Creía que nadie en su familia lo quería a causa de las constantes convulsiones epilépticas que sufría. Por esa razón, estuvo a punto de quitarse la vida, pero una voz poderosa lo rescató y lo condujo al camino de la salvación.
Por Marlo Pérez
La silueta de un hombre se dibujó apenas en la oscuridad de la noche. Caminaba zigzagueante al borde de una carretera, con movimientos lentos y débiles, como si en cualquier momento se fuera a desplomar. Se trataba de un joven atormentado por el constante sufrimiento que había decidido acabar con su vida y esperaba que pasara un vehículo para arrojarse debajo de sus llantas.
Era medianoche en aquel paraje desolado de la Panamericana Norte, cerca de la ciudad de Chiclayo, en el Perú, mientras Jimmy Coronel seguía sumergido en el pantano de sus angustias infinitas. A sus 21 años, pensaba que la única alternativa para terminar con sus sufrimientos era la muerte.
Los minutos transcurrían y no aparecía ningún vehículo hasta que de pronto escuchó una voz poderosa pero suave.
- No lo hagas Jimmy, no lo hagas.
Fue tal el impacto de aquel llamado providencial que recobró la lucidez de inmediato y se apartó de la carretera mientras su cuerpo sufría un estremecimiento extraño. Sintió que algo pesado y sombrío salía de su ser dejándolo liberado. Hasta ese momento no entendía lo que pasaba, solo sabía que debía alejarse de aquel lugar oscuro.
Retornó a su hogar a hurtadillas para que nadie lo viera, pues hace bueno tiempo que no iba por allí. Al ingresar volvió a oír las mismas y acaloradas discusiones entre sus padres, pero una frase de su madre le hizo comprender todo.
- ¡Vamos a buscar a Jimmy!, ¡Es mi hijo!- decía desesperada
Fue la frase que cambió su vida para siempre. Jimmy había creído durante años que nadie lo quería, que lo aborrecían, pero ahora, desde su escondite podía comprobar la equivocación. Su madre estaba desesperada sabiéndolo perdido hace varios días y, en medio de su angustia, lo iba a buscar.
Entró a su habitación y empezó a llorar mientras pedía perdón a Dios por intentar el suicidio y haber pensado mal en su madre. Hasta ese día, estaba seguro que ella lo repudiaba, había tenido siempre esa impresión desde que alguien le contó que era hijo ilegítimo.
El comienzo de las desgracias
Una mañana del mes de noviembre de 1979, cuando tenía 11 años de edad, empezaron sus desgracias. Cayó al suelo de su salón de clases repentinamente, se sacudió, echó espumas por la boca y se golpeó la cabeza hasta sangrar. El profesor y sus compañeros de clase lo auxiliaron con rapidez, antes que algo más grave ocurra.
Varios minutos después, despertó en la dirección de su escuela junto a su madre quien no cesaba de llorar por las heridas que se había causada. Varios días después, los médicos le diagnosticaron epilepsia y estuvo condenado a vivir con convulsiones periódicas y posteriores lesiones que le dejaron cicatrices en todo su cuerpo.
Tras esta desgracia, las relaciones con sus padres y hermanos empezaron a resquebrajarse, sobre todo cuando empezó a escasear el dinero. La situación llegó a su límite un año después, cuando una de sus vecinas empezó a comparar a cada uno de los hijos de la familia Coronel Rojas, para saber cuál de todos ellos se asemejaba más a los padres, los dos de tez clara.
- Ese Jimmy es feísimo no se parece a nadie. ¡Parece un regalado!- dijo frente al niño.
Al escuchar estas palabras, Jimmy se estremeció y empezó a comparase con toda la familia. Las frases quedaron grabadas en su cerebro, nunca más fue el mismo y odió a sus hermanos y a su madre a quien comenzó a insultar sin motivo alguno. Las discrepancias con sus familiares se ahondaron, pues los padres estaban encariñados con todos los hijos menos con él.
Remedios callejeros
Cuando cumplió los 15 años, las epilepsias de Jimmy se incrementaron hasta el punto que tuvo que abandonar la escuela. Esto fastidió muchos más a sus padres y hermanos pues tenían que cuidarlo día y noche.
Sin poder estudiar y sin más opciones en la vida que no sean las enormes cantidades de medicamentos que ingería, sus padres lo sometieron a todo tipo de soluciones callejeras que, según sus vecinos y amigos, acabaría con su mal. Le dieron de beber grandes brebajes caseros y hierbas amargas o a bañarlo con diversas especias aromáticas, prácticas comunes en esta zona del Perú, para limpiarlo de los males que lo aquejaban.
Sus padres lo llevaron hasta Túcume, –conocida por sus abundantes brujos y chamanes–, para que el mejor de los hechiceros del pueblo lo sanara de su enfermedad y de sus reacciones violentas. Ninguno de estos tratamientos redujo sus convulsiones, salvo incrementar su agresividad que empezó a descargarlo contra todos sus hermanos.
Cuando recobró fuerzas escapó de su casa para trabajar en pequeños oficios que no demandaron mayor esfuerzo físico. Algunos días después fue despedido cuando sufrió una convulsión repentina.
- Vete a tu casa muchacho, ¡No sirves para nada!- le dijeron.
Un año después, retornó a su casa y sus padres le dieron a beber sangre de toro, considerado un remedio infalible contra la epilepsia. Esto llevó a Jimmy a estar diariamente a los pies del matadero de la ciudad, para ingerir el fluido de las bestias sacrificadas en aquel lugar. Escogían a un toro negro y lo perseguía hasta el matadero.
Las cosas empeoraron después. Jimmy comenzó a sufrir de trastornos mentales y alucinar con terroríficos personajes que lo visitaban día y noche. A eso se sumaban los intensos dolores de cabeza y las punzadas que sentía en todo su cuerpo. Ninguno de los especialistas podía dar con su mal.
Las discusiones domésticas continuaban, hasta que un día, luego de una intensa pelea con los padres, el joven tomó un cuchillo y fue a su habitación con la decisión de quitarse la vida, pero en el momento en que intentó clavárselo en el pecho, una fuerza extraña le quitó el cuchillo y lo arrojó al suelo
- Creo que fue Dios, quien no quiso que me quitara la vida- recuerda.
Durmiendo en la basura
En 1989, la conducta de Jimmy que ya tenía 21 años de edad, rebasó los límites de la convivencia entre sus padres y los pocos hermanos que estaban viviendo en su hogar. Fue así que en setiembre de ese mismo año, desapareció de su casa y deambuló por parques, plazas y varias zonas de alta peligrosidad, hasta acabar en el basurero de la ciudad.
Los padres y hermanos salieron a buscarlo, mientras Jimmy empezó a ser bombardeado por aquellas voces infernales que le ordenaban acabar con su vida. Un día alucinó que observaba su propia muerte debajo de los neumáticos de un bus, en plena carretera. La idea quedó grabada en su mente.
Por eso, había llegado hasta la Panamericana Norte dispuesto a arrojarse debajo de las llantas de cualquier vehículo que pasara en esos momentos. Y fue allí que la voz de Dios se escuchó haciéndolo desistir.
- Desde el día de mi liberación hasta mi conversión, el diablo hizo de todo para volverme atrás y enredarme en otras cosas- recuerda.
Nueva vida
En el año 1994, cinco años después de aquella experiencia divina que lo sanó de la epilepsia y de la demencia, Jimmy se entregó al Evangelio y comenzó a dedicar su vida a Dios. Desde aquella fecha, rehizo su vida en los caminos del Señor, junto a Diana Jiménez Berrú con quien se casó en julio del 2014. Ella lo acompaña a en su recorrido pastoral en aquella ciudad peruana donde muchos se sorprenden al verlo recuperado y predicando la Palabra de Dios.
- Muchos se equivocan asegurando que el que lee la Biblia se vuelve loco, pero a mí no me volvió loco, sino que me fortaleció mucho más- concluye.
Fuente: impactoevangelistico.net
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