Romanos 7:14-25 no describe a un incrédulo o a un creyente que vive
conforme a la carne, sino que describe a un discípulo victorioso.
Puede
parecer un poco extraño lo que Pablo dice, ¿por qué harías lo que no
entiendes? Aquí Pablo no escribe de cometer pecado de manera consciente
(conscientemente ceder ante los deseos de la carne). Porque cuando
cometes pecado de forma consciente, entonces sabes y entiendes muy bien
lo que estás haciendo.
Romanos 7:23: “Otra ley en mis miembros”
Pablo
vivió una vida crucificada. No sirvió a la ley del pecado con su mente.
(Romanos 7:25) Según el grado de la luz* que tenía, se deleitó en la
ley de Dios en el hombre interior. (Romanos 7:22) Eso significaba que se
deleitó en amor, en bondad, en misericordia. Esa era la actitud de su
mente. En aquellas áreas, donde había recibido luz, allí crucificó al
pecado en su cuerpo. Su mente, la cual servía a Dios, paró a estos
deseos pecaminosos.
Sin embargo
había muchas áreas en la vida de Pablo donde todavía no había recibido
luz. Allí fue llevado cautivo a la ley del pecado en sus miembros, de
manera que hizo cosas que aborrecía. “Pero veo otra ley en mis
miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva
cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.” Romanos 7:23.
Alguien
que comete pecado de manera consciente no hace lo que aborrece, porque
su mente aprueba la acción. La concupiscencia, después que ha concebido,
da a luz el pecado. La concepción sucede cuando en nuestra mente
estamos de acuerdo con el deseo. Entonces se da a luz al pecado.
(Santiago 1:14-15) Tal persona sirve a la ley del pecado con su mente.
Pablo no escribió de ese tipo de pecado en Romanos 7. Él sirvió a la ley de Dios con su mente, pero al mismo tiempo se manifestó pecado que aun estaba presente en su carne,
sin que él lo aprobara. Él sirvió a la ley del pecado con su carne.
Esas reacciones de la carne se pueden haber manifestado en forma de
pensamientos o sentimientos, las cuales tuvo que vencer (la tentación),
pero también se manifestarón en forma de acciones o palabras, las cuales
nunca pasaron por su consciencia en forma de una tentación. Más tarde
recibió luz de esas acciones, cuando se dió cuenta que no eran según la
voluntad de Dios, por lo qual era algo que aborrecía (las obras del
cuerpo).
La ley es espiritual,
pero Pablo entendía que él era carnal, vendido al pecado. Con su mente
servía a Dios, pero también se dio cuenta que no moraba el bien en su
carne. (Romanos 8:18) Así que, con su carne no podía hacer otra
cosa que servir a la ley del pecado. Su mente (la cual servía a Dios)
estaba en contra de su carne (la cual servía al pecado), y eso creó un
conflicto de voluntades en su cuerpo. (Romanos 7:23)
“De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí.”
Romanos 7:17. No era Pablo (su mente consciente) quien hizo las cosas
que odiaba, sino era el pecado que moraba en él (en su carne). (Romanos
7:17) No lo había visto, no había recibido luz sobre ese pecado. Por eso
exclama: “!Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” Romanos 7:24.
La mente de un discípulo
Pablo responde a su propia pregunta: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro.”
Romanos 7:25. Antes de que Jesús venciera y nos dejara un ejemplo que
podemos seguir, no era posible para los seres humanos vencer sobre todo
el pecado en la carne. Pero ahora, Jesús nos ha dado el Espíritu Santo, el cual nos puede mostrar el camino a través de la carne.
Así
como Pablo, nosotros también recibimos una nueva mente cuando nos
arrepentimos y empezamos a servir a Dios, y ya no somos nosotros los que
servimos al pecado. Lo que viene de nuestra carne no se comete
voluntariamente.
Cuando estamos
en Cristo Jesús y servimos a la ley de Dios con nuestra mente, entonces
no hay condenación si hacemos las cosas que aborrecemos. (Romanos 8:1)
No somos condenados por ser tentados (por tener pensamientos o
sentimientos que nos seducen a pecar), ni por acciones que podemos haber
hecho sin que pasaran primero por nuestra mente consciente, para poder
elegir.
Sin embargo está
escrito que necesitamos hacer morir esas “obras del cuerpo” por el
Espíritu, entonces viviremos. (Romanos 8:13) Aquí se trata de ser un
siervo del Espíritu. El Espíritu nos mostrará nuestro pecado. Él nos
guiará a toda la verdad y nos dará el poder que necesitamos para vencer.
Si somos fieles y obedientes a las ordenes del Espíritu, entonces
veremos y venceremos con el tiempo cada vez más de nuestra naturaleza
humana y pecaminosa.
No podemos
ser más perfectos, o servir a Dios en un momento más allá del grado de
la luz que hemos recibido. Pero tenemos que andar en el Espíritu, eso
quiere decir que tenemos que actuar de acuerdo a la luz que hemos
recibido. Entonces veremos más de esa carne, más de ese cuerpo de pecado
que con el tiempo debe ser destruido. Nos consideramos muertos al
pecado (Romanos 6:11), así que, cuando en la luz de Dios se nos revela
una nueva área, entonces ese pecado también será crucificado. Así somos
discípulos de Jesús, negándonos a nosotros mismos y tomando nuestra cruz
cada día. (Lucas 9:23-24)
¡Es
glorioso andar en este camino! No deberíamos sentirnos mal cuando Dios
nos da más luz y llegamos a ver a nuestro pecado en esa luz, sino que
deberíamos regocijarnos y ser felices, pues ahora podemos hacer algo con
respecto a eso. Ahora podemos hacer morir las obras del cuerpo por el Espíritu. (Romanos 8:13; Santiago 1:2-3) No lo hace el Espíritu por nosotros; nosotros lo tenemos que hacer por
el Espíritu. Entonces entramos a la santificación – cada vez más
liberación conforme a la destrucción de nuestro cuerpo de pecado, que
sucede poco a poco, y es reemplazado por una nueva creación – las
virtudes, la vida de Cristo, naturaleza divina. (Romanos 5:5-6; 2
Corintios 4:10-11; 2 Corintios 5:17; 2 Pedro 1:3-8)
Este artículo fue inspirado por un mensaje de Kåre J. Smith el 27 de febrero 2018.
*Recibir
luz: Recibir luz significa que el Espíritu Santo te da revelación sobre
algo. Por ejemplo puedes recibir luz sobre tu propio pecado y ves que
eres egoista, orgulloso, etc. También se puede referir a que recibes más
entendimiento (revelación) de la Palabra de Dios. (Salmos 119:130)
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