“Entonces Saúl dijo a su escudero: Saca tu espada y traspásame con ella, no sea que vengan estos incircuncisos y me traspasen y hagan burla de mí. Pero su escudero no quiso, porque tenía mucho miedo. Por lo cual Saúl tomó su espada y se echó sobre ella. Al ver su escudero que Saúl había muerto, él también se echó sobre su espada y murió con él. Así murió Saúl aquel día, junto con sus tres hijos, su escudero y todos sus hombres”.
1 Samuel 31: 4 – 6.
El libro de Samuel comienza con el nacimiento excepcional de un hombre fiel a Dios: Ese hombre fue precisamente el profeta Samuel. Su vida fue como un rayo de luz en una época de una gran obscuridad y alejamiento de Dios. Samuel fue el portavoz de la Palabra de Dios para la nación de Israel a lo largo de toda su vida. Dios levantó a ese varón como una aguda trompeta que incomodaría las consciencias adormecidas del pueblo de Dios. Y aunque eso debería haber sido una buena noticia para los israelitas, ellos no lo entendieron así. Su corazón no cambió del todo y llegado el momento en que Samuel era un hombre mayor, pidieron un Rey para ser como las demás naciones a las cuales Dios reprobaba.
Contrario a lo que podríamos pensar Dios les concedió el rey que querían. El nuevo rey constituía todo lo que ellos podían haber anhelado en cuanto a aptitudes humanas, pero no así en la integridad de su corazón, pues a pesar de haber sido grandemente bendecido por Dios, este rey nunca busco agradar al Señor, sino que pasó su vida entera dominado por sus deseos e impulsos. La vida del Rey Saúl podría ser resumida la de uno que reinó neciamente para si mismo y no para Dios.
Treinta y un capítulos después, la historia no es más alentadora que al inicio, no al menos desde la perspectiva humana. El rey Saúl, ha perdido toda cordura y dejado en claro que no teme al Señor. Finalmente, al ser perseguido por sus enemigos y estar lleno de temor a ser atrapado, torturado y avergonzado por ellos, se quita la vida clavándose su propia espada y quedando muerto junto con sus hijos en el campo de batalla. Este no es un final de cuento en el que todos “fueron felices para siempre”.
Leí este libro por primera vez antes de cumplir los diez años y hoy después de haberlo leído varias docenas de veces, sigo sintiendo el mismo sabor amargo al leer su final. ¡Es triste y trágico! Puedes percibir la confusión y desesperanza en el ambiente mientras lees y relees las ultimas lineas tratando de completar la imagen total del libro.
Lo sombrío de esta historia forma parte de lo que Dios inspiró como palabra suya y tiene una razón de ser. Por su puesto que la idea de Dios no es que quedemos confundidos y sin esperanza tras leer cómo el Rey Saúl se quita la vida, sino todo lo contrario.
En su narrativa, este libro nos permite ver lo engañoso que es el corazón de los hombres y lo falible de sus métodos. La historia del Rey Saúl, no es la de un buen hombre que cometió algunos sencillos errores, sino la de uno que rechazó al Señor y su Palabra hasta el ultimo momento de su vida. En contraste, descubrimos que Dios es bueno y veraz; nos maravillamos ante los métodos que Él usa y las formas en que actúa, incluso cuando todos los hombres fallan.
Observar cada uno de los personajes que encontramos, es como tener en nuestras manos un fotografía de la maldad y engaño que hay en lo más profundo del corazón del hombre, incluido el nuestro. No se trata sólo del malvado Saúl y del ingrato pueblo israelita, también el corazón de David le traicionó en ocasiones, e incluso el mismo Samuel cometió errores que no pasaron desapercibidos a los ojos de Dios.
Nunca me cansaré de insistir que Dios es el héroe en cada historia de la Biblia. Aun cuando el final de primera de Samuel parece un anticlímax, Dios esta obrando detrás del telón y trazando de manera muy firme y fina el boceto de la redención, el cual a veces llega a pasar desapercibido delante de nuestros ojos, sobre todo en pasajes que a nosotros nos parecen “desalentadores” como 1 Samuel 31.
La pregunta es ¿Cómo historias tan obscuras pueden contribuir para los planes de Dios? ¿Cómo hombres tan imperfectos con corazones engañosos y vidas hechas añicos podrían glorificar a Dios? La respuesta a todo esto no es sencilla, sobre todo por el hecho de que la religión nos ha amaestrado a tratar de contribuir con “algo de nuestras buenas obras” para ser aceptados por Dios. Lo cierto es que la única contribución que hicimos para nuestra salvación, fue una gran multitud de pecados que debían ser perdonados por el Señor. Estar finales no deseados nos recuerdan esta gran verdad.
La mayoría de las personas creyentes buscan (aún de forma inconsciente) “ganar” el favor de Dios, pero la realidad que queda expuesta a través de la Biblia, incluido el libro de Samuel es que el hombre no puede salvarse a si mismo, necesita un Salvador. Ese Salvador efectivamente, usará métodos despreciables para los hombres; sus caminos no parecerán muy ortodoxos para las mentes modernas y refinadas de este mundo y muchos de ellos le rechazarán. Las personas que Dios salvará tampoco son las que serían escogidas de forma elitista por los hombres. Y aquí otra vez los métodos de Dios se encuentran en contraste con los nuestros.
Los hombres vemos lo exterior, Dios ve el corazón; los hombres buscamos los caminos fáciles para nuestra comodidad, Dios toma los caminos más duros y lo hace para su propia gloria; nosotros queremos ganar la salvación, Dios ha determinado que nadie puede hacerlo a menos que le sea dado por Él gratuitamente; nosotros salvaríamos a los que consideramos buenos, Dios ha escogido lo vil y menospreciado de este mundo. Estos contrastes pueden ser una locura para muchos pero ponen en relieve la gloria de Cristo en el Evangelio.
La forma trágica en que termina 1 de Samuel es exactamente la misma en que terminan las cosas sin Cristo. Esto aplica a personas, familias y naciones. Puedes verlo sucediendo hasta el mismo día de hoy. Así que hay mucho que podemos aprender al ver las vidas caídas y rotas de cada uno de sus personajes, que rechazaron al Señor y su Palabra, pero ¿Qué más podemos concluir al final de este libro? Bueno, cuando terminamos un pasaje, una historia, o todo un libro de la Biblia y llega la hora de aplicarlo a nuestras vidas, nuestro pensamiento tiende a ser si podemos imitar al fiel Samuel o si anhelamos tener un corazón como David, Jonathan o Abigail (por citar algunos personajes del libro de Samuel). Otras veces nuestras conclusiones se inclinan hacia a observar las áreas grises de Elí, Saúl o los israelitas y reflexionamos acerca de las muchas formas en que seguir sus pisadas sería un error.
Esta es la forma más común y sencilla de aplicar nuestra lectura bíblica, es correcta, pero debo decirte que no deberíamos llegar sólo hasta ahí.
Admiro a David de muchas formas, pero lo cierto es que también hay muchas cosas en las que no querría parecerme a él. De forma muy similar, detesto los errores de Saúl, pero he descubierto que mi vida sin Cristo fue más parecida con la de Saúl de lo que cómodamente reconocería.
Todos estos personajes y los elementos buenos y malos de sus vidas son sólo el terciopelo negro sobre el cual es puesto el diamante del Evangelio: Cristo mismo. De manera que la conclusión más alta a la que puede llevarnos nuestra aplicación de la Biblia es: ¡Yo quiero ser como Cristo! El mismo Cristo que también necesitaron Samuel, Elí, Saúl, David y cada personaje que encontramos en las Escrituras.
¡Quiero que Cristo sea mi meditación y mi aplicación final! ¡Quiero verle desde cada pagina de la Biblia, quiero aprender cómo el piensa, cómo actúa, cómo juzga y cómo salva! ¡Quiero saber más y más cómo me ha amado sin yo merecerlo y quiero vivir para su gloria y propósito!
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