Sin importar cuántas veces hayas leído la Biblia, sea que nunca la hayas leído o que ya la hayas leído 100 veces, puedo garantizarte que la próxima vez que la abras encontrarás cosas que te sorprenderán. Una de esas cosas sorprendentes se encuentra en Eclesiastés 7:2:
“Mejor es ir a una casa de luto
Que ir a una casa de banquete”.
¿Escribirías tú algo como eso? Es mejor ir a un funeral que a un festival. No me imagino que ninguno de nosotros se atrevería a escribir algo así. Entonces, ¿qué vamos a hacer con este texto? Solo tenemos un par de opciones. Podemos descartar esta enseñanza. Pero, ¿por qué querríamos desechar algo que dice Dios? O podemos seguir escuchando…podemos dejar que Dios nos explique un poco más. Observa lo que dice el resto del verso: “Mejor es ir a una casa de luto que ir a una casa de banquete, porque aquello es el fin de todo hombre, y al que vive lo hará reflexionar en su corazón”.
Salomón no está diciendo que es malo ir a fiestas y celebrar. De hecho, unos capítulos más adelante el mismo autor escribe, “Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia; y anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos” (Ecl. 11:9). Lo que sí está diciendo Salomón es que muchos de nosotros vivimos nuestra vida tratando de evitar lo inevitable. Nos gusta evadir con todo tipo de entretenimiento el pensamiento de que el fin de cada uno de nosotros es un funeral. La reportera Ann Patchett dice que “Posponer nuestra propia muerte es uno de nuestros pasatiempos nacionales favoritos”.[1]
Aunque un funeral es un memorial a un ser querido, la verdad es que son “los que viven [nosotros]” los que “deberían tenerlo presente”. La versión Reina Valera 1960 dice que “el que vive lo pondrá en su corazón”. ¿Qué debemos poner en nuestro corazón ante la realidad de que un funeral es el fin de toda la humanidad?
  1. La muerte no es normal

La razón por la que escribo este artículo es porque compartí algo similar en el funeral de mi suegra, una persona muy querida para mí. Tenía solo 49 años de edad cuando exhaló por última vez. Uno de los pensamientos que visitaron mi mente fue el hecho de que la muerte no es algo natural, y es por eso que duele tanto. No se supone que las cosas deberían ser así. Salomón mismo dice que Dios ha puesto la eternidad en el corazón de todos los hombres (Ec. 3:11). Todos anhelamos vivir por siempre precisamente porque Dios puso ese deseo en nuestro corazón. Verás, así era en el Edén. Dios había puesto ante Adán y Eva la maravillosa normalidad de no morir, sino más bien vivir por siempre bajo la bendición de Dios. Ellos tenían acceso a todo árbol, incluyendo el árbol de la vida, pero escogieron pecar contra Dios, queriendo ser iguales a Él, y dieron así la bienvenida a la muerte (Rom. 5:12). La muerte es el galardón del pecado (Rom. 3:23). Entonces, cuando una persona muere, llorar está bien. Es importante que recordemos que la muerte no es lo normal: es una maldición, y nuestro corazón gime por la normalidad del Edén.
  1. Dios es Dios

Otra cosa que “ponemos en nuestro corazón” en un funeral es el hecho que hay un solo Dios, y ese Dios no somos nosotros. Nos gusta pensar que tenemos el control de nuestra vida, pero cuando alguien muere nos damos cuenta no solo de que no tenemos el control, sino que nunca lo hemos tenido en primer lugar. Es en momentos así que nos percatamos que no solo Dios es soberano sobre nuestra salvación, sino también sobre nuestra muerte. David escribe “Tus ojos vieron mi embrión, y en tu libro se escribieron todos los días que me fueron dados” (Sal. 139:16). Dios ha decretado ya tu día final sobre esta tierra, mucho antes de que siquiera nacieras. Cuando alguien muere, no hay injusticia en Él, sino que Él toma lo que justamente le pertenece. Él es Dios. Recuerda eso la siguiente vez que vayas a un funeral.
  1. Cristo ha conquistado la muerte

Cristo, el nuevo Adán, ha revertido la maldición del pecado en la cruz. Cuando Jesús estuvo en otro jardín, el Getsemaní, Él fue tentado a evadir la cruz y rogó al Padre por una alternativa (Mar. 14:36). La respuesta del Padre fue un completo silencio, puesto que no había alternativa. Jesús era el único capaz de poder conquistar el pecado y la muerte. Enteramente Dios y enteramente hombre, era la única opción de satisfacer la ira de Dios y al mismo tiempo la representación humana. Jesús fue a la cruz, murió, y al tercer día resucitó. Pablo explica el significado de esto: “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Co. 15:21-22). Esa es nuestra esperanza. Cristo resucitó primero para ser la garantía de la resurrección de los que han muerto en Él. Ahora Cristo está poniendo a todos Sus enemigos bajo Sus pies, “Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte” (1 Cor. 15:26). Al final, Cristo regresará por los que duermen y hará todas las cosas nuevas (Ap. 21:5).

Conclusión

¿Comprendes por qué es mejor ir a una casa de luto que a un banquete? Es en momentos como este que consideramos las preguntas más grandes de la vida y que tenemos la oportunidad de que nuestra tristeza se convierta en arrepentimiento que conduce a la salvación (2 Cor. 7:10). Entonces, la próxima vez que vayas a un funeral, alienta a otros con estas palabras (1 Tes. 4:18). Asimismo, considera que tu propio funeral pudiera ser el próximo. Considera que “solo hay una vida, muy pronto pasará. Lo hecho por Cristo por siempre durará”.[2]

[1] Ann Patchet, “Sacred Senseless”, The New York Times Magazine, Octubre 20, 2002.
[2] Cita atribuída a C.T. Studd
Fuente: http://www.thegospelcoalition.org/