El Nuevo Testamento demuestra claramente que nadie en la Iglesia tiene derecho a enseñorearse de nadie (1 Pedro 5:3).
Por: Will Graham
Estamos bien acostumbrados a escuchar noticias sobre el abuso físico, el abuso emocional, el abuso verbal e incluso el abuso sexual. Pero se ha escrito muy poco sobre una de las grandes enfermedades eclesiales de nuestro tiempo, a saber, el abuso espiritual.
Con abuso espiritual me refiero al fenómeno extendido en el cual ciertas ‘autoridades espirituales’ se atreven a ocupar el lugar de Dios y se autoproclaman señores sobre el pueblo de Dios, manipulando y aplastando al rebaño en el proceso.
Tristemente, muchos hermanos y hermanas tienen miedo a la hora de hablar en contra de tales peces gordos (por temor a denunciar a los ‘ungidos del Señor’ o por ser acusados de seguir al diablo) y por lo tanto, se ven obligados a soportar a esos tiranos religiosos. Y lo que es aún más triste es que hoy en día muchas personas creen que esta forma de ministerio es exigido por Dios (cuando nada podría estar más lejos de la verdad).
El Nuevo Testamento demuestra claramente que nadie en la Iglesia tiene derecho a enseñorearse de nadie (1 Pedro 5:3). Esta prohibición incluye liderazgo autoritario, demandas injustas que explotan a los demás, burlas, humillación pública, amenazas, manipulación emocional y explosiones de ira. ¿Acaso no fue Cristo quien enseñó que el ‘líder’ cristiano tenía que ser el siervo de todos (Mateo 20:26)? Me pregunto: ¿quién habrá oído hablar de un siervo tratando a su amo como si fuera un trozo de carne? ¡Nadie! Entonces, ¿de dónde sacan esos abusadores su autoridad espiritual? ¿Cuándo les dio el Señor el derecho de aprovecharse de los creyentes comunes y corrientes? ¿Cómo es que esos opresores se creen dueños de una comunidad salvada por la pura gracia del Altísimo?
La Iglesia es llamada a ser un reflejo del Dios trino, es decir, una comunidad de amor y comunión. El Padre, el Hijo y el Espíritu se deleitan el uno en el otro. Un Dios tan gozoso y amoroso jamás estaría a favor de ningún tipo de dictadura eclesiástica porque cualquier tipo de liderazgo totalitario iría directamente en contra de la naturaleza comunitaria de Dios. No hay nadie encima del pueblo del Señor. ¡Nadie! ¡Ni el predicador más ferviente ni el teólogo más instruido! ¡Sólo Dios! ¡Sólo Cristo! ¡Sólo el Espíritu! Todo esto quiere decir que si el liderazgo no se lleva a cabo conforme al modelo de Cristo, es una abominación ante los ojos de Dios (independientemente de cuántos cientos o miles se congregan en aquella Iglesia).
¿Cómo son los ministerios que abusan espiritualmente? Bueno, si no haces lo que ellos te dicen, estás desobedeciendo a Jesús. Si hablas positivamente de cualquier otro ministerio (que no sea el suyo), te escuchan con un silencio tenso. Si preguntas cualquier cosa incómoda (o ves algún asunto de forma diferente), te tachan de rebelde. Si no cumples todas las reglas eclesiales meticulosamente, te critican y los fans de los líderes te miran con desprecio y desaprobación. Si piensas por ti mismo o pides consejos a otra persona, estás pecando contra la autoridad del déspota. ¿Te suena familiar? Espero que no.
Tal vez el rasgo más distintivo del tirano espiritual es que espera de los demás cosas que él (ella) no está dispuesto(a) a hacer. Todos –menos él o ella- tienen que cumplir las reglas y normas. Tales líderes no tienen autoridad ninguna. Son peligrosos, perniciosos y hacen mucho daño a los corazones tiernos del pueblo de Dios. ¿Cuántos millones de hermanos nuestros estarán sufriendo en silencio a manos de tales dictadores hoy día?
Así que hoy te invito a orar por todos aquellos que han sufrido (o siguen sufriendo) abuso espiritual. Pidamos al Señor que llene a nuestras congregaciones con líderes conformes al corazón de Jesús que siembran los valores liberadores del Reino de Dios y que todos los ‘siervos’ que abusan sean echados fuera de la comunidad de los santos para que no sigan haciendo daño a las ovejas del Señor. Oremos:
Renueva nuestros púlpitos, Señor.
Renueva nuestras Iglesias, Señor.
Renueva nuestro liderazgo, Señor.
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