jueves, 19 de mayo de 2016

Una fulminante descarga eléctrica de más de 4 mil voltios, estremeció todo su cuerpo, lo lanzó por los aires, pero no murió

LA FE EN DIOS LO SALVÓ
  • La fe en Dios lo salvó
El electricista Jaime Rivera Rodríguez apagó los interruptores que alimentaban de energía a los cables de alta tensión, sacó los protectores y notó que varios tornillos cercanos estaban sueltos, tomó una llave y procedió a ajustarlos. Cuando su mano izquierda tocó una de las tuercas, una descarga eléctrica de más de 4,160 voltios lo fulminó, su cuerpo fue lanzado por los aires y cayó violentamente al pavimento con la mano totalmente quemada y destrozada
Los compañeros pensaron lo peor y sin ninguna demora corrieron a socorrerlo.  Como parte de los procedimientos de reanimación en este tipo de emergencias, le dieron varias bofetadas en el rostro y lograron reanimarlo, pero aún quedaba el riesgo de un repentino ataque al corazón como producto de la violenta descarga.
Dado la magnitud del accidente, el electricista fue llevado a un cercano hospital del municipio de Manatí, ubicada al norte de la isla de Puerto Rico. Allí fue atendido por una enfermera cristiana que lo reconoció en el acto y por un médico que se comunicó con su esposa Margarita Pinto.
- Venga rápido, su esposo ha sufrido un accidente grave- le dijeron.
La presión arterial comenzó a descender a extremos peligrosos. Por este y otros diagnósticos nada alentadores, fue trasladado en una ambulancia, hacia un nosocomio de la ciudad de San Juan.
Jaime Rivera Rodríguez, quien a sus 33 años era un pastor cristiano, estaba semiinconsciente y en ese estado empezó a ser asaltado por los pensamientos diabólicos.
-  “Tú que predicas que Él los guarda a todos los que confían en Él ¿Por qué no lo hizo contigo?”- le decía una vez siniestra.
De pronto, empezó a recordar a su esposa Margarita Pinto, su hija, la iglesia del Movimiento Misionero Mundial en el municipio de Cidra, y todo lo que había su vida hasta ese momento. Rememoró su niñez en la década de los 60.

El espiritismo

Vivía con sus padres y su única hermana en la zona costera del municipio de Mayagüez en la costa oeste de Puerto Rico. Aunque su familia pertenecía a la religión tradicional, sus padres practicaban sesiones de espiritismo y magia negra. Con el tiempo, fue adquiriendo miedo y antipatía a estas sesiones ocultistas, sobre todo los fines de semana, cuando alrededor de su casa se formaba una pequeña feria con la visita de los vecinos, amigos y familiares que requerían los servicios de sus padres para que los sanaran de los males del cuerpo y del alma.  
Mientras su padre atendía las consultas y recetaba todo tipo de remedios caseros a base de hierbas medicinales, su madre era ampliamente requerida por su supuesto don en la clarividencia o por ser un médium entre sus clientes y los espíritus que ella invocaba. Al principio, esto causó mucho temor entre los hijos, pero los padres supieron poner paños fríos, inculcándoles que estas espirituales nunca les harían daño.
- Muchas veces vi a mi madre y otras personas en trance y ser poseídos por demonios… Me daba un poco de miedo- relata. 

Entre la droga y la muerte

Luego evocó sus días cuando bordeaba los 16 años de edad y una avalancha de tentaciones lo inclinaban hacia el mundo de las drogas.  Se hastió de vivir en el hogar,  buscó el camino de la vida fácil y comenzó a transitar en el camino de la drogadicción
Sin embargo, todo ello acabó un Viernes Santo del año de 1976, cuando el Señor llegó a su vida en una iglesia evangélica de su pueblo natal, Mayagüez. Al terminar el mensaje del predicador en el que recordó el acto redentor de Cristo sobre la cruz e impactó poderosamente en su corazón  
-Dios, si tú existe tienes que hacer algo conmigo, porque me quedan dos caminos: la droga o la muerte- repetía Jaime para sí mismo.
Lo maravilloso sucedió cuando al levantar la mirada, observó que una espesa nube cubría todo el altar, desde donde el predicador ministraba la Palabra de Dios. Desde la niebla, salió un extraordinario personaje al que le fue imposible mirarle el rostro, pues era tan potente como los rayos del sol. Solo pudo contemplar sus manos, sus pies y un costado abierto, con las hicieron al nazareno en el día de su ejecución. Allí comprendió que era Cristo, quien le mostraba su redención.
Desde aquel Viernes Santo, empezó a andar con Dios y con la paz que este le ofrecía. Sin embargo, dentro de su hogar, los espíritus demoniacos empezaron a perturbarlo sin descanso. Una noche, una sombra negra se le presentó y le dijo que le pertenecía.
-Tú me perteneces. Tu padre hizo un pacto de sangre conmigo- dijo el espíritu maligno.
Jaime Rivera Rodríguez sacó a relucir la Biblia y terminó por echarlo de su presencia al invocar el nombre de Jesucristo. Cuando el espíritu huyo, un temblor remeció las estructuras de su casa y todos los ocupantes despertaron despavoridos. Desde aquel día, los padres comprendieron que el poder del Dios es más grande que cualquier poder maligno y poco a poco se apartaron de las prácticas ocultas para abrazar la fe cristiana.
Algunos años después, en 1985, Jaime Rivera Rodríguez fue designado como pastor en el municipio de Lares, más conocido como “Ciudad del Grito”. En 1988. Junto a su esposa Margarita Pinto se unieron al Movimiento Misionero Mundial y fueron trasladados hacia la ciudad de Guaynabo; luego a Aguas Buenas y Cidra, y posteriormente en Manabí, donde prestó sus servicios como electricista y donde ocurrió el terrible accidente que por poco le arrebata la vida.

Un milagro de Dios

Una vez que llegó al hospital en la capital de Puerto Rico, Jaime Rivera Rodríguez fue derivado rápidamente hacia la unidad de quemados, y colocado en una habitación repleta con diversos equipos médicos, para evitar el paro cardiaco y la muerte.
Treintaiséis horas de extremos cuidados transcurrieron hasta que fue declarado fuera de peligro. El médico que lo atendió no daba crédito al insólito caso de aquél hombre que sobrevivió a pesar de recibir una descarga eléctrica de 4,160 voltios, que ingresó por su brazo izquierdo y que al encontrar no un punto de salida o desfogue, pudo haber calcinado sus órganos internos y matarlo inmediatamente.
-¡Usted, es un milagro de Dios!- le dijo el galeno.
Luego de un largo proceso de sanación y rehabilitación de cuatro meses, Jaime Rivera Rodríguez fue limpiado de sus heridas, y agradeció al Señor el milagro efectuado en él.
Al salir del nosocomio a fines del año 1993, siguió pastoreando en diversas ciudades de la denominada isla del encanto. Un año después su esposa falleció y en el 2002 se casó con Ana Balbina Clase Toribio, que lo sigue acompañando hasta nuestros días, incluso cuando presta sus servicios como electricista.

Ampliados

Cuando su mano izquierda tocó una de las tuercas, una descarga eléctrica de más de 4,160 voltios lo fulminó, su cuerpo fue lanzado por los aires y cayó violentamente al pavimento con la mano totalmente quemada y destrozada. (…) Los compañeros pensaron lo peor y sin ninguna demora corrieron a socorrerlo.  
Lo maravilloso sucedió cuando al levantar la mirada, observó que una espesa nube cubría todo el altar, desde donde el predicador ministraba la Palabra de Dios. Desde la niebla, salió un extraordinario personaje al que le fue imposible mirarle el rostro, pues era tan potente como los rayos del sol. Solo pudo contemplar sus manos, sus pies y un costado abierto (…)
Treintaiséis horas de extremos cuidados transcurrieron hasta que fue declarado fuera de peligro. El médico que lo atendió no daba crédito al insólito caso de aquél hombre que sobrevivió a pesar de recibir una descarga eléctrica de 4,160 voltios (…)


Fuente: impactoevangelistico.net

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Al Maestro con cariño