Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD).
Cuando el cristiano verdadero lee la Palabra de Dios para conocer sus designios y ordenanzas que lo llevan a la madurez y al crecimiento espiritual, podemos decir, en sentido metafórico, que en esos momentos de lectura bíblica, él escucha la voz de Dios por cada Palabra que está leyendo. Una voz inaudible es percibida dentro de la mente del hombre fiel e inteligente que escudriña con interés las Escrituras para atesorarlas con gozo en el corazón. Por otro lado, es común oír decir en las congregaciones cristianas de alguien que «ha escuchado audiblemente la voz de Dios», que «Callad: Dios ha dado una revelación importante a un ungido suyo con su gloriosa voz, escuchad por favor» o «Dios me dijo algo para usted mi hermano, y fue con voz autoritaria». La Palabra de Dios tiene la finalidad de dar luz salvadora al creyente fiel como nueva criatura en Cristo (2 Co.5:12).
La Biblia llena todas las expectativas al respecto. Nada queda fuera de ella. Lo que el hombre fiel al Señor necesita para crecer adecuadamente, lo encontrará en la Biblia, no fuera de ella. No es nada racional que Dios hable literalmente hoy con su voz santa a los hijos suyos en este mundo que se pierde por el pecado, porque de ser así, ¿qué caso tendría tener su Palabra cuya finalidad es dar dirección espiritual completa? ¿No sería más práctico esperar a escuchar la voz de Dios para conocer su perfecta voluntad que nos atañe para un caminar santo ante quien hizo todas las cosas?
En la Biblia podemos encontrar muchos ejemplos de cómo Dios ha hablado literalmente a sus fieles hijos y siervos. Dios habló con la primera pareja humana en el Edén para la propagación de su especie y establecer su dominio sobre toda vida en la tierra (Gn.1:28-30), habló para emitir juicio contra Adán y Eva a causa de su desobediencia (Gn.3:16-17), habló para enfrentar a Caín cuando asesinó a su hermano Abel (Gn.4:9-16), habló a Noé para la construcción del arca que lo salvaría a él y su familia del diluvio universal que vendría para destrucción de un mundo sumamente depravado y desobediente (Gn.6:13-21), a Noé para dar la señal del Pacto Perpetuo (el arco iris) entre Dios y la tierra (Gn.9:12-17). Moisés escuchó la voz de Dios en la zarza ardiente, en el monte santo (Horeb), que le ordenó de forma audible la tarea de liberar a Israel de la esclavitud de Egipto (Ex. cap.3).
Dios habló a Moisés para la ordenanza de la consagración de todos los primogénitos de los hijos de Israel, tanto hombres como animales (Ex.13:1-2), habló audiblemente en el desierto del Sinaí para la confirmación de su Pacto con Israel (Ex. cap. 19). Siendo un hombre de tierra pagana, Abram oyó claramente la voz de Dios que le mandó salir de ella para iniciar la senda cuyo rumbo lleva al cumplimiento de las promesas escatológicas para Israel y las naciones de la Tierra (Gn.12:1-3). Habló claramente a Isaac para la confirmación del Pacto que una vez había hecho a su padre Abraham (Gn.26:1-5), habló a Josué para entregarle con seguridad la Tierra Prometida que era habitada por pueblos paganos (Jos.1:1-9), a Samuel (1 S.3:4), al rey David (2 S. cap.7), a su profetas, tanto mayores como menores, etc. Todos estos ejemplos quedaron escritos como evidencia histórica bíblica, cierta, y algunos de ellos tienen relación con los propósitos divinos en el futuro como es la formación de Israel como nación escogida por Dios y el nacimiento del Mesías Ungido en esa nación y cuya obra salvadora en la cruz del Calvario apunta al Reino de Dios en la tierra para los redimidos que han creído en él (Jn.3:16).
Sin dar lugar a duda alguna, la voz de Dios que fue audible en aquellos tiempos pasados, tuvo propósitos muy específicos.
El canon bíblico se cerró hace aproximadamente veinte centurias, con el último libro que fue el de Apocalipsis, dándose fin además a la era apostólica con la muerte del apóstol Juan, razón que determina porqué la voz de Dios no necesita hacerse audible de manera literal en estos tiempos porque tenemos sus eternas revelaciones escritas por completo y que son precisamente las que requieren para que el cristiano verdadero y fiel de ahora pueda llevar una vida perfecta y pura delante de él; otros agregados más, como son supuestas revelaciones celestiales audibles, indiscutiblemente, salen sobrando, porque no proceden de Dios. Una grande mentira sería. Las cosas secretas de Dios que no han sido reveladas en su Palabra, solamente le pertenecen a él, veladas a los hombres terrenales, para creyentes como para no creyentes:
«Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley» (Dt. 29:29).
Hermanos míos, si ustedes están escuchando «voces» que creen provenir de Dios, creyendo que son revelaciones nuevas o proféticas, temo decirle que no provienen de la boca del infinito y amoroso Creador, sino del espíritu del mundo en el que habita Satanás el cual usa su voz seductora y religiosa para cautivar a los carentes Escriturales que la escuchan de la manera que la escuchó Eva para caer en el fatídico engaño que llevó a todo hombre a la muerte eterna, física y espiritual (Gn. cap.3; Ro.5:12; Ro.6:23). Son también las voces audibles que emergen de las emociones mal logradas y desmedidamente religiosas y sensacionalistas, de la mentira doctrinal que se torna como si fuese la voz del propio Señor Eterno. Son las voces que emanan de los idealismos y deseos carnales y terrenales que no han sido destruidos por falta de conocimiento bíblico (2 Co.10:3-6), que aún no han podido ser discernidos cabalmente como toda una mentira perfecta para ser desalojados del corazón humano «que es más engañoso que todas las cosas, y perverso» (Jer.17:9).
Tengan cuidado, y cada uno afírmese con tenacidad a la Palabra de Dios, y sean como los nobles hermanos de Berea que todo lo sometían al «escrutinio Escritural», para ver si aquello era verdad, o no:
«Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las escrituras para ver si estas cosas eran así» (Hech. 17:11).
Dios les bendiga siempre, hermanos y amigos que nos visitan siempre. La única voz que tendrán que escuchar, es la que se encuentra en sus Biblias. Desempólvenlas y úsenlas todos los días de sus vidas, para que mañana puedan estar en pie delante del Hijo del Hombre, salvos de la ira venidera (Lc.21:37).
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