viernes, 26 de agosto de 2016

EL AGUA DE LOS 3 SOLDADOS





En la actualidad, al menos el 89% de los ciudadanos del mundo disfrutamos diariamente de un gran “milagro sutil”. Gozamos casi sin percatarnos de un privilegio tan maravilloso como rutinario, me refiero ni más ni menos a ese simple y refrescante vaso de agua fría que tomamos de la hielera.

En los tiempos del forajido David y sus secuaces esto distaba de ser así, calmar la sed del día a día no era para nada fácil, ni siquiera en tiempos de bonanza, un simple vaso de agua limpia no estaba garantizado para nadie. En tiempos de guerra, el drama era mucho más cruel; Ciudades enteras debían rendirse ante las hordas enemigas cuando luego de semanas y meses de ser sitiados se acababan las reservas de agua potable y de cualquier cosa que pudiera beberse.

David y sus hombres llevaban muchos días (solo Dios sabe cuántos) bebiendo de lo poco que quedaba; Doblemente sitiados, por Saúl y por los Filisteos, mitigaban la sed con lo que alguna vez fue agua limpia, convertido ahora en una especie de té maloliente. 

En algún punto de la árida tarde, el joven rebelde junto a sus tres mejores hombres se sientan exhaustos a reponer fuerzas, David suelta su espada, seca su sudor y luego del desagradable sorbo alza su rostro cegado por el sol, y sin quejarse, como quien sueña, se le escapa un anhelo en voz alta: <<¡ah, cómo me gustaría tomar un poco de esa buena agua del pozo que está junto a la puerta de Belén!>>(2 Sam 23:15 NTV). Luego, sin ninguna importancia, les sonríe y tras un espaldarazo siguen con la marcha.

Lo que sigue realmente me conmueve: Los tres soldados se separan de las filas de David, no están desertando, no están cumpliendo con una obligación, están atravesando las líneas filisteas llevando consigo algo más que sus armas, cargan con sus odres vacíos rumbo al pozo de Belén.

Los tres hombres se presentan ante su señor, David se les acerca con su acostumbrada sonrisa y al instante notó en ellos la evidente conmoción de un soldado que regresa de batalla, -¿Qué ha pasado?-, les pregunta ya sin sonreír; Acto seguido, los que sonríen ahora son ellos: ocultaban una copa llena de agua fresca, y no de cualquier agua, era la del pozo de Belén.

David sabe bien lo que pasó, su corazón se quebranta, casi puedo ver el agua de la copa moviéndose con el leve temblor de las manos del Rey, tras un instante de silencio, con la garganta seca y los ojos mojados David dice: << ¡No permita el señor que la beba!, esta agua es tan hermosa como la sangre de estos hombres que arriesgaron la vida para traérmela >> (2 Sam 23:17 NTV) y allí la derramo lentamente, como una ofrenda de adoración a Dios.

“Un líder que demuestra amor y respeto hacia sus siervos, ¿Cómo no gozará de lealtad?.”

A diferencia del Rey David, hoy en día, dolorosamente, muchos líderes de nuestras iglesias no solo se toman el agua de los tres soldados, piden hielo y se bañan con el resto.

Leonardo Díaz.

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