miércoles, 23 de diciembre de 2015

LA IMPORTANCIA DE LO QUE HACEMOS EN SECRETO

          La_importancia_g.jpg

Derek Thomas
 
Según Jesús, lo que hacemos en secreto es lo que más importa. Sin embargo, él no está insinuando que lo exterior no es importante —en lo absoluto—. Como dice Santiago, “¿de qué sirve, hermanos míos, si alguien dice que tiene fe, pero no tiene obras? ¿Acaso puede esa fe salvarlo?” (Stg 2:14).
La respuesta a esa pregunta es enfáticamente no. Sin embargo, también es posible mostrar obras externas pero estar vacíos en el interior. Si ese es el caso, tal religión es fingida. En el Sermón del Monte, Jesús usa seis veces la palabra secreto haciendo alusión a tres obras diferentes:
    • Da “en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6:4).
    • Ora “en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6:6).
    • Ayuna “en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6:18).
En el Sermón del Monte, Jesús aborda el asunto de la autenticidad. Pensemos en esto: ¿cuán genuina es nuestra relación con el Señor Jesús? Es absolutamente posible hacer alarde de una piedad exterior —dando el discurso— sin demostrar una piedad interna. Esta es la verdad de cada persona que profesa el cristianismo; y en especial, de aquellos que están involucrados en el ministerio. Es cierto, el cristianismo auténtico demanda una “obra de fe” externa y perceptible (1Ts 1:3; 2Ts 1:11); no obstante, también requiere afectos piadosos genuinos y una disciplina interior del corazón.
Existe una forma de llevar a cabo el ministerio que se trata más de autoservicio que de autosacrificio; más de autocomplacencia que de autodisciplina; y más de autopromoción que de autonegación. Por otro lado, también existe la generosidad concebida para ser reconocida —placas colgadas en las paredes para ser leídas por las generaciones venideras o comunicados de prensa en los que se informa al mundo de las “generosas donaciones”; oraciones al más puro estilo de Cranmer, como en el siglo XVI, insinuando la profundidad de la piedad personal; ayuno que se exhibe usando camisetas de cuello abierto que muestren un torso “en los huesos”—.
Sin embargo, todas estas demostraciones externas de piedad pueden ser simplemente hipocresía. La palabra griega traducida como “hipócritas” (Mt 6:2, 5) se refiere a una máscara que los actores de la antigüedad usaban para aparentar o dar un espectáculo. Por lo tanto, si das con espectáculo, si oras con orgullo, o si ayunas haciéndolo notar, ese ministerio no es auténtico; es una farsa.
Pablo fue acusado de tener un ministerio falso. Los corintios decían que había una discrepancia entre la forma en que escribía sus cartas y la manera en que él era en persona: “sus cartas son severas y duras, pero la presencia física es poco impresionante, y la manera de hablar despreciable” (2Co 10:10). Esta es una acusación grave. En su segunda carta a la iglesia de Corinto, Pablo se defiende a sí mismo a lo largo de casi toda la carta. La crítica se hizo por envidia y, por lo tanto, no era legítima. Sin embargo, el asunto es que la acusación podría ser real —no para Pablo, sino que para nosotros—. El liderazgo nos llama a la sinceridad, a la autenticidad y a la transparencia.
Es cierto, hay algo cliché en la palabra auténtico cuando se aplica al ministerio cristiano (agreguen también contemporáneo, intencional, relevante y comunidad a esa lista). Si realmente necesitamos agregar la descripción auténtico a nuestra vida, probablemente estemos intentándolo demasiado y, por lo tanto, no estemos siendo auténticos en lo absoluto. No obstante, la hipocresía está al acecho en todas partes, en particular en el ministerio cristiano, y el riesgo es nuestro si la ignoramos.
Si ha de ser genuina, la piedad debe encontrarse en el corazón. Aquel que ora más en público que en privado, o sólo muestra su generosidad en eventos especiales cuando es más probable que se le agradezca por eso, o practica disciplinas espirituales y hace saber a todo el mundo cuán difícil es la rutina que mantiene, está más preocupado de la apariencia exterior que de tener un corazón que se relaciona con Jesús.
Jonathan Edwards observó este patrón de hipocresía con respecto a la oración:
Quizás se ocupan de ella en el Día de Reposo, y a veces, en otros días. Sin embargo, han dejado de tener como práctica constante el apartarse para adorar a Dios a solas y buscar su rostro en privado. En ocasiones, lo hacen un poco para calmar sus conciencias y para mantener viva su antigua esperanza, porque para ellos sería escandaloso, aun después de apaciguar sus conciencias, llamarse a sí mismos “conversos” y, sin embargo, vivir sin orar jamás. No obstante, han abandonado en gran medida la práctica de la oración privada.
En la última década, ha habido un aumento en el uso de las “oraciones escritas” en los servicios presbiterianos. En parte, es un reflejo del deseo de mejorar la adoración. Ciertamente, las oraciones litúrgicas, escritas y preparadas se prefieren por sobre la insuficiencia y vacuidad de algunas oraciones improvisadas. No obstante, las oraciones escritas (sacadas, por ejemplo, de El valle de la visión) también podrían enmascarar el vacío del corazón.
Thomas Cranmer parece haber comprendido el peligro de usar la máscara de la hipocresía cuando incluyó la Colecta de Pureza en el Libro de Oración Común de la Iglesia Anglicana. Cranmer la puso justo antes de la celebración de la Cena del Señor:
Todopoderoso Dios, para quien todos los corazones están manifiestos, todos los deseos conocidos, y ningún secreto encubierto; purifica los pensamientos de nuestros corazones con la inspiración de tu Santo Espíritu, para que te podamos amar perfectamente y celebrar dignamente tu santo nombre; por Jesucristo nuestro Señor.
  
Esta es una oración para toda ocasión.

Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.Traducción: María José Ojeda
Fuente: http://www.accesodirecto.org/

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Al Maestro con cariño