jueves, 5 de marzo de 2015

¡Yo no soy Digno!



                                      

    Por: Pr. Julio César Barreto


   Definitivamente hay acontecimientos en nuestra vida que nos marcan para siempre. Ese fue el  caso que hoy me he decidido a compartirles.  Recientemente me encontraba en mi estudio de grabación, haciendo mi trabajo que acostumbro en Ágape en la radio Producciones, cuando vino a mi mente aquel recuerdo que ha quedado imprimido en mi mente y que creo que permanecerá allí indeleblemente. Yo laboraba en una empresa naviera para ese entonces. Era un Oficial de a bordo. Nuestra jornada de trabajo era mixta, por lo que cada mes podíamos disfrutar de una semana de descanso, para estar con nuestra familia.

                                    

 Mi lugar de trabajo estaba ubicado en un viejo barco, muy grande, que estaba fondeado sobre aguas del Mar Caribe, a escasas millas de la Isla de Trinidad y Tobago. Aquel día (recuerdo) yo saldría a disfrutar de mi semana de descanso, para ello abordé un Helicóptero que me trasladaría de allí  a la ciudad de Puerto Ordaz, donde se encontraban las oficinas principales de la Empresa para la cual laboraba. En aquella ocasión solo volamos el Piloto y yo sentado en el lugar del copiloto. Nos elevamos y pusimos rumbo hacia nuestro destino. El viaje duraría unos 30  minutos.

E/T Boca Grande
   

 Todo parecía como un viaje de rutina, semejante a cualquiera de las veces anteriores en que había hecho el mismo recorrido en Helicóptero, pero  ese día sería diferente; sobrevolábamos el rio Orinoco y pude observar los trasbordadores llamados Chalanas, que cruzaban de una orilla a la otra y que trasladan vehículos y personas, entonces dije (a manera de un pensamiento en voz alta) al Piloto: “Desde allí me quedaría más cerca el retorno a mi hogar”. De repente noté que la nave perdía altura y comenzaba a descender. Alarmado miré al Piloto y le pregunté: ¿Qué sucede? – No percibí que hubiera ninguna falla en la nave, y de nuevo le pregunté al Piloto: ¿Qué haces? - ¡Vamos a descender aquí! – me respondió – Aquella acción del Piloto, me turbó. Me sentí confundido. 


Aquel día sobrevolamos el gran río Orinoco (Venezuela)

No podía creer que aquello estuviese sucediendo en realidad. Como Oficial de la Marina, y sin ser un piloto comercial, por asociación supe que aquello, era una irregularidad. Cada piloto tiene una ruta de vuelo, un punto de salida y de llegada. Aquello era una irrupción completamente inusual en la navegación aérea. Volví a dirigirme al Piloto diciéndole: ¿Por qué haces esto? ¡Yo no soy digno!. Entonces el Piloto habló y dijo unas palabras que motivan este artículo: ¡Tú eres digno! …¡Eres un hijo de Dios!. Guardé silencio. Finalmente el aparato descendió, se posó en tierra, descendí y antes de que se aglomerara la gente, que deseaban saciar su curiosidad ante un hecho inusual, me escabullí rápidamente del lugar, mientras la nave se elevaba rápidamente y se perdía en los cielos, para continuar (ahora si) con su ruta trazada.



                



La reflexión que siempre (a menudo) ha venido a mí, cada vez que afloran estos recuerdos, tiene que ver con la importancia que tenemos como hijos de Dios, nuestro Padre Celestial. No importa  en qué país hayamos nacido, cual sea nuestra instrucción, nuestra condición social, política o económica, tampoco importa el color de nuestra piel. Para Dios, todos sus hijos somos iguales y somos amados por Él incondicionalmente. Nuestro Padre Celestial ha hecho que tengamos valor y yo lo pude entender (como nunca antes) a partir de lo que me sucedió en aquella oportunidad, cuando me encontraba  sobrevolando  los cielos en aquel inolvidable día.




 Yo entiendo que es por los méritos de mi Señor Jesucristo que recibo estas bendiciones, por lo tanto a Él y solo a Él sea toda la gloria para siempre. Amén. 


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