lunes, 1 de febrero de 2016

La guerra de las Galias: la contienda que encumbró a César

   


Entre los años 58 y 52 a.C., Julio César lideró a las legiones romanas hasta sojuzgar a las tribus galas, un choque que demostró la superioridad logística, estratégica y armamentística del ejército romano
Por Borja Pelegero. Historiador y arqueólogo, Historia NG nº 141
Ambicioso vástago de una familia de la más rancia nobleza romana, César protagonizó un espectacular ascenso político en Roma, que lo llevó en el año 59 a.C. al máximo cargo de la República, el de cónsul.

A los 42 años había demostrado su habilidad en las intrigas, su tirón entre el pueblo y también, como propretor en la Hispania Ulterior, sus dotes de administrador. Pero para ponerse a la altura de sus rivales de la aristocracia romana, en particular de Pompeyo, le faltaba un triunfo militar indiscutible. Con este objetivo en mente –pero también con el de engrosar su fortuna personal con un abundante botín–, logró que lo nombraran gobernador de la Galia Cisalpina, lo que le daba el mando sobre cuatro legiones y la posibilidad de emprender una campaña de conquista contra los pueblos que habitaban la Galia libre, provincia que también le fue atribuida.


A principios de marzo de 58 a.C., César ocupó su nuevo cargo. Durante los ocho años siguientes sometió al dominio romano, en una serie de audaces campañas, buena parte de los territorios de las actuales Francia y Bélgica, e incluso realizó incursiones en Britania y Germania. Al acabar su mandato, César había extendido las fronteras de la República romana hasta Europa central y se había convertido en uno de los hombres más ricos y poderosos de Roma. Sin embargo, la guerra de las Galias no fue un paseo militar para César y sus tropas, pues los galos ofrecieron una enconada resistencia y derrotaron a los romanos en varias ocasiones. La lucha contra los galos constituyó un desafío militar mayúsculo que puso de manifiesto por qué el ejército romano fue el más poderoso y eficaz de la Antigüedad.


Líder carismático

El liderazgo del propio Julio César fue una de las claves del triunfo romano en las Galias. El estilo de mando de César puede resumirse en tres palabras: agresividad, velocidad y riesgo. En el mundo antiguo, los generales romanos tuvieron una merecida fama de combativos, pero incluso entre ellos César destaca como un comandante extremadamente agresivo. Su método en las operaciones militares era siempre el mismo: encontrar al ejército enemigo y destruirlo. Ya fuesen los helvecios en busca de nuevas tierras, los germanos del rey Ariovisto intentando asentarse en las Galias o el rebelde galo Vercingétorix, César logró acorralarlos y acabar con ellos.


Otro elemento básico del estilo cesariano de hacer la guerra fue la velocidad. En el caso de la guerra de las Galias, su habilidad para mover el ejército con gran rapidez tuvo especial trascendencia, ya que le permitió compensar su principal debilidad, el hecho de estar en franca inferioridad numérica ante sus enemigos. Un ejemplo excelente lo tenemos en la campaña del año57 a.C. contra los pueblos belgas.

Cuando los romanos se encontraron, cerca de Bibrax, con un enorme contingente de tribus belgas, César se negó durante varios días a librar una batalla campal contra sus enemigos, sabedor de que éstos no podrían permanecer mucho tiempo en el lugar dada su incapacidad para garantizarse el abastecimiento de comida. Y en efecto, cuando las tribus se dispersaron para retornar a sus bases, César actuó raudo y condujo su ejército a marchas forzadas, primero contra la capital de los suesiones y después contra la de los belóvacos, hasta conseguir la rendición de ambos pueblos. A continuación invadió el territorio de los nervios y, aunque éstos le atacaron por sorpresa, los derrotó en el río Sabis. De esta manera, combinando velocidad y agresividad, César, con un ejército de 40.000 soldados, consiguió derrotar a una coalición que contaba con casi 300.000 guerreros.


Asimismo, César asumió a menudo unos riesgos que para otros generales hubiesen sido inaceptables. No hay duda de que muchos de estos peligros estuvieron perfectamente calculados, como lo demuestra el hecho de que nunca sufrió una derrota estrepitosa. Pero hay ocasiones en que rozó el desastre. Entre los años 55 y 54 a.C. condujo parte de su ejército a sendas expediciones a la isla de Britania. Empeñado en acrecentar su fama en Roma, César descuidó la preparación de la invasión y menospreció el peligro que suponen las frecuentes tormentas de verano en el canal de la Mancha.

 En ambas campañas perdió parte de su flota y a punto estuvo de quedar atrapado en Britania, pero la suerte no le abandonó y pudo regresar al continente con la mayor parte de su ejército.
Afortunadamente para César nunca tuvo que enfrentarse a todos los galos en bloque, ya que éstos se encontraban divididos en más de cuarenta pueblos independientes. A fin de cuentas, la vida política de los pueblos galos, con diversas facciones de nobles compitiendo ferozmente entre sí por el poder y el prestigio, no era muy diferente de la de la propia Roma, y César aprovechó su experiencia para explotar hábilmente estas divisiones.


Un ejército disciplinado

César sabía que el resultado final de sus campañas dependía de sus tropas. Por ello, fue lo que actualmente calificaríamos como un excelente motivador, capaz de conseguir que sus hombres se entregasen en cuerpo y alma a cada tarea, ya fuese una marcha, un asedio o bien una batalla.
El ejército romano de entonces era heredero de las reformas llevadas a cabo medio siglo antes por el cónsul Cayo Mario –pariente de César por matrimonio con su tía Julia–, que lo habían convertido en una fuerza casi profesional.

 En consecuencia, los soldados romanos se sometían a una disciplina muy dura. La historia del cónsul Tito Manlio Torcuato, quien más de tres siglos antes había hecho ajusticiar a su propio hijo por haber abandonado la formación para enfrentarse en combate personal contra el campeón de un ejército enemigo, probablemente sea falsa, pero los legionarios de César la conocían y se la creían. Puede que los soldados romanos no fuesen, individualmente, más valientes o más fuertes que sus rivales galos, pero colectivamente eran más disciplinados. Por todo esto las unidades romanas eran más eficaces en combate que las galas y, sobre todo, eran mucho más capaces de superar situaciones adversas.


Quizás el ejemplo más claro lo tengamos en la batalla del río Sabis, en 57 a.C. En ella los belgas sorprendieron a los romanos mientras construían un campamento fortificado. El ataque debió de suponer una gran sorpresa para los legionarios, pero su profesionalidad y entrenamiento les permitieron superar la emergencia. César ordenó a sus tropas formar una línea de batalla, cosa que tuvieron que hacer en los pocos minutos que tardaron los belgas en cruzar el Sabis. Los legionarios tuvieron que formar allí donde se encontraban, agrupándose alrededor de los centuriones y estandartes más cercanos. El resultado final fue una rotunda victoria romana.



Los galos demostraron en todo momento un coraje asombroso, como ilustra un incidente ocurrido durante el asedio de Avaricum, la capital de los bituriges. Los romanos habían construido una rampa que les permitió acercar las torres de asalto a la muralla de la ciudad. Los defensores galos debían destruirlas o la plaza estaría perdida, así que un guerrero intentó incendiarla, pero fue abatido por el proyectil de un escorpión, una pequeña catapulta empleada por los romanos. A continuación, uno tras otro, tres guerreros más ocuparon su lugar, muriendo todos en el intento. Sin embargo, pese a estos actos de valentía individual, las unidades galas carecían del grado de cohesión interna y la disciplina que tenían las romanas, por lo que fueron derrotadas por éstas en la mayoría de batallas campales.

Fuente: nationalgeographic.com
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