sábado, 28 de mayo de 2016

Un joven, dos leones, y un Dios Creador: Reflexiones sobre el valor de la vida humana.





Por: Sebastián Menay
 
 
Santiago de Chile, Zoológico Metropolitano. Un joven se lanza desnudo a la jaula de los leones. El personal del recinto dispara dando muerte a dos felinos. Malherido, el joven sobrevive.
Puede que hayas escuchado de esta noticia los últimos días, ya que ha sido ampliamente difundida en diversos medios internacionales. En Chile, donde acontecieron los hechos, se ha generado un intenso debate respecto a la medida adoptada por el zoológico, y un número de organizaciones defensoras de los animales han criticado el proceder del personal.
 
Muchas personas han expresado sus opiniones a través de las redes y medios sociales. Se han dicho cosas como: “Si el joven se quería matar, deberían haberlo dejado; los leones no tienen la culpa”; “¡Qué lamentable que por la acción de un loco hayan tenido que matar a unos leones! ¡Deberían haber matado al loco!”; “Si el joven estaba loco, no valía la pena sacrificar a los pobres leones”.
Como creyentes, ¿qué podemos pensar sobre estos acontecimientos? ¿Cómo podemos responder? Permíteme sugerir cinco ideas desde una perspectiva bíblica.

1. El ser humano ha sido creado a la imagen de Dios

La Biblia nos declara que Dios hizo al ser humano a “su imagen y semejanza” (Gn. 1:26). Esta es una idea profunda, pero en términos generales quiere decir que la humanidad fue creada para reflejar a Dios. En el relato de la creación, vemos cómo la obra majestuosa de Dios va incrementando etapa por etapa hasta llegar al momento cúlmine de la creación del hombre y la mujer. Es por eso que el salmista los describe como la corona de la creación (Salmo 8:5). Ninguna otra parte de la creación recibe este estatus. La humanidad es superior a toda la creación.
 
El ser humano no es un accidente evolutivo, y su valor no depende de sus capacidades intelectuales, físicas, o condición de cualquier tipo. Al contrario, su valor está estrictamente vinculado al hecho de que fue creado por Dios como un reflejo de su gloria. La Escritura incluso dice que “[e]l que derrame sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada, porque a imagen de Dios hizo Él al hombre” (Gn. 9:6). Aun después de su rebelión contra Dios, y a pesar de experimentar las consecuencias del pecado, la humanidad mantiene su valor inalterable.
 
Si bien es cierto que la deshumanización que vemos en el mundo y que experimentamos en nuestras propias vidas dificultan nuestro discernimiento de la hermosura de Dios plasmada en nosotros y en otros, la imagen de Dios, aunque profundamente dañada, no ha sido eliminada. Todavía podemos encontrar bondad, inteligencia, afectos naturales y belleza. Por lo tanto, el ser humano sigue siendo corona de la creación, sea cual sea su situación.

2. El ser humano es responsable de cuidar del resto de la creación

Hay algo que quiero dejar bien claro. Al decir que el ser humano es superior a toda la creación, no estoy afirmando que puede hacer lo que le dé la gana con la creación. Al ser reflejo de Dios, el hombre se debe a Dios, tal como la imagen en un espejo se debe al objeto que refleja.
 
Cuando Dios creó a la humanidad, les dijo: “Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Ejerzan dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra” (Gn. 1:28). El hombre y la mujer son mayordomos en el mundo de Dios. Por tanto, el ser humano no puede pretender autonomía y usar su superioridad para maltratar a los animales, contaminar el planeta, o malgastar los recursos del mismo.

 El hombre rinde cuentas ante el Señor, quien sigue siendo el Rey del cielo y de la tierra. Los animales y todo cuanto existe debe ser cuidado, protegido y defendido, pero siempre teniendo en mente su debido lugar, por debajo del hombre, pero por debajo precisamente para ser cuidado por el hombre.

3. La enfermedad mental debe llevarnos a la compasión

Franco Ferrada, el joven que se lanzó a los leones, padece de algún tipo de enfermedad mental. Lamentablemente, esto ha llevado a muchos a plantear que su vida no tenía valor y que debería haber sido devorado por los leones. Aunque este sentimiento no es generalizado, es evidencia de la insensibilidad que caracteriza a nuestra sociedad. La violencia y el juicio sin misericordia es pan cotidiano, y qué decir de la facilidad con que las personas juzgan a alguien que sufre de un trastorno psicológico.
 
Nuestro pecado nos ha hecho seres egoístas. Nos cuesta ponernos en el lugar del otro y tener compasión. Preferimos sacar del camino al que estorba que agacharnos a escucharle y ayudarle. Nos haría bien reflexionar sobre la historia del Buen Samaritano (Lc. 10:25-37). Es necesario que comprendamos que las enfermedades mentales, aunque no se pueden ver como una discapacidad física, son igualmente terribles para quien las padece. Es allí donde, como creyentes, debemos marcar la diferencia, mostrando misericordia y el amor de Dios.
 
Mauricio Fabry, el director del Zoológico Metropolitano, nos ha dado buen ejemplo de compasión. Con respecto a las opiniones expresadas, se dirigió directamente a Franco: “Yo te perdono, ojalá la vida te dé una segunda oportunidad que esta sociedad no te dio. Es verdad que estás enfermo, como también es verdad que estamos enfermos como sociedad. Al menos yo, me alegro de que te hayamos podido entregar vivo a tu padre”.
Ciertamente la vida de los leones es valiosa, pero la vida humana, la vida de Franco, creada a imagen de Dios, vale más que la vida de todo león.

4. La raíz de la desvalorización del ser humano es la pérdida de Dios como referente

¿Cómo es que hemos llegado al punto a discutir si un ser humano tiene más o menos valor dos leones? La razón es profundamente teológica. Hemos llegado a este punto porque como sociedad hemos negado a Dios como centro controlador de nuestra realidad, y hemos colocado a cualquier otra cosa en su lugar.
 
Los movimientos animalistas y ecologistas tienen muchos aspectos positivos porque promueven el cuidado del mundo en que vivimos. Pero muchos de estos movimientos tienen sus bases en filosofías panteístas, las cuales postulan que “dios” es todo lo que existe, y de quien todos formamos parte: yo soy dios, tú eres dios, el león es dios, la flor es Dios. Desde esa perspectiva, el hombre no es más que el león y el león no es más que el hombre. Aunque, como en el caso de Franco, quizás “dos valen más que uno”.
 
Cuando olvidamos la historia de la creación, de quién venimos, quién nos creó, cómo nos creó, y para qué nos creó, la vida se vuelve un sinsentido, y la correcta valorización del ser humano y de los animales se ve desdibujada en medio de confuso debate.
 
¿Cómo es que llegamos a esto? Por nuestra necedad. “El necio ha dicho en su corazón: ‘No hay Dios.’ Todos se han corrompido, han cometido hechos abominables; No hay quien haga el bien” (Sal. 14:1). La pregunta “¿Cuántos leones vale un ser humano?” no tiene respuesta, porque el valor de un ser humano radica más allá de los límites de las cosas creadas.

5. El evangelio le da valor a cada ser humano

El evangelio nos enseña que Dios valora su creación a tal extremo que ha dado lo más precioso que tiene para redimirla: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquél que cree en Él, no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn. 3:16). Por amor, Dios envió a su propio Hijo eterno a un mundo lleno de rebeldes y necios, para identificarse con ellos y cargar con sus pecados en la cruz (Is. 53:5; 12). ¡Qué muestra más clara del valor que Dios le da a la humanidad! ¡A ti y a mí!
 
Si bien Dios hizo esto por la humanidad y no por los animales, la redención de la humanidad será consumada finalmente junto al resto de la creación (Ap. 21:1-4). Ya no habrá condenación, ni muerte, ni violencia, ni enfermedad mental, ni confusión de valores.
Si Franco pudo volver a su padre por medio de un sacrificio involuntario, cuánto más podemos nosotros volver al Padre por medio de Aquel que se entregó voluntariamente por nosotros (1 P. 3:18).
 
 
 
 
 
 
Sebastián Menay: 
Esposo de Marcela y padre de Gaby y Martín. Pastor de la Iglesia Presbiteriana de Chile. Profesor de Teología Sistemática del Seminario Teológico Presbiteriano JMIG. Expositor de “Recforma” y actualmente plantando una Iglesia en “Las Lomas”, en la ciudad de Concepción.
 
 

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