lunes, 9 de noviembre de 2015

Los peligros de crecer: Aprendiendo de El principito


  


Por: Betsy Gómez

El cine repleto de niños ansiosos y palomitas de maíz. Adultos luchando por mantenerlos quietos y sentados. Eso era de esperarse al llevar a los niños a ver la película de El principito. Lo que no sabíamos es que veríamos mucho más que la historia de Antoine de Saint-Exupéry que ya conocemos. Estábamos a punto de ver en pantalla gigante la exégesis moderna del cuento.
Los creadores de esta película mezclaron la famosísima novela del 1943 con la historia una niña y su controladora madre, quien tiene un plan perfecto para la vida de su hija: “introducirla en el mercado laboral”. Y para lograrlo se mudan a un vecindario cercano a la academia más prestigiosa. En ese lugar la niña aprendería a ser “indispensable” para el mundo y para eso necesitaba ser sometida a un plan riguroso de estudio, donde no existía espacio para ningún tipo de distracción o juego. En pleno verano, la niña a penas podía ver la luz del sol, estaba todo el día en su habitación haciendo ejercicios matemáticos y veía a su madre ya llegada la noche cuando regresaba de trabajar con comida rápida en las manos.
Su madre solo le estaba enseñando a ser como ella, a encajar en un mundo altamente productivo, competitivo y sistemático. No había tiempo alguno para niñadas, ella necesitaba asegurarle “un futuro”.
En medio de tan agitado y cuadrado esquema de “vacaciones de verano”, la niña conoce a su vecino, un anciano muy diferente a todo lo que ella conocía, quien le comparte todo el asombro y fantasía de la historia del principito y quien finalmente resulta ser “El Aviador” de la historia, que dedicaba todas sus horas para reparar su avión para ir a rescatar al pequeño príncipe.
Ella puede notar la diferencia entre los grises adultos de su entorno y las coloridas carcajadas del anciano al relatarle todas sus aventuras. El aviador le asegura a la niña que la clave para no convertirse como los adultos de su mundo es no olvidar. No olvidar quien ella es, la capacidad de imaginar y el sentido de asombro ante las cosas pequeñas.
Después de altas y bajas en la película, el aviador se enferma y la niña termina volando su avión para rescatar al principito, lo rescata de la misma trampa en la que cayeron los demás adultos, había olvidado su pasado y se encontraba sometido a la esclavitud del trabajo incesante, lleno de miedo por decepcionar al “hombre de negocios”. Finalmente la niña le ayuda a recordar y la trama te deja inundado de emociones encontradas y con muchas piezas que poner en su lugar al llegar a casa.
Podríamos extraer muchas enseñanzas de la historia del principito y de esta adaptación a la pantalla grande, pero en esta ocasión quiero compartirte algunos peligros al que los adultos nos exponemos al crecer.

El peligro de olvidar

“A medida que envejecemos, perdemos la capacidad de imaginar. De hecho, los estudios de imágenes del cerebro sugieren que la pérdida imaginación está vinculada a la pérdida de memoria. Como explica el investigador de Harvard Donna Rose Addis, “Nuestra teoría de cómo podemos formular un acontecimiento futuro es así. . . tomas bits de información de sucesos pasados y la recombinas para integrarlos en un nuevo escenario que no ha sucedido antes. “En otras palabras, se nos hace difícil imaginar porque se nos hace difícil recordar”. 1
Si no somos capaces de recordar quiénes somos, es muy probable que nos postremos ante el mundo y la cultura. Dios nos ordenó a recordar sus Estatutos desde la antigüedad, desde la señal del arcoíris en el cielo, hasta la cena del Señor. Dios ha colocado marcadores que nos recuerdan que el hombre es propenso a olvidar y que cuando lo hace pierde su identidad y rumbo (Deuteronomio 6:6-9).
Si no recordamos las verdades centrales del Evangelio que nos arrastraron de las tinieblas a la luz de Cristo, es muy probable que no podamos construir una esperanza acerca de nuestra gloriosa eternidad.

El peligro de perder el asombro

Una de las características mas especiales de los niños es la facilidad con la que se asombran ante cosas sencillas, detenerse para ver boquiabierto a una mariposa abrir sus alas para volar y tirarse al piso para mirar a una fila de organizadas hormigas. Mientras entramos en la carrera de la productividad, corremos el peligro de perdernos el paisaje, y lo peor: perder la capacidad de asombrarnos. Este no es un lujo que un cristiano puede darse, le servimos a un Dios sobrenatural y cuando
dejamos de maravillarnos ante Su persona, Su creación y la salvación que nos ofrece, lentamente nos envenenamos con orgullo y poco a poco la fe se convierte en simple pragmatismo.
“Te alabaré, porque asombrosa y maravillosamente he sido hecho; maravillosas son tus obras, y mi alma lo sabe muy bien”, Salmos 139:14.
Nuestros hijos están sentados en primera fila observando cuáles son aquellas cosas que nos roban el aliento, ellos están listos para perpetuar nuestras pasiones y hacerlas suyas. ¡Qué sea Cristo lo que vean!

El peligro de criar solo para este mundo

Escuelas, universidades, becas, competitividad, el mundo y su mercado laboral, pueden nublar nuestra misión al criar a nuestros hijos. ¿Para qué Dios te ha colocado en la vida de ellos? ¿A cuáles cosas le estás dando más importancia?
Como padres somos tentados a darles una “buena vida” a nuestros hijos sin darnos cuenta que estamos nublando su vista a la vida eterna. Si solo nos enfocamos en educar y formar a nuestros hijos para que sean útiles para este mundo, entonces nuestra misión es muy temporal y vacía.
Todos nuestros esfuerzos, la manera en que usamos nuestros recursos y nuestro tiempo, la forma en que disciplinamos y la manera en que educamos debe apuntar al principal objetivo que tenemos como padres: que nuestros hijos conozcan y crean el Evangelio.
¡Esa debe ser la pasión que consuma nuestras vidas!

El peligro de robarle la infancia a nuestros hijos

“En verdad les digo que si no se convierten  y se hacen como niños, no entrarán en el reino de los cielos”, Mateo 18:3.
En días en que los preescolares aceptan a los niños desde los 3 meses de edad, las madres hemos asumido incorrectamente que los niños no pueden perder tiempo, que necesitan ser educados “formalmente” desde muy temprana edad y la filosofía detrás todo ese pensamiento es acelerar su crecimiento, exponerlos más al mundo para que estén mejor preparados.
Mientras Jesús le daba tanta importancia a la niñez, nosotros queremos apurar a nuestros hijos a quemar etapas para que muy pronto se comporten “apropiadamente” en nuestro mundo de adulto.
Jesús da un paso más allá al referirse a los niños, y nos invita a que seamos como ellos. Solo la humildad de un niño puede maravillarlo al jugar con arena. ¡Cuánto hemos perdido! Hemos perdido la conexión con nuestros hijos porque en realidad no somos como ellos. Somos orgullosos y nuestros aires de grandeza no impiden doblar las rodillas para sentarnos a disfrutar de un rato de juego con nuestros hijos.
Ser como niños no significa que seamos infantiles, reaviva tu lado divertido, relaja tus estándares y baja el nivel de vida al que aspiras y te aseguro que tus hijos te lo agradecerán (en algunos años tu versión anciana también lo hará).
¡No perdamos la maravilla que se esconde en ser un como un niño!

Tomado de: We struggle to imagine because we struggle to remember
​Hija y sierva de Dios por gracia, esposa de Moisés desde el 2005, madre de Josué y Samuel, portadora de un ferviente anhelo por llevar el evangelio a las siguientes generaciones. Actualmente forma parte del ministerio para mujeres Aviva Nuestros Corazones y junto a su esposo sirve a los jóvenes universitarios y a un grupo de parejas en la Iglesia Bautista Internacional. Puedes encontrarla en Twitter.

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