lunes, 30 de noviembre de 2015

GIANNA JESSEN (SOBREVIVIENTE DE UN ABORTO)




   


Estoy contenta de estar viva. Casi morí. Cada día le doy gracias a Dios por la vida. No me considero un producto secundario de la fecundación. un montón de células, o ninguno de los títulos dados a los niños antes de nacer. No creo que ninguna persona concebida es ninguna de esas cosas. He conocido a otros sobrevivientes de aborto y todos están agradecidos por la vida. Hace solo unos meses conocí a otra sobreviviente de un aborto por inyección salina. 

Su nombre es Sara y tiene dos anos. Ella también sufre de palasia cerebral, pero su diagnostico no es bueno. El abortista, además de inyectar a la madre, también inyecta al bebe. Sara recibió la inyección en la cabeza; yo vi el lugar donde la inyectaron. Al hablar lo hago no solo por mi, sino también por otros que, como Sara, aun no pueden hacerlo y por los sobrevivientes. hoy día un niño es un niño solo cuando es conveniente.

 Es otra cosa cuando el momento no es el adecuado. Un niño sigue siendo un niño si la madre sufre un accidente a los dos, tres o cuatro meses. Cuando es abortado, es llamado un montón de células. ?Que es eso? Yo no veo diferencia alguna. ?Que ven ustedes?




sábado, 28 de noviembre de 2015

EL EVANGELIO CAMBIA PORQUE ES PODER DE DIOS




“No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree…” (Romanos 1:16)


Por: Julio César Barreto


NO ME AVERGUENZO DEL EVANGELIO

Es común en este mundo que las personas se avergüencen de otras, al punto de no querer juntarse con ellas. Esto suele suceder por variadas razones (según el prejuicio de cada quien):

Las personas se avergüenzan de otras por:
            El color de la piel
            Su condición económica
            Motivos raciales, culturales
            Motivos religiosos


Este último caso (Motivos religiosos) merece mención especial. Saulo no solo se avergonzaba de los  cristianos, sino que los odiaba, los perseguía. Saulo era un Yihadista de su época, dispuesto a perseguir a los creyentes en “Jesús”, dispuesto estaba a meterlos en la cárcel, apedrearlos (regularmente hasta la muerte).

Este conflicto sigue presente en nuestro tiempo; las personas se avergüenzan las unas de las otras, y al igual que Saulo de Tarso; hoy también muchos sienten ameno de los cristianos, y no quieren juntarse con ellos. Algunos (a semejanza de Saulo) van más allá, persiguen a los cristianos, los insultan, los ultrajan y hasta llegan al extremo de quitarles la vida.

EL EVANGELIO ES PODER DE DIOS

¿Qué fue lo que sucedió para que Saulo cambiara de opinión en cuanto al Evangelio?
Las Escrituras nos dicen que este hombre perseguidor de los cristianos, iba camino a la ciudad de Damasco para continuar con la persecución a los creyentes, pero dijo él, que en el camino se le apareció “Jesús” y fue tan poderosa la luz que emanaba de Él, que quedó ciego instantáneamente y cayó derribado al suelo.

Saulo dice en su testimonio: “Pregunté: ¿Quién eres Señor? Y la voz le respondió: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”. Saulo le hizo una segunda pregunta al Señor: ¿Qué quieres que haga? – Entra en la ciudad – respondió el Señor – y se te dirá lo que debes hacer.

Este Saulo, otrora un hombre prepotente, orgulloso, quedó reducido en cuestión de minutos a un hombre ciego, que tenía que ser llevado de la mano por otros  para que lo guiaran. Las Escrituras dicen que Dios preparó los siguientes acontecimientos  para devolverle la vista a Saulo y llenarlo del Espíritu Santo:

Entonces Saulo se levantó de tierra, y abriendo los ojos, no veía a nadie; así que, llevándole por la mano, le metieron en Damasco, donde estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió.

Había entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor dijo en visión: Ananías. Y él respondió: Heme aquí, Señor

Había entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor dijo en visión: Ananías. Y él respondió: Heme aquí, Señor. Y el Señor le dijo: Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso; porque he aquí, él ora, y ha visto en visión a un varón llamado Ananías, que entra y le pone las manos encima para que recobre la vista.

Entonces Ananías respondió: Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén; y aun aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre.

El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre.

Fue entonces Ananías y entró en la casa, y poniendo sobre él las manos, dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo.

Y al momento le cayeron de los ojos como escamas, y recibió al instante la vista; y levantándose, fue bautizado. Y habiendo tomado alimento, recobró fuerzas. Y estuvo Saulo por algunos días con los discípulos que estaban en Damasco.
En seguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios. (Hechos 9: 8-20)


Al recuperar (por el Poder de Dios) la vista, ser lleno del Espíritu Santo, y ser bautizado, Saulo pudo apreciar en su justa dimensión, lo que realmente es el Evangelio. Luego en el tiempo escribió estas palabras: “El Evangelio es Poder de Dios”.
A semejanza de Saulo de Tarso, los cristianos de todos los tiempos le seguimos diciendo a la humanidad: El Evangelio cambia, el Evangelio es una excelente noticia, el Evangelio señores es “Poder de Dios”.

Las religiones no pueden hacer nada por la humanidad. Al contrario, le hacen perder un tiempo valioso, y hasta sus propias vidas. El que profesa alguna de ellas (llamese como se llame) sigue muerto, porque estas no tienen poder.

Religión es el esfuerzo que las personas (algunas inclusive con sinceridad) hacen por tratar de llegar a Dios, pero sin lograrlo. El Evangelio es la buena noticia de que Dios llega hasta el hombre y la mujer para sanarlos de sus enfermedades, liberándolos de los malos espíritus que esclavizan a los seres humanos.

El Evangelio cambia, transforma al borracho en un hombre sabio, responsable y cuidador de su casa, de su familia. El Evangelio cambia al mentiroso y este llega a ser una persona honesta, creíble, en la que se puede confiar.

El Evangelio cambio a hombres y mujeres adúlteros, infieles y estos llegan a ser personas fiables, nobles, fieles, buenos, cariñosos. Todo esto lo pudo comprobar Saulo de Tarso, y por eso dijo con determinación: “El Evangelio es Poder de Dios”.

EL EVANGELIO ES SALVACION A TODO AQUEL QUE CREE

Dios envió la buena noticia al mundo entero: “El Evangelio es Salvación a todo aquel que cree”. ¿Salvos de qué? Bueno, salvos  aquí en este mundo de las cadenas que atan a los seres humanos y los mantienen esclavizados del pecado. Pero el Evangelio es más poderoso aun, porque cuando la persona cree esta buena noticia, Dios le concede no solo ser salvo aquí en la tierra, sino que al morir, su alma es llevada  por los ángeles de cielo a la mismísima presencia de Dios, para vivir con Él por la eternidad.

Dios le permitió a Saulo ver la ciudad de Dios y por eso dijo: “El Evangelio salva a los que creen”.

Amigo(a); Los tabloides, la prensa mundial está plagada de noticias desconsoladoras, pero desde el cielo nos ha llegado una preciosa noticia: Y estos son los algunos de los titulares de la Prensa Celestial:

“EL EVANGELIO CAMBIA”,  “EL EVANGELIO ES PODER DE DIOS”, “EL EVANGELIO SALVA (LIBRA DE UNA CONDENACIÓN ETERNA).

Lo único que tiene que hacer el ser humano es “CREER”. Creer es aceptar algo como cierto. Nosotros los creyentes en Cristo somos testigos del “Poder de Dios”, por eso te anunciamos este Evangelio y te sugerimos con amor: ¡Cree en el Evangelio! ¡Cree en Jesús! Y experimenta su Poder Salvador. 

viernes, 27 de noviembre de 2015

3 FANTASMAS FEMENINOS QUE RONDAN LA IGLESIA

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Jen Wilkin


Nunca olvidaré cuando conocí a mi pastor. Nuestra familia había estado dos años en la iglesia antes de que un encuentro con otro miembro del liderazgo cruzara nuestros caminos. Lo primero que dijo fue: «Jen Wilkin, ¡te has estado escondiendo de mí!». Con una enorme sonrisa, me dio un abrazo cordial y luego me preguntó por las personas y las cosas que me interesaban. Mantuvo el contacto visual e hizo eco de lo que yo decía. Me distraje completamente: no recuerdo qué libros había en su escritorio ni los cuadros que colgaban de las paredes, pero ese día salí de su oficina habiendo percibido algo crucial: «Este sitio no está embrujado».
Tenía razón; me había estado escondiendo. Tras varios años de ministerio a tiempo parcial en nuestra iglesia anterior, Jeff —mi marido— y yo estábamos agotados y no teníamos prisa por conocer ni ser conocidos por el personal de nuestra nueva iglesia. Sin embargo, siendo una mujer con un trasfondo de liderazgo, tenía otras dudas también. Cualquier mujer en el ministerio podrá decirte que nunca se sabe cuándo estás entrando a una casa embrujada.
Si eres un hombre que forma parte del personal de la iglesia, considera lo siguiente como una especie de historia de fantasmas. Debo aclarar, sin embargo, que ni por un minuto pienso que detestes a las mujeres. Sé que hay razones válidas para adoptar un acercamiento mesurado a la forma en que interactúas con nosotras en escenarios ministeriales. Quiero absolutamente que actúes con sabiduría, pero no quiero que caigas en el embrujo: Tres fantasmas femeninos rondan la mayor parte de las iglesias, y quiero que los reconozcas para que puedas expulsarlos de la tuya.
Estos tres fantasmas se cuelan en las reuniones del directorio en que se toman las decisiones claves. Vuelan por las aulas en que se enseña teología. Se quedan en las salas de oración donde los más débiles de nosotros expresan su dolor. Infunden temor tanto en los corazones de hombres como de mujeres, y lo que es peor, inspiran temor en las interacciones entre ellos. Todo lo que buscan es neutralizar la capacidad de hombres y mujeres para ministrar juntos o servirse mutuamente.
Aunque no siempre estés consciente de que estos fantasmas vuelan sobre nosotros, sí suelen estarlo las mujeres con las que interactúas  en el ministerio. Casi todas las semanas oigo historias de fantasmas en los correos que me envían las lectoras de mi blog.
Los tres fantasmas femeninos que nos persiguen son la Usurpadora, la Tentadora y la Niña.
1. La UsurpadoraEste fantasma obtiene permiso para aparecerse cuando se percibe a las mujeres como ladronas de autoridad. Particularmente susceptibles al temor que infunde este fantasma son aquellos hombres a quienes se les ha enseñado que las mujeres buscan una forma de adquirir lo que se les ha dado a ellos. Si este es tu fantasma, quizás te comportes de las siguientes formas cuando te relacionas con una mujer, y especialmente si se trata de una mujer fuerte: 
  • Sus ideas u opiniones te parecen algo amenazantes, e incluso cuando ella procura expresarlas en términos suaves.
  • Supones que probablemente su esposo es débil (o que, si es soltera, esto se debe a la fuerza de su personalidad).
  • Te preocupa un poco que, si le das la mano, ella se tome el codo.
  • Evitas incluirla en reuniones en las que crees que una perspectiva femenina fuerte podría generar olas o arruinar el ambiente masculino.
  • Percibes su nivel de educación, largo de cabello o trayectoria profesional como potenciales señales de alerta indicando que podría querer controlarte de algún modo.
  • Tus conversaciones con ella lucen más como prácticas de boxeo que como un diálogo mutuamente respetuoso. Vacilas en hacer preguntas, y cuando las hace ella, tiendes a percibirlas como desafíos encubiertos más que como dudas honestas.
  • Te preguntas en silencio si su comodidad al hablar con los hombres es una señal de desacato a los roles de cada género.
2. La TentadoraEste fantasma obtiene permiso para aparecerse cuando la preocupación por evitar la tentación o ser irreprensible se convierte en un temor a las mujeres como depredadoras sexuales. A veces este fantasma se instala gracias al fracaso moral de algún líder público, sea dentro de la iglesia o dentro de la subcultura cristiana más extendida. Si este es tu fantasma, quizás te comportes de las siguientes formas cuando te relacionas con una mujer, y especialmente si se trata de una mujer atractiva:
  • Por temor a ser malinterpretado como coqueto, te desvives por asegurar que tu conducta no comunique demasiada accesibilidad o empatía emocional.
  • Evitas un contacto visual prolongado.
  • Te preguntas en silencio si eligió su vestimenta con el objetivo de dirigir tu atención a su figura.
  • Escuchas con muchísima atención para detectar posibles insinuaciones en sus palabras o gestos.
  • Cada vez que debes reunirte con ella traes a un colega o asistente —aun cuando la situación no deja lugar alguno a malas interpretaciones—.
  • Vacilas en ofrecer contacto físico de cualquier tipo, y aun (¿o especialmente?) cuando ella está en crisis.
  • Limitas conscientemente la extensión de tus interacciones con ella por temor a que piense que actúas con demasiada familiaridad.
  • Te sientes obligado a utilizar una fraseología formal o «segura» cada vez que interactúas de manera escrita o formal con ella («¡Dale mis saludos a tu esposo!» o «¡Muchas bendiciones en tu ministerio y familia!»).
  • Siempre incluyes a un colega (o al marido de ella) en los destinatarios de los mensajes que le envías.
  • Te preguntas en silencio si su comodidad al hablar con los hombres es una señal de disponibilidad sexual.
3. La NiñaEste fantasma obtiene permiso para aparecerse cuando se piensa que las mujeres son emocional o intelectualmente más débiles que los hombres. Si este es tu fantasma, quizás te comportes de las siguientes formas cuando te relacionas con una mujer, y especialmente si se trata de una mujer más joven:
  • Le hablas en términos más simples que los que usarías frente a un hombre de la misma edad.
  • Tu tono cambia para dirigirte a ella con «voz de pastor».
  • Cuando le respondes, tiendes a abordar sus emociones en vez de sus pensamientos.
  • Percibes los encuentros con ella como momentos en los cuales puedes ofrecerle mucha sabiduría pero recibir poca de parte de ella. Tomas pocos apuntes, o absolutamente ninguno.
  • Cuando está en desacuerdo, la rechazas porque «probablemente no capta todo el panorama».
  • Durante tus interacciones con ella, te sientes obligado a sonreír notoriamente y poner «cara de que estás escuchando».
  • Le recomiendas recursos menos académicos que los que le recomendarías a un hombre.
Estos tres fantasmas no persiguen sólo a los hombres; también persiguen a las mujeres, definiendo las palabras que usamos, nuestro tono de voz, la vestimenta que llevamos y nuestro comportamiento. Cuando el temor gobierna nuestras interacciones, ambos géneros terminan inadvertidamente jugando roles que trastornan nuestra capacidad de interactuar como personas de igual valor. En la iglesia no-embrujada donde el amor supera al temor, las mujeres son percibidas (y se perciben a sí mismas) como aliadas en vez de antagonistas, hermanas en vez de seductoras, y colaboradoras en vez de niñas.
Indudablemente, Jesús nos da un ejemplo de esta clase de iglesia cuando se relaciona con María de Betania y su audacia que desafiaba la percepción de los géneros; cuando recibe la fragante ofrenda del alabastro de manos de una seductora arrepentida; y cuando nota que la mujer que padecía de hemorragias tiene la fe de un niño. Nosotros le habríamos aconsejado que «pecara de cauteloso» con estas mujeres. Sin embargo, aun cuando las mujeres parecían corresponder a un estereotipo claro, Él respondió sin temor. Si sistemáticamente «pecamos de cautelosos», es digno de notar que sistemáticamente pecamos. 
¿Hay mujeres que usurpan autoridad? Sí. ¿Hay mujeres que seducen? Sí. ¿Hay algunas que carecen de madurez emocional o intelectual? Sí. Y lo mismo puede decirse de algunos hombres. Sin embargo, debemos cambiar nuestro paradigma de recelo por uno de confianza, sustituyendo las etiquetas de usurpadora, tentadora y niña por las de aliada, hermana y colaboradora. Sólo entonces los hombres y las mujeres compartirán la carga y el privilegio del ministerio como debería suceder.
También recuerdo bien mi más reciente encuentro con mi pastor. Con frecuencia él ha dedicado tiempo a hacer comentarios positivos sobre mi ministerio o mis dones. Esta vez dijo algo que necesitaba oír más de lo que me había dado cuenta: «Jen, no te tengo miedo». No lo dijo desafiándome ni reprendiéndome, sino para transmitirme una firme y empática seguridad. Esa es la clase de palabras que invitan a las mujeres de la iglesia a florecer. Es la clase de palabras que hacen huir a los fantasmas. 

Publicado originalmente en: http://www.thegospelcoalition.org/article/3-female-ghosts-that-haunt-the-church
Traducción: Cristian Morán

miércoles, 25 de noviembre de 2015

UN DESAFÍO PARA LAS MUJERES

 





Por: John Pipper

Quisiera desafiar a cada mujer para:
  1. Que sus vidas enteras —cualquiera sea el llamado de cada una— sea para la gloria de Dios.
  2. Que confíen de tal manera en las promesas de Cristo, y que la paz, el gozo y la fortaleza que produce esa confianza en ellas llenen sus almas hasta rebosar.
  3. Que la plenitud de Dios inunde los actos de amor diarios que hacen para que así las personas que las rodean vean esas buenas obras y den la gloria a su Padre que está en el cielo.
  4. Que sean mujeres de Biblia, que amen, estudien y obedezcan la Palabra de Dios en cada área que ésta enseña; que la meditación que tienen en las verdades bíblicas sea la fuente de su esperanza y fe; que continúen creciendo en entendimiento a través de las etapas de sus vidas, sin pensar que el estudio y el crecimiento son sólo para otras personas.
  5. Que sean mujeres de oración, para que la Palabra de Dios les sea revelada, que el poder de la fe y la santidad descienda sobre ustedes y que su influencia espiritual sea cada vez mayor en el hogar, en la iglesia y en el mundo.
  6. Que sean mujeres con un profundo conocimiento de la soberanía de Dios para que eso sea el cimiento de todos los procesos espirituales que vivan; que piensen profundamente en las doctrinas de la gracia, que amen y crean aun más estas cosas.
  7. Que estén comprometidas completamente en el ministerio, sea cual sea el rol específico que desempeñen; que no desperdicien su tiempo viendo telenovelas, leyendo revistas para mujeres o realizando pasatiempos sin sentido, de la misma manera que los hombres no debieran perder el tiempo en ejercitarse excesivamente o en hacer cosas sin propósito en el garaje. Rediman su tiempo por Cristo y para su reino.
  8. Que, si están solteras, aprovechen su soltería en completa entrega a Cristo sin dejarse paralizar por el deseo de casarse.
  9. Que, si están casadas, apoyen creativa, inteligente y sinceramente el liderazgo de sus esposos siempre y cuando la obediencia a Cristo no se vea comprometida; anímenlos en el rol que Dios estableció para ellos como cabeza del matrimonio; influéncienlos espiritualmente, ante todo, por medio de la paz, la santidad y la oración.
  10.  Que, si tienen hijos, acepten la responsabilidad junto a sus maridos (o solas, si es el caso) de criarlos para que tengan su esperanza puesta en la victoria de Dios, compartiendo con sus esposos la enseñanza y la disciplina y dándoles a los niños  esa crianza y cuidado especial que sólo ustedes pueden entregar.
  11. Que no asuman que el trabajo secular es un desafío mayor o tiene una mejor utilidad para sus vidas que el sinnúmero de oportunidades de servicio y de ser un testimonio en sus hogares, en sus vecindarios, en sus comunidades, en sus iglesias y en el mundo. Que no sólo se cuestionen si se dedicarán a sus carreras o a ser madres a tiempo completo; al contrario, que consideren seriamente qué es lo mejor para el reino, ¿ser una empleada a la que le dicen qué hacer para que el negocio de sus jefes prospere o ser un agente libre para Dios que sueña cómo hacer que el negocio de él prospere con los tiempos, en los hogares y con la creatividad de ustedes? Que tomen decisiones no en base a lo que está de moda en el mundo o a las expectativas de vida de una profesional joven con dinero, sino que a lo que fortalece a la familia y a lo que hace avanzar la obra de Cristo.
  12. Que se tomen tiempo (con sus maridos, si es que están casadas) para planificar diversas formas de vida ministerial en cada etapa de sus vidas. Éstas se dividen de acuerdo a varios factores: edad, capacidad, soltería, matrimonio, oportunidades de trabajo, hijos en casa, hijos en la universidad, nietos, jubilación, etc. Ninguna etapa tiene todas las cosas buenas. La vida finita está compuesta por una sucesión de soluciones incompletas. Encontrar la voluntad de Dios y vivir para la gloria de Cristo al máximo en cada etapa es lo que trae éxito; no el que cada etapa parezca como la de otras personas o que tal etapa tenga lo que tendrá la siguiente.
  13. Que desarrollen una mentalidad y estilo de vida guerrero. Que nunca olviden que la vida es corta, que cada día millones de personas están entre el cielo y el infierno, que el amor al dinero es un suicidio espiritual, que tener como meta el ascender socialmente (mejor ropa, autos, casas, vacaciones, comida, pasatiempos) es un sustituto pobre y peligroso del objetivo de vivir para Cristo con todas tus fuerzas y de ampliar tu gozo en el ministerio a las necesidades de las personas.
  14. Que en todas sus relaciones con los hombres busquen la guía del Espíritu Santo para poder aplicar la visión bíblica de la masculinidad y la feminidad. Que desarrollen un estilo y una conducta que haga justicia al rol que Dios le ha dado únicamente al hombre de ser el responsable de un liderazgo amoroso al relacionarse con las mujeres —un liderazgo que involucra protección, cuidado e iniciativa—. Que como mujeres piensen creativamente y con una sensibilidad cultural (como debiese ser) en establecer el estilo y el tono de su interacción con los hombres.
  15. Que vean lo que la Biblia dice sobre lo que es apropiado e inapropiado para hombres y mujeres en la forma en que se relacionan, no como una restricción a su libertad, sino que como una receta sabia y amable de cómo descubrir la verdadera libertad del ideal de Dios sobre la complementariedad. No midan sus potenciales por los pocos roles que no les corresponden, sino que por el sinnúmero de roles que sí tienen. Apaguen el televisor y la radio para poder pensar... 



DIVISIONES EN LA IGLESIA

Divisionesenlaiglesia


Por: Jairo Namnún


Imagina una iglesia en una ciudad importante, repleta de nuevos creyentes y con varios pastores en medio de ellos. Resulta que esta congregación tuvo un pastor “plantador”. Ese que llegó a arar el terreno y poner la semilla. El que llegó nuevo a la ciudad y presentó el evangelio y preparó a los primeros líderes. Pero resulta que con el tiempo llegaron otros líderes. Uno en específico, vino de otra congregación, mostrando sabiduría y poder. El pastor plantador ya se ha ido: está en otro lugar, plantando iglesias. Por supuesto,  muchos lo extrañan. “Ay, las cosas eran diferentes antes”, dicen. Pero este otro impactante líder también tiene sus seguidores. “Por fin esta iglesia es lo que tiene que ser”.
Una división como esta debe causar muchos problemas dentro de la iglesia, ¿cierto? Quizás tú mismo has estado en una situación similar.
Ahora, no tenemos que imaginarnos una iglesia como esa: la tenemos en la Biblia.
“Así que yo, hermanos, no pude hablarles como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Les di a beber leche, no alimento sólido, porque todavía no podían recibirlo. En verdad, ni aun ahora pueden, porque todavía son carnales. Pues habiendo celos y discusiones entre ustedes, ¿no son carnales y andan como hombres del mundo? Porque cuando uno dice: “Yo soy de Pablo,” y otro: “Yo soy de Apolos,” ¿no son como hombres del mundo?”, 1 Corintios 3:1-4

El contexto de la división

La iglesia en Corinto tenía problemas serios. Uno de los problemas que se repite constantemente en la carta es este: la división. Pablo fundó la iglesia en Corinto poco después de su visita a Atenas (Hch. 18:1-17), y estuvo entre ellos no menos de un año y seis meses (Hch. 18:11). Aparentemente, Priscilla y Aquila estuvieron con él por algún tiempo en esta plantación (Hch. 18:3-5). Esta misma pareja es aquella que se encuentra con e instruye a Apolos un poco más adelante en Éfeso (Hch. 18:26), quien tenía una presencia imponente en la iglesia, por su elocuencia y su habilidad del manejo del Texto. Es la iglesia en Éfeso –en la cual estaban Priscilla y Aquila– quienes motivan a Apolos a que fuera a Corinto (Hch. 18:27-19:1. Corinto era la capital de la provincia de Acaya). Éste predicador estuvo entre los corintios por algún tiempo después de Pablo, enseñando y alentando a la congregación, y sin duda algunos lo prefirieron a él antes que al apóstol Pablo. Otros evidentemente se quedaron con el recuerdo de Pablo y preferían al apóstol que a este predicador.

Problemas entre ovejas

Desde aquí podemos ver que entre Pablo y Apolos no había división. Pablo plantó la iglesia, compañeros de ministerio de Pablo instruyeron a Apolos, y Apolos fortaleció a la iglesia en Corinto. Lo que es más, en la misma Carta a los Corintios (1 Co. 16:12) vemos que Pablo y Apolos mantenían una constante relación. La Biblia no presenta ningún tipo de problemas entre estos líderes. El problema era entre las ovejas.
Sin duda, en algún momento todos hemos pasado por una situación similar, donde preferimos la manera de un líder hacer las cosas por encima de la del otro. Pero en Corinto no era algo esporádico: ellos tenían divisiones reales y profundas. Pareciera ser que no era solo un asunto de preferencias, era ya de jactancias (1 Co.3:21-23). Que los que habían conocido a Cristo por Pedro o por Pablo o por Apolos pensaban que su fidelidad a estos hombres los hacía de alguna manera superior a los demás. Quizás algunos admiraban y se gloriaban en que Pedro era uno de los 12 apóstoles y era un hombre de acción; quizás otros se mofaban en el conocimiento y los milagros de Pablo; quizás los otros pretendían de que su maestro Apolos era como pocos en su elocuencia. Y otros se consideraban mucho mejor que los demás, pues su Maestro Cristo era como ningún otro. (Es muy posible que estos últimos, “los de Cristo” se jactaran en que no tenían que hacer caso a ningún hombre porque ellos eran siervos solo de Cristo). Debía ser bastante incómodo pastorear esta iglesia.

¡No sean carnales!

Este pasaje de 1 Corintios es uno que de diversas formas hoy es malinterpretado. De seguro lo has visto: dices que te gusta algún maestro o que sigues alguna enseñanza, y casi de inmediato alguien dice “¡Cuánta carnalidad! Yo no sigo a hombres, ¡yo soy de Cristo!”. O tal vez presentas con gracia y verdad lo que enseña la Palabra sobre algún falso maestro y la persona te responde “¡Yo sé muy bien a quién sigo. Yo soy de los de Fulano! Tu porque eres de los de Mengano te crees eso”. También lo oyes como “dices eso porque eres de los calvinistas. Yo soy cristiano, no arminiano ni reformado ni nada de eso”.
Esta mentalidad pasa por alto que la fiebre no está en las sábanas. Pocos hombres han influido tanto en mi vida espiritual como Miguel Núñez. Yo amo la retórica de C.S. Lewis. Respeto profundamente el testimonio del pastor MacArthur. Soy miembro gozoso de la iglesia que pastorea C.J. Mahaney. Y de más está decir que siento una profunda deuda y gratitud hacia el pensamiento de Juan Calvino. Tú de seguro tendrás tus propios nombres que poner ahí. Eso no nos hace carnales, tanto como tampoco serían carnales los corintos (1 Co. 11:1), los filipenses (Fil. 3:17), ni los tesalonicenses (1 Tes. 1:6). Ellos eran seguidores de Pablo, y al serlo, estaban siendo obedientes al Señor.
El problema de la división no es que nos guste lo que alguien tenga que decir. Es que encontremos nuestra identidad en ese alguien. Es que, al menos en la práctica, consideremos lo que diga esa persona como de igual peso a lo que enseña la Biblia. Es que nuestra gloria sea el ser seguidor de esa persona. Que nuestra jactancia sea haber sido enseñados por algún hombre. Esto lleva entonces a que haya “celos y discusiones entre (n)osotros”, porque cada uno representa a un “partido”. Esto es lo normal en el mundo, pero en la iglesia, todos somos de Cristo (1 Co. 3:23), y Pablo y Apolos y Priscila y Aquila y Núñez y MacArthur y Mahaney y Calvino son nuestros (1 Co. 3:22).

En contra de las divisiones

Podemos tener nuestras preferencias. Sin duda tendremos predicadores favoritos. Y en nuestra misma iglesia, tendremos pastores que apreciamos y admiramos más que otros. Simplemente, esa es la vida debajo del sol.
Pero que la palabra o la preferencia de ninguno de esos pastores se comparen a la Palabra del gran Pastor. Que entre nosotros no haya ni rastros de “celos y discusiones”. En la iglesia, procuremos unidad. Lo demás es carnalidad e inmadurez.
“¿Qué es, pues, Apolos? ¿Y qué es Pablo? Servidores mediante los cuales ustedes han creído, según el Señor dio oportunidad a cada uno. Yo planté, Apolos regó, pero Dios ha dado el crecimiento. Así que ni el que planta ni el que riega es algo, sino Dios, que da el crecimiento”, 1 Corintios 3:5-6.


lunes, 23 de noviembre de 2015

¿CÓMO SABER SI HAS PERDONADO DE VERDAD?

   



Por: Gerson Morey

Cuando la Escritura aborda el asunto del perdón, lo hace desde muchos y distintos ángulos. Desde luego que el perdón más prominente y la base para todo perdón es el que Dios concede al pecador cuando éste se arrepiente. El perdón que el Señor concede, es lo único que restaura nuestra relación con el Creador. Los Evangelios lo enseñan y las epístolas lo enfatizan.
Por ejemplo, la necesidad de perdonar es presentada como un mandato para todo creyente, como una evidencia de la nueva naturaleza, y también como una práctica que conlleva muchos y eternos beneficios. Es decir, el perdón nos hace crecer en santidad, nos hace semejantes a Cristo, sana y repara relaciones, contribuye a la unidad, etc. Pero sobre todas las cosas, el perdón es un acto de obediencia que glorifica a Dios.
Ahora bien, a la luz de la importancia asignada al perdón, los creyentes reconocemos dos verdades. Primero que en ocasiones será un desafío perdonar, especialmente cuando se trata de ofensas y agravios que causaron gran daño. Segundo, también reconocemos que la gracia de Dios nos asiste para hacerlo, es decir, es el Espíritu Santo quien nos da el poder y capacita para dispensar el perdón.
Sin embargo, al entender la importancia, la prominencia, la seriedad del perdón, ¿Cómo sabemos los creyentes si hemos perdonado a una persona?  ¿Cómo saber si estamos todavía resentidos con alguien? o ¿Cuál es la evidencia que hemos perdonado de verdad?
Creo que las Biblia nos provee muchas evidencias para responder estas preguntas. Podemos tomar algunos ejemplos donde el perdón jugó un papel importante y a partir de ahí obtener luz para saber si hemos perdonado de verdad. Es decir, textos que nos ayudarán a reconocer cuales son las evidencias del verdadero perdón. La historia de José y sus hermanos, la relación entre David y Saúl, las palabras y las parábolas de Jesús son algunos de los textos que nos proveen bastante luz para este tema.
Entonces, ¿cuáles son las evidencias que hemos perdonado de verdad?
I. Si recordamos sin dolor ni tristeza
En el sentido estricto de la palabra, es imposible olvidar las ofensas que los hombres nos hacen. Sin embargo, cuando los creyentes perdonamos podemos recordar y referirnos a la ofensa sin evidencias de dolor, amargura y tristeza.
En Génesis 45 encontramos el conocido y dramático re-encuentro entre José y sus familiares. Debemos recordar el maltrato, el rechazo y el desprecio del qué Jose había sido víctima departe de sus propios hermanos. En ese pasaje se hace evidente, que a pesar de las lágrimas y de lo emotivo del encuentro, Jose pudo recordar el pasado sin dolor ni amargura. Sus palabras dan muestra de una consciencia de la soberanía de Dios y de un genuino perdón, pues le dijo a sus hermanos:
Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros…..Y besó a todos sus hermanos, y lloró sobre ellos; y después sus hermanos hablaron con él. (Génesis 45:515)
Cuando reconocemos, junto con José, que Dios obra y además usa las ofensas para sus propósitos eternos, seguramente podremos confiar y dispensar perdón a quien nos agravió. Solo así podremos recordar y referirnos a esa dolorosa experiencia con satisfacción, confianza y aun con gozo. Por eso, sabemos que hemos perdonado de verdad cuando podemos mirar al pasado sin temores, rencores ni dolor.

II. Si abandonamos todo deseo de venganza y de mal
Nuestra inclinación natural ante cualquier forma de agresión es la de resistir, defendernos y en muchos casos hasta vengarnos. Queremos que los hombres paguen lo que nos han hecho y en la mayoría de los casos, estas emociones las mantenemos ocultas. Las albergamos silenciosamente en nuestros corazones y se fortalecen con el tiempo. Cuando estos pecaminosos sentimientos están presentes, son una clara evidencia de que no hemos perdonado genuinamente.
En Mateo 13, encontramos un ejemplo de esto. A cierto hombre que se le había perdonado una deuda de diez mil talentos, lo vemos sin piedad exigiéndole a un consiervo que le pague una deuda de cien denarios [en términos modernos, la diferencia entre ambas deudas es de literalmente de miles de millones de dólares].  Este hombre no fue capaz de perdonar la ofensa sino al contrario, acosaba al consiervo “diciendo: Págame lo que me debes” (Mateo 13:25).
Esta es la actitud que caracteriza cuando no hemos perdonado. Queremos que nuestros ofensores paguen por lo que hicieron. Y este sentimiento muchas veces se incrementa y sino lo confrontamos ni lo traemos a la luz, se robustece y se convierte en un pecaminoso deseo de mal que nos gobierna.
Por el contrario, cuando somos conscientes de la gran deuda que teníamos ante Dios, y reconocemos la grandeza de Su perdón, seguramente estaremos en mejores condiciones para no aferrarnos a la ofensa. Cuando perdonamos sinceramente, estamos dejando, soltando y entregando esa ofensa en manos del Señor.
El rey David es un ejemplo de esto, por qué al escuchar las noticias del fallecimiento de Saúl, quien por aquel entonces era su enemigo, no celebró su muerte, sino que reaccionó con sincero lamento.
Esto es un acto de obediencia que solo lograremos con la ayuda del Espíritu Santo y con la firme determinación de glorificar al Señor. Al dispensar misericordia y perdonar, estaremos abandonando todo resentimiento, ira y deseo de venganza hacia la persona que nos ofendió. Por eso, sabemos que hemos perdonado cuando abandonamos todo deseo de mal.

III. Si podemos orar por el bien de esa persona
Esta tercera evidencia se deriva de la anterior. Cuando abandonamos todo deseo de mal y de venganza hacia otros podemos ir un paso más y procurar su bienestar. Cuando deseamos el bien de quien nos ofendió, cuando anhelamos su bienestar y oramos por ellos, podemos tener la certeza de haber otorgado el perdón.
Jesús enseñó a sus discípulos: “Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.” Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen…” (Mateo 5:43-45 LBLA).
Orar por alguien es una actividad que envuelve nuestros corazones y por lo general una practica privada. Cuando Jesús manda a sus discípulos a amar a sus enemigos y a orar por ellos, los estaba llevando a una actitud más profunda. Los estaba animando a amar y a desear el bienestar de sus ofensores.
Al orar por el bienestar de los enemigos, estamos evidenciando un genuino perdón hacia esas personas. Cuando en nuestros corazones florece un genuino deseo por el bien del ofensor, solo estamos mostrando los frutos de una raíz llamada perdón. Por eso sabemos que hemos perdonado en verdad cuando podemos orar por el bien de lo que nos dañaron.
Mi oración es que el Señor pueda alumbrarnos y en su gracia ayudarnos a entender el estado de nuestras almas. Si hay resentimientos, odios y deseos de venganza, que Dios nos conceda su gracia para perdonar así como nos perdonó. Que ofrezcamos misericordia, por el bien de nuestras almas, por el bien de nuestras relaciones y sobre todas las cosas por la gloria de Dios. Que confiemos en la soberanía divina para abrazar cada experiencia como un regalo de la gracia de nuestro Padre. Al final todo obra para bien.


La oración de fe…¿sanará al enfermo?



  


Por: Pr. Miguel Nuñez


Y la oración de fe restaurará (sanará) al enfermo”, Santiago 5:15
En nuestros días, este es uno de esos versículos muy conocidos por muchos, pero bien interpretado solo por unos pocos. Esto es entendible a la luz de cómo hemos visto que las Escrituras son manejadas hoy. Aunque este no es un tratado de hermenéutica, es esencial que antes de ver este texto en específico establezcamos algunos principios que nos llevarán a entender mejor no solo este versículo, sino toda la Biblia.
En primer lugar recordemos que Pablo le enseña a Timoteo la necesidad de interpretar las Escrituras con extremo cuidado: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de verdad,” (2 Tim 2:15). La labor del maestro de la Palabra no es solo interpretarla, sino hacerlo correctamente, hasta el punto de ser preciso en lo que enseña. Lo que estamos enseñando es la Palabra de Dios, la manera en que Él piensa. ¡Qué tremenda responsabilidad!
En segundo lugar, todo texto de la palabra puede ser malinterpetado, ya sea que por entender mal lo leído, entender menos de lo que el texto dice, o por creer que el texto dice más de lo que dice. En tercer lugar, los textos son mal interpretados frecuentemente conforme a las corrientes de malas enseñanzas del momento.
En este sentido, el texto que estamos analizando encuentra su mala interpretación más frecuentemente en el mundo de hoy dentro del movimiento de la “súper fe”  o de  “proclámalo y recíbelo”. Estos movimientos enseñan con toda liberalidad que nuestras palabras tienen poder al ser pronunciadas, y que podemos crear la realidad la realidad siempre y cuando tengamos suficiente fe.
Un análisis de la Escritura nos muestra que esa premisa es totalmente errónea. Recordemos que Jesús sanó gente que ni siquiera sabía quién Él era, como aquel hombre que había nacido ciego en Juan 9, quien solo supo quién era Jesús después de ser sanado (Jn. 9:34-38). Igual sucedió con el paralítico en la piscina de Betesda, donde vemos que “el que había sido sanado no sabía quién era, porque Jesús, sigilosamente, se había apartado de la multitud que estaba en aquel lugar” (Jn. 5:13).
Si le agregamos a esto que el apóstol Pablo, el gran misionero que supo sanar a muchos, no pudo sanarse a sí mismo (2 Cor. 12:8-9), parece claro que lo importante para la sanación es la soberanía de Dios. La sanidad depende de la voluntad que supo sanar a gente que ni le conocía y que negó la sanación a personas que no solo le conocían, sino que ellos mismos tenían el don de sanación. Esto es consistente con lo que revela 1 Juan 5:14: “Y esta es la confianza que tenemos delante de El, que si pedimos cualquier cosa conforme a su voluntad, El nos oye”. Santiago está de acuerdo con esta verdad que Juan menciona, pues dice un poco antes de nuestro texto, “Más bien, debieran decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello” ( Stg. 4:15).

El texto en su contexto

Ahora estamos listos para interpretar a Santiago 5:15. Para comenzar, tenemos que colocar este versículo en su contexto inmediato, para luego hacerle preguntas y llegar a conclusiones en base a la Biblia. DiceSantiago 5:13-18:
“¿Sufre alguien entre ustedes? Que haga oración. ¿Está alguien alegre? Que cante alabanzas. ¿Está alguien entre ustedes enfermo? Que llame a los ancianos de la iglesia y que ellos oren por él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor. La oración de fe restaurará (sanará) al enfermo, y el Señor lo levantará. Si ha cometido pecados le serán perdonados. Por tanto, confiésense sus pecados unos a otros, y oren unos por otros para que sean sanados. La oración (súplica) eficaz del justo puede lograr mucho. Elías era un hombre de pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviera, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Oró de nuevo, y el cielo dio lluvia y la tierra produjo su fruto”.
Primera pregunta: ¿De qué está hablando el texto? De la oración. Esto lo sabemos puesto que la oración es mencionada en cada versículo:
  • V13b: “Que haga oración.”
  • V14b: “y que ellos oren por él…”
  • V15: “y la oración de fe…”
  • V16: “y orad unos por otros…”
  • V17: “y oró fervientemente para que no lloviera…”
  • V18: “Y otra vez oró…”
Primera conclusión: El tema es oración y confianza en el Señor para lidiar con diferentes situaciones en nuestras vidas, no la sanación por fe.
Segunda pregunta: ¿Cómo sabemos que no se trata solo de la oración para sanidad? Porque el texto muestra la oración en conexión con diferentes problemas del creyentes y no solo en relación a enfermedades:
  • La oración es conectada con el sufrimiento: “¿Sufre alguno entre vosotros? Que haga oración” (13a). El sufrimiento es un tema importante en la epístola de Santiago desde el inicio (1:2). La oración en medio del dolor expresa confianza a Dios.
  • La oración es conectada con los buenos tiempos: ¿Está alguno alegre? Que cante alabanzas”(13b). El cantar alabanzas es una especie de oración cantada, porque al cantar ponemos música al deseo de nuestros corazones. La oración en medio de los buenos tiempos expresa agradecimiento a nuestro Creador.
  • La oración es conectada con las enfermedades: “¿Está alguno entre vosotros enfermo? Que llame a los ancianos de la iglesia y que ellos oren por él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor” (14).
  • La oración es conectada con la enfermedad y la posible presencia de pecado en nuestras vidas: “y la oración de fe restaurará al enfermo, y el Señor lo levantará, y si ha cometido pecados le serán perdonados. Por tanto, confesaos vuestros pecados unos a otros, y orad unos por otros para que seáis sanados” (15-16). Sabemos que no toda enfermedad es el resultado de pecado (Jn. 9:1-3). También sabemos que algunas enfermedades sí son el resultado de pecado en la vida de los creyentes (1 Cor. 11:27-30). En esos casos, ¿qué hacemos? Oramos y confesamos nuestros pecados unos a otros para sanación, nos dice este texto. Aquí vemos que la fe sola no es suficiente para estos casos: tenemos que 1) orar, 2) tener fe en Dios y, 3) confesar nuestros pecados, caminando en santidad delante de Dios. No negamos el valor de la fe, como declara Santiago en 1:6-7. Pero la fe no es una garantía de sanación.
  • La oración es conectada con la intervención de Dios para resolver problemas de la disfunción de la naturaleza afectada por el pecado: “Elías era un hombre de pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviera, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia y la tierra produjo su fruto”(17-28).
Segunda conclusión: Santiago conecta la oración en este texto no solo a las enfermedades sino también a: al sufrimiento, con los buenos tiempos, con las enfermedades, con el arrepentimiento y perdón de pecados, y aún con la disfunción de la naturaleza. Este entendimiento es vital.
Tercera conclusión: En todos estos casos, el creyente debe tener confianza en Dios para resolver cada uno de esos problemas, pero conforme a Su voluntad.
Nos quedan algunos aspectos importantes en este texto que no podemos dejar fuera.

El llamado a los ancianos a orar

“¿Está alguno entre vosotros enfermo? Que llame a los ancianos de la iglesia y que ellos oren por él… (14a)
Desde muy temprano en la iglesia, Dios ha reconocido el rol de los pastores en la oración por las diferentes necesidades de la congregación (cp. los apóstoles dedicados a la palabra y a la oración, Hch. 6:4). Parte de la función de estos ancianos que están siendo llamados es determinar si hay alguna conexión entre la enfermedad y la vida de pecado o no del creyente. Parte de su función también sería determinar en oración, reflexión y multiplicidad de consejo, en qué dirección pudiera estar dirigiendo Dios. ¿Está Dios guiándonos a la oración por sanación, a la oración por gracia para sobrellevar la enfermedad, a la oración por ambas cosas cuando hay una falta de claridad? Esa es una función de los ancianos y no de la oveja enferma. De ahí la necesidad de llamar a los ancianos.  ¿No podrían otros orar por sanación? ¡Claro! El texto nos manda a orar unos por otros (16). El enfermo mismo debe orar. Pero los ancianos deben ayudarle a entender o a encontrar la voluntad de Dios para saber cómo orar.

La unción con aceite

“Ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor” (14b).
Creo que es obvio que el énfasis del pasaje no está en el aceite, sino en la oración, que es el tema del pasaje completo. En la antigüedad algunos usaban el masaje con aceite con la idea de que tenía propiedades medicinales. Pero no hay evidencia de que el aceite fuera usado para todo tipo de enfermedades, y si el aceite solo tenía propiedades medicinales, no se requeriría de los ancianos para llevar a cabo esta función. Por otro lado, el aceite sí fue usado en muchos casos para consagrar a Dios, incluyendo a reyes y sacerdotes. Consagrar es apartar para Dios. “Concluimos por tanto, que el ‘ungir’ en el v14 se refiere a una acción física con significado simbólico… En la medida en que los ancianos oran, ellos han de ungir al enfermo para simbolizar que esa persona está siendo consagrada para atención y cuidado especial de parte de Dios”[1].

Oración del justo

La oración eficaz del justo puede lograr mucho (16b)
El justo puede aludir a todo aquel que ha sido justificado por Dios a través del sacrificio de Jesús. Ahora como hijo de Dios, él puede interceder ante el trono y saber que será escuchado. También puede aludir al hecho de que aquellos que caminan en integridad de corazón de delante de Dios son escuchados por Él de manera especial. Esto es así porque, por un lado, el pecado nos aleja de Dios (Sal. 66:18), y por el otro, el hombre que camina con Dios con frecuencia tiene mayor facilidad para discernir la voz de Dios, lo cual es muy difícil para aquel que vive en pecado.
Las palabras de Pablo en Romanos 12: 1-2, donde nos dice que “presenten sus cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable (agradable) a Dios…para que verifiquen cuál es la voluntad de Dios”. Aquí hay una conexión evidente entre el vivir en santidad y el discernir la voluntad de Dios. Y como sabemos “que si pedimos cualquier cosa conforme a su voluntad, El nos oye,” (1 Juan 5:14), entonces podemos ver la razón por la que Santiago también dice que la oración del justo puede lograr mucho.
Santiago 5:15 no es una promesa incondicional de sanación si oramos con fe. Si este fuera el caso, lo único que la palabra dijera es que si hay fe, la respuesta sería siempre sí. Pero como hemos visto, la palabra revela que por encima de nuestra voluntad, y aun por encima de nuestra fe, está la voluntad soberana de Dios. A la luz de todo el consejo de Dios, sabemos que la oración es importante no solo en caso de enfermedad, sino en todos los casos. Además sabemos que la fe juega un rol en las intervenciones de Dios (cp. Mat. 13:58). Finalmente, podemos afirmar que la presencia de pecados en nosotros puede ser la causa determinante de enfermedades en algunos casos.
Gracias al sacrificio de Jesús, tenemos la posibilidad de acercarnos con confianza al trono de la gracia (Heb. 4:16), y la certeza de que Él nos oye (1 Jn. 5:14). A la vez, ese mismo sacrificio nos capacita para vivir vidas en santidad y justicia, y nuestro Dios se deleita en la oración de los rectos (Pr. 15:8).

Fuente: http://www.thegospelcoalition.org/

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