digo: obedezcan al Espíritu de Dios, y así no desearán hacer lo malo. Porque los malos deseos están en contra de lo que quiere el Espíritu de Dios, y el Espíritu está en contra de los malos deseos. Por lo tanto, ustedes no pueden hacer lo que se les antoje.
Pero si obedecen al Espíritu de Dios, ya no están obligados a obedecer la ley. Todo el mundo conoce la conducta de los que obedecen a sus malos deseos: no son fieles en el matrimonio, tienen relaciones sexuales prohibidas, muchos vicios y malos pensamientos.
Adoran a dioses falsos, practican la brujería y odian a los demás. Se pelean unos con otros, son celosos y se enojan por todo. Son egoístas, discuten y causan divisiones.
Adoran a dioses falsos, practican la brujería y odian a los demás. Se pelean unos con otros, son celosos y se enojan por todo. Son egoístas, discuten y causan divisiones.
Son envidiosos, se emborrachan, y en sus fiestas hacen locuras y muchas cosas malas.
Les advierto, como ya lo había hecho antes, que los que hacen esto no formarán parte del reino de Dios. En cambio, el Espíritu de Dios nos hace amar a los demás, estar siempre alegres y vivir en paz con todos.
Nos hace ser pacientes y amables, y tratar bien a los demás, tener confianza en Dios, ser humildes, y saber controlar nuestros malos deseos.
Les advierto, como ya lo había hecho antes, que los que hacen esto no formarán parte del reino de Dios. En cambio, el Espíritu de Dios nos hace amar a los demás, estar siempre alegres y vivir en paz con todos.
Nos hace ser pacientes y amables, y tratar bien a los demás, tener confianza en Dios, ser humildes, y saber controlar nuestros malos deseos.
No hay ley que esté en contra de todo esto. Y los que somos de Jesucristo ya hemos hecho morir en su cruz nuestro egoísmo y nuestros malos deseos. Si el Espíritu ha cambiado nuestra manera de vivir, debemos obedecerlo en todo".
(Gálatas 5: 16-25 TLA).
(Gálatas 5: 16-25 TLA).
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