lunes, 14 de agosto de 2017

El depredador tenía a la mujer entre sus mandíbulas

Resultado de imagen para imagenes de tiburon blanco


Helen Signy

Elyse Frankcom estaba molesta por la discusión que había tenido la noche anterior con su mejor amiga. Elyse, de 19 años, lamentaba que se hubiesen enfadado y lo único que quería era sumergirse en las cristalinas aguas de Rockingham, al oeste de Australia, y olvidarse de la pelea. Sabía que al ponerse el cinturón con las pesas, las gafas de buceo y el tubo, podría escapar a un tranquilo y mágico mundo. Una de sus tareas como monitora de buceo era llevar a los turistas a nadar con los delfines.
Esa fresca mañana de octubre de 2010, los 33 turistas que habían pagado para realizar una excursión de buceo de seis horas formaban un grupo heterogéneo: tres niños, algunas mujeres de mediana edad, familias y extranjeros. Entre ellos se encontraba Trevor Burns, de 48 años, 130 kilos y una gran barba canosa que le llegaba hasta el pecho. Desde luego, no pasaba desapercibido.
Burns y su mujer, Julie, habían compartido muchas aventuras juntos antes de ir a Perth. Ese viaje era una sorpresa especial para su hija Megan, de 24 años, que venía de visita desde Brisbane. Julie casi nunca se aventuraba a meterse en el agua. Ese día estaba contenta de quedarse en cubierta. Podría relajarse, charlar y fotografiar a Trevor y a Megan con un grupo de delfines. Por su parte, Burns no tenía miedo a casi nada, pero esa mañana cuando llegó al muelle se estremeció con el fresco de la mañana.
Frankcom preparó su equipo de buceo y se ató precavidamente el repelente anti tiburones en uno de sus tobillos. Mientras, ella y su equipo compartieron algunas emocionantes noticias con sus pasajeros: uno de los delfines de un grupo familiar había dado a luz la semana anterior y tenían la esperanza de poder ver la cría.
Imagen relacionada
 Durante la mañana, el barco de buceo Apollo 3, de 15,5 metros de eslora, navegó por las aguas protegidas de la bahía y las islas de Rockingham. La tripulación no tardó en poner rumbo hacia donde estaban los delfines. Dividieron a los turistas en cuatro grupos para que entraran en el agua por turnos. Un guía de cada grupo manejaba una moto de agua que llevaba a remolque a los nadadores y cada nadador se agarraba al cinturón del nadador que llevaba delante.

El trabajo de Frankcom ese día consistía en atraer y entretener a los delfines manteniéndolos en la superficie para que los turistas pudieran verlos. Mientras la cadena humana formada por un grupo de pasajeros surcaba el mar, ella nadaba en la superficie y en el fondo para mantener entretenidos a los delfines. Mientras los delfines retozaban alrededor de los nadadores, los que estaban en cubierta se maravillaban con los silbidos y salpicaduras.
Burns y Megan llamaron a gritos emocionados a Julie cuando volvieron a bordo tras su primer encuentro cercano con los delfines. Burns se echó a un lado para dejar pasar a un miembro del personal que lo adelantó por la estrecha pasarela. Al hacerlo, resbaló y se dio un golpe con el brazo de un asiento cercano. “Estoy bien”, dijo, sintiéndose un poco avergonzado. “Solo es una pequeña herida”. Pero le dolían las costillas.

Antes de comer, el barco se encontraba a unos 300 metros de la isla de Garden, donde el agua tenía una profundidad de 7 metros. Un miembro de la tripulación divisó otro grupo pequeño: eran dos hembras y una cría recién nacida. Al contrario que los anteriores, esos delfines parecían erráticos, salían nadando a toda velocidad inesperadamente y después se acercaban de nuevo al barco.
Imagen relacionada
Julie, Megan y los demás en cubierta querían hacer fotos. Les suponía un reto. Así que Frankcom aceptó meterse al agua. “Ten cuidado. Despacio”, le recordó uno de los miembros de la tripulación. “Sin movimientos bruscos: no queremos asustarlos”.

La tarea de Frankcom consistía en bucear hasta el lecho marino y animar al trío de delfines a que subiera a la superficie. Solo un grupo entraría al agua con ella. Haciendo caso omiso de sus costillas contusionadas, Burns aprovechó el hueco que quedaba libre y Frankcom se deslizó cuidadosamente en el agua. Se olvidó completamente de encender el dispositivo del tobillo que emitía impulsos eléctricos para disuadir a los tiburones.
Burns y los demás bucearon en la superficie mientras Frankcom se adentraba en las profundidades para llamar la atención del grupo de delfines. En unos minutos, atrajo a los tres delfines junto a los buceadores, pero el trío se comportaba de una forma rara, desaparecía y volvía a aparecer. Una vez más, Frankcom intentó dirigir al trío a la superficie. Empezaron a subir desde el fondo del océano, pero volvieron a bajar inmediatamente. Debe ser por la cría, pensó mientras subía a la superficie a coger un poco de aire justo delante del grupo.
De pronto algo la golpeó. Una fuerza descomunal la golpeó por la espalda, sacándola del agua. Mientras se agitaba y jadeaba para coger aire, echó un vistazo al barco y luego miró al agua. Lo único que vio fue un bloque gris. Era un gran tiburón blanco.

Detrás de Frankcom, entre ella y el barco, Burns vio un torpedo pasar junto a él dejando una estela de agua. Durante un momento pensó que debía ser uno de los delfines, pero luego observó cómo una criatura que medía más del doble que un humano adulto arremetía contra las piernas de Frankcom.
Sus enormes dientes atravesaron el traje de neopreno por debajo de la rodilla hasta la parte superior de la cadera. De repente, la soltó momentáneamente para dar un bocado más fuerte y conseguir atraparla mejor. En ese momento, Frankcom se desmayó.
¡Suéltala!, era lo único que pensaba Burns mientras se abalanzaba hacia el tiburón para intentar sujetarlo. Abriendo los brazos al máximo,agarró al tiburón por detrás de la cabeza y después se aferró con todas sus fuerzas mientras el tiburón se removía y azotaba violentamente el agua. A su alrededor solo había agua teñida de rojo. Incapaz de mantener las manos alrededor del enorme y potente escualo, Burns empleó toda su fuerza para agarrarse a su piel rugosa. Cegado por la agitada agua roja, el tiburón lo lanzó por el aire como si fuera un muñeco de trapo, antes de volver a hundirse bajo la superficie. Pero a pesar de todo siguió agarrado.
Entre el caos por las violentas sacudidas del tiburón, las olas manchadas de sangre y su propio miedo, Burns se centró en una sola idea: conseguir que el tiburón se alejara de Frankcom.

En el barco, todo era un caos. La sirena sonaba para avisar a los nadadores de que salieran del agua. Nadie se dio cuenta de que Frankcom seguía en el agua: lo único que vieron fue el enorme cuerpo de Burns volando fuera del agua cuando el tiburón intentó deshacerse de él.
Burns no podía ver con claridad, pero podía pensar. La adrenalina lo ayudaba a mantenerse centrado y a enmascarar el dolor de sus costillas.
Aún entre las fauces del tiburón, a Frankcom le sangraban profusamente las piernas porque tenía las arterias seccionadas. De pronto “resucitó” y con las fuerzas que le quedaban intentó dar un puñetazo en el hocico al tiburón. Sus esfuerzos fueron inútiles, porque su puño contra el gran tiburón blanco era como darle una patada a un neumático. Mientras balbuceaba en el agua teñida de sangre, Frankcom se acordó de repente del dispositivo del tobillo. Se agachó como pudo y encendió el dispositivo. E inmediatamente después, se quedó inconsciente. El dispositivo del tobillo funciona emitiendo unos impulsos eléctricos que van directamente al hocico del tiburón y le provoca desagradables espasmos musculares. Burns seguía unido al tiburón en un abrazo desesperado cuando el escualo sintió el calambre de la señal de alta frecuencia. Dejó inmediatamente de dar sacudidas. Y tal y como había aparecido, desapareció adentrándose en el mar. Al huir de la tortura silenciosa del repelente, Burns se liberó fácilmente de él.
Cuando el agua se aclaró, Burns vio que Frankcom se estaba hundiendo. Había perdido las gafas de buceo y tenía los ojos abiertos mientras se iba hundiendo. Burns se zambulló y la agarró junto al lecho marino.
Los turistas corrieron hasta la plataforma de popa a nivel del mar para salir del agua, y cuando se dieron cuenta de que Burns había rescatado a Frankcom, se acercaron para ayudarle.
El tiburón le había desgarrado las piernas, pero el traje de neopreno seguía en buen estado y había ayudado a sujetar los fragmentos de las extremidades. Burns le sostuvo la cabeza contra su pecho mientras dos de los turistas, un ATS y una enfermera, se ponían a trabajar para estabilizarla, elevando y vendando sus piernas para evitar más pérdida de sangre.
En el muelle esperaba una ambulancia que llevó a Frankcom hasta el helicóptero en el que voló hasta el hospital, a 50 kilómetros. Durante la operación de urgencia, los médicos quitaron tres cuartas partes de uno de los colmillos del tiburón prendido en el hueso de su cadera izquierda y le cosieron las heridas de las piernas y las caderas con más de 200 grapas. Mientras, las enfermeras del hospital examinaron las costillas de Burns y confirmaron que se las había roto o fisurado en la caída en el barco.
Resultado de imagen para imagenes de helicoptero rescatando personas en el mar
Los expertos creen que el tiburón había estado siguiendo la pista de la cría de delfín y que su presencia explicaba el extraño comportamiento del grupo de delfines.
Frankcom hizo las paces con su mejor amiga inmediatamente. La experiencia le había enseñado que cada momento con un ser querido es precioso. Tardó varios meses en caminar sin muletas y de vez en cuando le siguen doliendo las piernas.
Burns recibió la Estrella al Valor, una condecoración australiana a los ciudadanos valientes. Hace poco se compró el equipo para iniciarse en el buceo. Su preocupación principal es que se respeten los hábitos de los tiburones. “No son como los perros a los que puedes amaestrar. Solo hacen lo que les demanda su naturaleza”, afirma.
Mientras tanto, Julie tiene más claro que nunca que el sitio más seguro es la cubierta del barco.

Fuente: readersdigestselecciones.es

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Libres de la aflicción