Ante las grandes encrucijadas de nuestra vida solemos pedir un milagro del cielo. Uno que venga a salvarnos de la amenaza que tengamos delante, cualquiera que ésta sea. Pero en nuestra corta mirada acerca de las cosas, no solemos mirar mucho más allá del Mar Rojo que tenemos delante. Verdaderamente ese mar es gigante, pero no lo es más que lo que se esconde detrás de él. Así de pequeños somos. Con ese mar inmenso delante nuestro y con los egipcios a menudo persiguiéndonos detrás, es difícil ciertamente ver otras cosas que no sean el peligro inminente. Supongo que cuando se es corto de miras, o incluso ciego para ciertas cosas, como somos nosotros, no se puede pedir mucho más. Pero es importante, creo, que en los momentos de cierta luz e, incluso, quietud, nos hagamos alguna consideración acerca de dónde se amontonan las verdaderas dificultades, que no serán una, ni dos, sino muchas a lo largo de un extenso camino que se emprende tras ese recién cruzado Mar Rojo. En muchas ocasiones, lo que vivimos en nuestra vida es una consecución de varios mares abiertos delante de nosotros. Los milagros se suceden ante nuestros ojos, los sepamos ver o no, pero seguimos siendo inmediatistas y sólo podemos percibir una cosa a la vez, con lo que fácilmente podemos perder la perspectiva y, de hecho, muy a menudo lo hacemos.
Cruce del Mar rojo |
Pensaba en esos proyectos inabarcables desde nuestra fuerzas (que son todos, en realidad, aunque unos de forma más obvia que otros) en los que a veces nos vemos inmersos, tal como se vio el pueblo de Israel, a la espera de conquistar una tierra prometida que parecía inalcanzable si no fuera porque detrás estaba la promesa de Dios de que sería para ellos. Pero esa promesa había que creerla, no porque ello condicionara que se cumpliera, sino para poder saborear la verdadera bendición de Dios en toda su plenitud al alcanzarla. ¡Cuántas cosas nos perdemos o estropeamos, cómo alargamos nuestros viajes por el desierto, hasta llegar al punto hacia donde Dios nos dirigía desde el principio! El Mar Rojo no fue más que el comienzo. Y ese glorioso comienzo obligaba a varias cuestiones fundamentales tras atravesarlo: A generar conciencia de la compañía activa de un Dios que había comprometido Su palabra en que la misión llegara hasta el final, con el objetivo cumplido. A considerar detenidamente que era la mano del Señor mismo y no otra cosa (o persona) lo que permitía que el Mar Rojo pudiera ser atravesado en seco. A asumir que el paso del Mar Rojo suponía una garantía brutal acerca de lo que vendría después, pero que ese después habría de ser asumido por el pueblo con responsabilidad y coherencia, depositando fe absoluta en el mismo Dios que acababa de obrarles el milagro en el mar. Nos preocupa demasiado el Mar Rojo. Y no es que no tenga valor lo sucedido allí. Es que era solo el comienzo. El viaje y sus curvas correspondientes se venían después, y en ese punto, que sería una travesía de varios años, se esperaba que el pueblo estuviera a la altura de las circunstancias.
Cruce del Mar rojo |
No por sus propias fuerzas, ya que eso no era posible y Dios no nos pide lo que no podemos dar. Pero sí reclamaba y reclama fe, y una que se mantiene en el tiempo, no sólo la que nos pone de rodillas puntualmente ante un mar que nos obstaculiza el paso. Eso, a veces, más que fe, bien podría llamarse desesperación. Claro que hay dudas, o expectación, según el caso… Pero ha de haber mucho más. También convicción, y lecciones aprendidas, y descanso con confianza que nos lleve, no a relajarnos como si nada tuviéramos que hacer o decir al respecto (que con velar y orar ya tendríamos bastante tiempo cubierto), sino a buscar al Dios que nos ha abierto el mar delante de nuestros ojos. Si ese Dios no nos acompaña tras el cruce del mar, lo que viene detrás no podremos superarlo. Da igual que el mar se haya abierto. El mar no es el objetivo final, sino sólo el principio. Pero si Dios tiene capacidad para abrir el Mar Rojo, que es lo que nos parece insalvable ahora, nos convendrá estar bien asidos en lo sucesivo a ese Dios, porque el reto no termina aquí.
Detrás del mar hay gigantes, enemigos, tentaciones, incomprensiones, inclinación a desunirnos, a pelear cada cual por lo suyo, hay tendencia al olvido, a la superficialidad… y todos ellos son mares tan grandes como el primero, aunque ahora mismo parezcan preocuparnos menos. No confiemos en que, una vez pasado el mar, lo demás “está chupado”, porque podemos ahogarnos en la arena en vez de en el agua. Si no vamos asidos de la mano del Dios vivo siempre, antes, durante y después de abrirse el mar, ¿dónde creemos que llegaremos?
Fuente: El Espejo
Autor: Lidia Martín.
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