“Dios es padre común de todos los hombres”.
Por: Joaquín Acosta
Alejandro Magno, registrado por Plutarco.
Alejandro no sólo fue un hombre valiente y ambicioso. Fue un individuo que consagró su vida a hacer realidad el sueño de su padre, que era el de construir una Macedonia fuerte y victoriosa, dejando en el pasado las luchas fratricidas. Alejandro quiso efectuarlo de la mejor manera considerada en su tiempo, y no sólo lo logró, sino que asimismo superó tales criterios e ideales. Este hombre se consagró a ser el mejor en lo verdaderamente importante de su época. De ahí su doma de Bucéfalo, o su costumbre de ser el primero en entrar en combate en las batallas en las cuales participó, o encabezar el asalto de las murallas que protegían las ciudades que sitió. Pero hay mucho más. Alejandro afrontó las penurias sufridas más intensamente que sus propios soldados como lo demuestran las marchas ejecutadas en Egipto, el Hindukush o Gedrosia. No sólo venció a todos sus rivales contemporáneos, sino igualmente se dedicó a competir con los más grandes personajes de su mundo: no sólo con Filipo y Ciro el Grande, sino también con Aquiles, Heracles y Dionisios. Y lo más impresionante de todo es que no sólo los emuló, sino que los superó con creces. Desde el plano físico hasta el espiritual.
Alejandro fue un hombre que pudo haberse dedicado a llevar una vida fácil y muelle, pero prefirió seguir el camino difícil, aun cuando sus más calificados asesores en más de una ocasión le recomendaron que renunciara a sus propósitos. Espontáneamente, asumió los más grandes ideales de su tiempo, utópicos para la gran mayoría de sus contemporáneos (y de algunos individuos de hoy) e igualmente los superó con creces. De paso consiguió que lo más valioso de la civilización griega se expandiera por el mundo conocido en aquel entonces, y por regiones cuya existencia se consideraba producto de la fantasía. Y con todo, fue más lejos aún: enriqueció la civilización occidental al aportarle las más grandes conquistas del mundo oriental de aquel entonces, muy diferente al de nuestros días.
Sin embargo, la ambición no es el único rasgo característico de Alejandro. El Magno fue un soberano piadoso, que rendía honores a los dioses de acuerdo con la costumbre de la época, incluso en el umbral de su propia muerte. Pero así mismo, el macedonio respetaba los valores y las costumbres extranjeras, mientras éstas no atentaran contra los más elevados aportes de la ética de su tiempo. El Magno emprendió en Asia una guerra contra los sacrificios humanos, pero no de una manera brutal, sino mediante campañas de educación. Siempre agradeció públicamente a los dioses sus victorias, así como a sus maestros y más valerosos subalternos.
La espiritualidad de Alejandro fue sincera, no sólo encaminada a guardar las apariencias ante sus soldados. La genial política desplegada por este conquistador, mediante la cual venció la resistencia fanática del clero y pueblos asiáticos, se debe en buena parte a sus convicciones éticas y morales, producto de la fe en sus dioses, sus propias experiencias personales y ciertas apreciaciones de Herodoto y Jenofonte, más que las lecciones de Aristóteles. La ética de Alejandro se nota en su deseo de cumplir una misión divina, la cual alimentó su invencible fuerza de voluntad y fe en la victoria. Una de las muchas pruebas que demuestran la presente afirmación, fue el rechazo de Alejandro hacia las tentadoras ofertas de Darío, encaminadas a que el macedonio desistiera de sus benéficos proyectos de conquista. El Magno en más de una ocasión, antepuso el honor y la grandeza a la codicia. Convenció a los griegos y asiáticos de que serían tratados como iguales, porque les trajo efectivamente prosperidad social y económica. Esta es una de las muchas razones por las que Alejandro terminó convirtiéndose en uno de los hombres más adinerados y admirados de la historia.
Su espíritu visionario desborda con creces el campo de batalla. Sus medidas administrativas se siguen estudiando en las diferentes facultades de ciencias humanísticas y económicas de hoy, por uno u otro motivo, pero reconociendo siempre el acierto de sus planteamientos y las consecuencias benéficas que se siguen verificando hasta nuestros días, como es el caso de sus programas de educación pública, o su pionero empleo de los certámenes artísticos y deportivos entre sus hombres como instrumento para aumentar los niveles de excelencia de su organización, o la especialización a la que sometió a su cuerpo de asesores. Los más competentes presidentes de las grandes multinacionales de hoy, se dedican a aprender el idioma y cultura de los mercados a “conquistar”, así como a demostrarle a sus subalternos que si están en el más alto cargo jerárquico, es porque se lo merecen.
Inclusive como ser humano el macedonio sigue exhibiendo aspectos atractivos. Alejandro fue un hombre de afecto incondicional y sincero. La paciencia que tuvo para con Olimpia, a la que alejó del poder pero al mismo tiempo protegió en su dignidad como reina madre de Macedonia, las muestras de afecto que tuvo para con sus amigos, soldados y hasta su caballo de batalla y perro de caza favorito (llamado Peritas) así lo confirman. Aún el dolor que le produjo la muerte de Clito demuestra la naturaleza de su alma. La magnanimidad que mostró con Timoclea, la familia de Darío o Poros, el sincero amor que sintió por Barsine y Roxana, sus intentos de llegar a un acuerdo pacífico con los rebeldes tebanos y el perdón que concedió a los bactrianos y sogdianos en Asia demuestran que el Magno era de sentimientos profundos y apasionados, más que fríos y calculados.
Como líder, Alejandro siempre fue decidido, sincero y generoso. Jamás intentó manipular los móviles de sus decisiones, ni violar los derechos de sus súbditos, como lo demuestra el episodio de Parmenión y Filotas, y hasta el de Clitos, pues su pecado fue más pasional que premeditado. Que los macedonios iracundos en Opis escucharan en silencio cuando Alejandro vociferó que él compartía sus penurias y peligros, demuestra que sus palabras fueron veraces. Lo acontecido en el Hífasis (India) en donde Alejandro accedió a desistir de su invicto avance únicamente para complacer a sus soldados igualmente indica que no era autoritario, sino persuasivo. En vez de imponer, inspiraba a sus hombres.
Otro rasgo que merece destacarse es el sentido realista del Magno, tan grande como su audacia, idealismo y ambición. Creía sinceramente en los dioses y propagaba a los cuatro vientos su respeto y gratitud hacia ellos, pero al mismo tiempo era extremadamente calculadora, prudente y previsiva. La forma en que planeaba sus campañas y medidas políticas rayaban en lo obsesivo, tal y como se puede verificar en la víspera del cruce del Hindu-Kush o Gedrosia. Sus subalternos soportaban su rigor porque sabían que sus medidas eran convenientes y acertadas. Alejandro no exigía nada de los dioses, sino que trataba de ganarse su protección mediante espiritualidad, ética, planeación escrupulosa y trabajo arduo.
A pesar de lo anteriormente expuesto, probablemente lo más admirable de la vida y obra del macedonio sea constatar que este titán histórico, el Prometeo de carne y hueso que le robó el fuego a los dioses -tal y como apasionantemente lo describe J. I. Lago en su elogio al Magno- no fue más que un simple mortal, con sus propias limitaciones, dudas y dramas. Hay más valor en una mujer que da a luz, que en el divino e invulnerable Aquiles, quien sólo combatió contra enemigos mortales y condenados por el destino, previamente engañados por los dioses más poderosos, precisamente los mismos que protegieron al mirmidón. Alejandro por el contrario, fue tan vulnerable como cualquier mortal, recibió toda clase de golpes y heridas -tal como lo anota Plutarco- pero lo más rescatable es que este favorito de los dioses también padeció los reveses de la fortuna, que fueron muchos:
El asesinato de Filipo aconteció en el momento más adecuado para los enemigos de Macedonia, pues el tesoro estaba exhausto por las deudas adquiridas por el propio Filipo, el ejército estaba divido entre el contingente habido en Europa y el destacado en Asia, así como el competente estado mayor forjado por el padre de Alejandro. Así mismo, los macedonios se encontraban rodeados por sus potencias enemigas, en tres de los cuatro puntos cardinales.
En la campaña de Europa, en el Lago Prespa, Alejandro fue envuelto por sus enemigos, los cuales contaban con una superioridad numérica apabullante. La situación recuerda la encerrona en la que cayó Flaminio en el lago Trasimeno a manos del genial Aníbal. Para empeorar la situación, el ejército macedonio andaba escaso de víveres. Una mente normal se hubiera rendido ante lo evidente: la fortuna se había puesto del lado del enemigo.
Poco después de la batalla del Gránico, Darío le confirió plenos poderes al competente Memnón, quien alistó la superior armada persa e infinitas cantidades de oro para invadir Grecia y de esta manera atacar la retaguardia de Alejandro, con una estrategia análoga a como Roma y Escipión lo hicieron en Iberia contra Aníbal, pues el imperio persa tenía el control indiscutible del mar.
En la víspera de la batalla de Issos, el competente Estado Mayor persa aisló a Alejandro de su retaguardia y bases de suministros. En Gaugamela, el servicio de espionaje persa informó a los generales de Darío del estado de terror en que se encontraban los macedonios por el eclipse habido poco antes.
Cuando el oro persa logró que los espartanos derrotaran un primer ejército macedonio en Grecia, poco antes de la invasión proyectada por Memnón, una de las muchas medidas diplomáticas adelantadas por Alejandro fue la de quemar el palacio de Persépolis, para así convencer a los griegos de que se mantuvieran leales a los tratados de alianza con Macedonia. La genial medida (que obtuvo en Grecia el resultado calculado por Alejandro) provocó al mismo tiempo el odio del clero persa, el cual inició una implacable campaña de propaganda que retrataba al macedonio como una especie de anticristo en versión asiática, a semejanza de como Europa vería a Napoleón posteriormente.
Los acontecimientos mencionados anteriormente, están debidamente verificados y registrados de una u otra forma por las diferentes fuentes. Todos ellos y muchos más, demuestran que Alejandro también fue sorprendido por circunstancias fortuitas, en donde los acontecimientos desbordaron con creces sus puntos fuertes: no fue culpa del macedonio que los reyezuelos del Danubio fueran hábiles políticos y actuaran coordinadamente contra los macedonios al poco del asesinato de Filipo. Con anterioridad al nacimiento del Magno tanto Atenas como Persia contaban con una armada muy superior a la escuadra macedonia. Filipo aprendió la manera de crear un ejército, no una flota. Tampoco es imputable a Alejandro que los pueblos asiáticos tuvieran un odio ancestral contra los occidentales, y que prefirieran morir antes que resignarse a ser conquistados por los detestados yaunna o yaunnanni, nombre con el que los persas designaban a los extranjeros.
Las anteriores realidades han marcado la derrota de más de un genio de la historia universal, en las diferentes épocas. Es verdaderamente injusto que al resto de personajes se les comprenda en sus limitaciones, mientras que más de un general de salón considere que el macedonio venció por que lo tuvo fácil. Semejantes “expertos” olvidan que los más grandes genios (como Aníbal, Escipión, César o Napoleón entre otros) reconocen una y otra vez el mérito que subyace en las numerosas hazañas y milagros realizados por el macedonio. Tales prodigios tienen un par de elementos en común:
Lo que verdaderamente merece rescatarse de Aquiles, es la forma en que se enfrentó a la muerte, a pesar de saber que su hora había llegado. Recibió la adversidad, el revés de la fortuna con una elegancia propia del mismo Zeus. Alejandro fue más allá aún. En más de una ocasión, la diosa fortuna le dio la espalda al soberano macedonio, tal y como se puede constatar con los ejemplos mencionados anteriormente. Pero en vez de resignarse tan gallardamente como Aquiles, Alejandro se negó a rendirse ante la fuerza del destino. Cada vez que oía a un experto decir que algo era imposible, el Magno se enardecía, y con el pecho inflado y los sentidos y su cerebro en su máxima tensión, se dedicaba a encontrar la manera de realizar lo irrealizable, y vencer así al “ineludible” hado.
Entre más dramática era la situación Alejandro se entusiasmaba aún más. En los peores momentos era cuando el cerebro del Magno producía las mejores ideas, las cuales al principio podrían parecer propias de un demente. Esculpir una escalera en Tesalia, o en los acantilados de Panfilia en el Mediterráneo Oriental, o respetar la dignidad del enemigo derrotado así lo confirma. Tales medidas fueron las que salvaron la vida de sus hombres, y constituyeron un aporte crucial en la consecución de la victoria. En vez de abandonar a sus hombres o resignarse a morir, Alejandro afrontó los reveses imprevistos, y para superar las insuperables pruebas imitó y mejoró las más notables maniobras de los generales que le antecedieron. Fue de esta manera como el Magno logró sus más grandes hazañas. Algo que es fácil de plasmar en el papel, pero que para ser debidamente ejecutado, implica vivir plenamente la siguiente máxima: no rendirse. Así de simple, pero no por ello menos trascendental.
Como con cualquier otro mortal, la fortuna se burló del macedonio en más de una ocasión. Se rindió por ello Alejandro? En lo absoluto. El Magno recibió las adversidades con una carcajada, con un grito y hasta con amargas lágrimas de desconsuelo. Inclusive, llegó al punto de considerar la posibilidad de suicidarse[1]. Pero finalmente se recuperó, inspiró profundamente, se secó los ojos y siguió respirando. Así de simple. Siguió respirando. No renunció. Se aferró más que nunca a sus sueños, y superó el dolor y desconsuelo mediante el esfuerzo permanente, tanto físico como mental. De esta manera se ganó el respeto de la mismísima fortuna, la más veleidosa e inconquistable de todas las deidades. El primer paso, fue creer que era posible, a pesar del dictamen de los expertos. Lo siguiente, fue levantarse y continuar cada vez que cayó. Durante el sitio de la ciudad-isla de Tiro, cuando los trabajos del asedio estaban bien avanzados, los sitiados aprovecharon que la fortuna les envió unos vientos favorables, y mandaron un barco incendiario (brulote) contra las obras de asedio.
El trabajo de meses, adelantado por los soldados e ingenieros macedonios fue calcinado en unos pocos minutos. En cuanto se enteró, Alejandro dio la orden de reiniciar las obras inmediatamente. No se rindió. No renunció. Se levantó, y siguió adelante. Esto es lo que significa ser un verdadero “Magno”. Fue así como el macedonio recibió el favor de la fortuna. Pero ser un favorito de esta diosa también tiene un precio. Hay que estar dispuesto a pagarlo. O considerar que la victoria es un mero asunto de suerte. Exponer que el camino de Alejandro estuvo inundado de rosas sin espinas, sencillamente es hacer una lectura peor que superficial de las circunstancias de uno de los hombres más valientes y admirables que haya producido la humanidad. Porque Alejandro no es el producto exclusivo de determinada raza, sexo, nacionalidad o ideología. El Magno exhibe los más elevados valores universales de nuestros días. La estructura genética del macedonio es exactamente la misma que la del resto de miembros de la especie humana. Lo que lo hace único y representativo al mismo tiempo, es su alma, un elemento que todos los seres humanos poseemos. Otra cosa es que algunos hayan renunciado a ella.
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