David Livingstone, misionero de origen británico, alcanzó renombre mundial gracias a la misión evangelizadora que desplegó en África durante más de treinta años hasta entregar su vida misma.
Eugene Myers
El nombre de David Livingstone, uno de los más grandes exploradores de África, siempre ha estado asociado a la tarea de salvar almas y a Dios. Famoso en la Inglaterra del siglo XIX, Livingstone, en su calidad de misionero de profundas creencias religiosas, durante más de treinta años se sumergió en el desconocido continente donde predicó la Palabra del Señor y terminó luchando contra la esclavitud y buscando las fuentes del río Nilo. Asimismo, se volcó en la tarea de ofrecer atención médica a los nativos y se afanó en la defensa de sus derechos ante los colonos europeos.
Segundo hijo del matrimonio conformado por Neil Livingstone y Agnes Hunter, Livingstone nació el 19 de marzo de 1813 en la ciudad escocesa de Blantyre. De origen pobre, con tan solo diez años a cuestas empezó a trabajar en una fábrica de algodón en la que debía permanecer hasta doce horas al día. De forma paralela, y gracias a la fe de su padre, un vendedor de té y un terco lector de obras religiosas, conoció las buenas nuevas y la sana doctrina. En sus ratos libres, David se nutrió con la variada biblioteca de su progenitor quien poseía libros sobre viajes, misiones y teología.
Fue justo una de esas lecturas la que marcaría de forma decisiva la existencia de Livingstone: un artículo del misionero alemán Karl Gutzlaff. En este texto, su autor animaba a las congregaciones estadounidenses y británicas a mandar misioneros a China. Entonces, apareció en su mente el objetivo de trasladarse hasta el oriente para compartir el Evangelio y consiguió persuadir a su padre que le podía ser de utilidad estudiar medicina. Respecto a este punto, sus biógrafos afirman que, mientras continuaba con su formación religiosa, juntó dinero durante dos años y a los 23 años, en 1836, se anotó en la Universidad de Glasgow.
Misionero intrépido
El inicio de la Primera Guerra del Opio, producido el 18 de marzo de 1839, evitó que David Livingstone concretara su sueño debido a que el conflicto involucró al Reino Unido, Irlanda y China. En aquel momento, la Sociedad Misionera de Londres, a la que se había unido, le sugirió que se dirigiera a las Indias Occidentales. Sin embargo, en 1840, cuando se encontraba en la capital inglesa, se entrevistó con el misionero Robert Moffat quien vivía en la colonia de Kuruman (hoy parte de Sudáfrica) y lo convenció de que era el siervo adecuado para ir al norte de Bechuanaland donde ningún creyente había estado jamás.
El 31 de julio de 1841, luego de un extenso periplo de más de siete meses y con solo veintiocho años, Livingstone pisó por primera vez suelo africano. Allí conoció a la hija de su mentor espiritual, Mary Moffat, con la que estableció una sólida amistad que, en 1844, terminó en un matrimonio del cual nacieron cuatro hijos. Además, en 1847 fundó la misión de Kolobeng, ubicada a unos treinta kilómetros de Gaborone, en la actual Botsuana, donde ayudó a la población con sus conocimientos de médicos. Después, en 1849, tras realizar una intensa labor misionera, durante la cual fue atacado por un león, se aventuró a penetrar en tierras no exploradas.
Acompañado por el cazador británico William Cotton Oswell, David Livingstone inició su primer viaje de exploración que lo llevó a recorrer desierto del Kalahari. Sorteando junglas y sabanas en expediciones épicas, descubrió el lago Ngami en 1849 y dos años después llegó hasta el río Zambaze y se transformó en el primer europeo que exploró su curso superior. Más adelante, entre 1852 y 1854, unió las urbes de El Cabo y Luanda, capital de Angola, recorriendo el arenal africano. Luego, el 17 de noviembre de 1855, conoció “el humo que truena”, un espectacular salto de agua llamado “Mosioa-Tunya” por la población local, al que bautizó con el nombre de Cataratas Victoria.
En relación a otros exploradores de su época, Livingstone sacó una clara ventaja gracias a sus habilidades personales y su fe en Dios. Viajero incansable, andaba con la Biblia en la mano, en compañía de su familia, con muy poco equipaje encima y socorrido apenas por un pequeño grupo de sirvientes. Además, tenía una gran capacidad para demostrar a los jefes de las tribus africanas que no era una amenaza. Su andar siempre tuvo un triple propósito: evangelizar a los nativos, acabar con el vergonzoso comercio de esclavos y encontrar una ruta para atravesar el continente desde la costa este hasta la oeste.
Doctor Livingstone
En diciembre de 1856, vivió su momento de mayor reconocimiento cuando fue recibido en Londres como un héroe tras dieciséis años fuera del Reino Unido. Acogido con los más altos honores por el gobierno británico, la reina Victoria lo nombró cónsul en Quelimane y jefe de una expedición británica montada con el objeto de explorar más a fondo el África central y oriental. Antes de regresar a África, Livingstone aprovechó su popularidad para publicar en 1857 el libro “Viajes y exploraciones de un misionero en el África meridional” en el que, además de difundir sus descubrimientos, reveló al mundo la realidad del inhumano comercio de esclavos.
A su regreso a África, acontecido el 10 de marzo de 1858, Livingstone se propuso recorrer el curso inferior del Zambeze, interesado en verificar su navegabilidad. Ante la imposibilidad de hacerlo por los peligrosos rápidos con que se encontró, decidió remontar el Shire, uno de los afluentes del Zambeze, en cuyo recorrido descubrió el tercer lago más grande por extensión del continente negro, el Nyasa (actual lago Malawi). Un año más tarde, repitió el resultado al descubrir el lago Chilwa mientras remontaba el río Rovuma. Luego, se estableció en la orilla del Nyasa durante cuatro años y se dedicó a evangelizar y atender a los nativos.
Gracias a la financiación de la Real Sociedad Geográfica, en enero de 1866 inició un nuevo reto: la búsqueda del nacimiento del río Nilo. El punto de partida fue la isla de Zanzíbar desde donde dio el salto al continente, en la actual Tanzania. Sin embargo, le esperaba una serie de adversidades. Empezó quedándose prácticamente solo, puesto que la mayoría de sus ayudantes lo abandonaron. Después, le robaron las provisiones y los medicamentos y, finalmente, empezó a sufrir problemas de salud. Así y todo, enfermo, logró descubrir los lagos Mwein y Baugweulu y un río hasta entonces inexplorados y llegó hasta las riberas del lago Tanganica.
Durante más de tres años, nadie tuvo noticias de este gran creyente. Por eso, en octubre de 1869, el diario New York Herald organizó una expedición que fue encabezada por el periodista Henry Morton Stanley, quien recibió el encargo de averiguar si Livingstone estaba vivo o muerto. Tras un largo periplo, Stanley llegó el 28 de octubre de 1871 a la localidad de Ujiji y encontró al explorador y lo saludó con una frase que pasó a la historia: “doctor Livingstone, supongo”. Posteriormente, ambos hicieron buenas migas y exploraron juntos el lago Tanganica. Empero, el hombre de prensa no logró llevarlo de vuelta a Europa y se separó de él en 1872.
El 1 de mayo de 1873, asediado por la malaria y la disentería, David Livingstone dejó de existir en una cabaña de un poblado de la actual Zambia, donde sus fieles servidores lo hallaron muerto de rodillas, en una aparente postura de oración. El Reino Unido reclamó su cuerpo para rendirle honores y darle sepultura en la londinense Abadía de Westminster, donde reposan reyes y héroes de aquella nación. Finalmente, el cadáver embalsamado del doctor Livingstone llegó a Inglaterra en 1874 con una nota en la que se leía: “pueden quedarse con su cuerpo, pero su corazón pertenece a África”.
Fuente> impactoevangelistico.net
No hay comentarios:
Publicar un comentario