Por: Julio César Barreto
“No te rías, no es un chiste. Hay luto, hay dolor.
Pero el mundo aún puede cambiar un poco” *
Al hablar de este tema, resulta
evidente que las opiniones están divididas entre los que muestran un gran escepticismo y otros mucho optimismo, en cuanto a querer
cambiar este mundo, pero ambos extremos deben estar de acuerdo, al menos en
algo; todos somos parte de este mundo y nada cambiará por sí solo. Todos
(individualmente) debemos cambiar, para que de algún modo se genere aunque sea,
una leve diferencia.
En la misma medida en que
persistamos en lo que parece ser una “Utopía”, avanzaremos y los cambios se incrementarán. León Tolstói
dijo: “Todos quieren cambiar el mundo,
pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo”.
Necesitamos un líder idóneo para lograrlo:
Ya lo han intentado algunos
protagonistas de la historia, pero han fracasado rotundamente. También hemos
visto surgir grandes movimientos con participación masiva de
personas ávidas de cambios. Así han aparecido en escena en siglos pasados y en
el presente, importantes revoluciones a nivel industrial, ideológico, político,
que en honor a la verdad han cambiado algunas veces el Statu Quo de las
sociedades, reformando (solo en parte) algunas aéreas claves de una nación, no siempre para
el bien, sino para profundizar en el atraso, las injusticias Ocasionando más
pobreza material, moral e intelectual, y lo más importante, una enajenación total de la
vida espiritual de la gente, que los sume en un desconocimiento de Dios y de
sus leyes, que pueden traer Bendición y prosperidad a todo ser humano que las
acepta en lo más intimo de su ser.
Estos líderes han fracasado
rotundamente en cuanto a poder cambiar para bien, nuestro mundo. Y por eso nos preguntamos: ¿Quién es ese
líder que si lo puede hacer? Necesitamos alguien que dirija esa transformación. No puede ser cualquiera, debe ser una persona intachable. La humanidad esta urgida de una persona real,
no un mito. Un líder incuestionable, al que todos quieran seguir
voluntariamente; ¡Jesús es ese líder!
Hay (al menos) dos maneras de ver
al mundo; uno que no hicimos nosotros sino Dios, y otro que ha sido la
consecuencia de nuestros actos, los cuales (debemos reconocerlo) en su inmensa mayoría, no han sido buenos. Ese
mundo lo hemos creado nosotros, y lo hemos configurado muy mal, con una
multiplicidad de desperfectos. Por esa
razón hoy la humanidad entera (a pesar de las
diferencias de pensamiento y creencias)
clama desesperadamente porque hayan cambios, que traigan bienestar a la
gente.
Se necesita una generación de hombres y mujeres nuevos
para producir cambios en el mundo:
para producir cambios en el mundo:
¿Es posible generar hombres y
mujeres totalmente nuevos? Afortunadamente la respuesta es: ¡Si es
posible! Dios dice: (2 Cor. 5:17)
“De
modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron;
he aquí todas son hechas nuevas”.
Debemos ser capaces de influir en
el género humano, en áreas tan
disímiles, pero importantes como: la cultura, la educación, la política, las
clases sociales entre otras. Pero es clave que entendamos que todo esto
comienza, a partir de cada uno de nosotros como individuos. Nada cambia si tú y
yo no cambiamos primero. Y nadie (en absoluto) puede cambiar por si solo, sino
viene primero a “Jesús”, para ser transformado por Él.
Necesitamos que Dios nos cambie integralmente
(todo nuestro ser). Nuestra forma de pensar y de actuar debe ser tratada por el Espíritu Santo y la Palabra de Dios que tiene poder para cambiar las vidas. Luego vamos por el mundo entero, comenzando
por el punto geográfico en que vivimos, diciéndole a todos: “El mundo aún puede cambiar un poco”. ¡Hay
Esperanza! ¡Cristo es esa única Esperanza!
* Un poco; porque hay (lamentablemente) mucha resistencia por parte de los seres humanos, para recibir gustosamente esta buena noticia (el Evangelio). En terminos comparativos, son muchos más los escépticos que los crédulos.
Jesús dijo:
"Ustedes examinan las Escrituras porque piensan tener en ellas la vida eterna. ¡Y son ellas las que dan testimonio de Mí! Pero ustedes no quieren venir a Mí para que tengan esa vida". (Juan 5: 39-40)
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