Job comprende
que ha juzgado a Dios injustamente y hablaba de lo que no entendía. Pero ¿qué
responde Dios y qué entiende Job?
AUTOR:
César Vidal
Durante
las anteriores entregas hemos ido
asistiendo a la historia terrible de Job. Primero, nos enteramos de que se
convertía en el protagonista involuntario de un enfrentamiento entre Dios y
Satanás. Luego vimos cómo la desgracia caía sobre él para que quedara de
manifiesto si, efectivamente, alguien estaría dispuesto a servir a Dios aún a
costa de perder todo. A continuación, contemplamos –con desazón creciente,
dicho sea de paso– cómo los amigos de Job lo maltrataban verbal y
espiritualmente dejando de manifiesto que la tradición, el espiritualismo y el
dogma no sólo no les permitían ver más allá de sus narices sino que les
privaban hasta de un mínimo de compasión.
Finalmente,
Elíu mostró que la juventud no es garantía de abordar mejor los problemas y que
incluso, en ocasiones, se traduce en una mayor agresividad a la hora de
afrontarlos, pero no en una mayor eficacia.
A partir de ese momento, resulta
obvio que Dios va a intervenir y que lo hará dando respuesta al clamor continuo
y amargo de Job. Dios ciertamente interviene, pero… Bueno, para ser sinceros,
más de uno esperaría a estas alturas del libro que Dios le ponga a Job al
corriente de lo que había sucedido en el cielo y, por añadidura, le diera algún
detalle de por qué había recogido el guante arrojado por Satanás. Parece
incluso lógico explicar esto, pero, ciertamente, no es lo que hace Dios. Por el
contrario, Dios actúa de una forma que nos desconcierta. En lugar de
proporcionar las respuestas que nosotros daríamos en Su lugar, Dios comienza a
darle a Job una lección sobre el cosmos incomprensible e inaprensible para el
ser humano (c. 38-39).
Reconozcamos
que es para desconcertarse, pero lo cierto es que Job comprende a la perfección
lo que Dios le está diciendo (40: 3-5). No sólo eso. Cuando Dios continua
haciendo referencia a dos animales inquietantes e incluso monstruosos como el
Behemot o hipopótamo y el Leviatán o cocodrilo (c. 40-41), Job llega al fondo
del asunto y comprende que ha juzgado injustamente a Dios y que hablaba de lo
que no entendía (42: 3). Pero, vamos a ver, ¿qué clase de respuesta es ésta y
qué es lo que ha entendido Job? Lo primero que Job ha captado es que el cosmos
es un lugar de orden y propósito. Al ser humano se le puede escapar dónde está
ese propósito y dónde se encuentra el orden, pero ambas realidades son
innegables. Pero no se trata sólo de que el cosmos indique que su Creador no es
un personaje que actúa de manera arbitraria y tiránica. Por añadidura, incluso
lo más horrible y aterrador –como Behemot y Leviatán– tiene un propósito y un
sentido.
Es
cierto que los hombres podemos no dar con él y es verdad que incluso cabe la
posibilidad de que nos sintamos aterrados por determinadas criaturas. Sin
embargo, existe un propósito para todo y ahí Job comprende su error. Desde una
perspectiva humana, ha exigido cuentas a Dios y deseado explicaciones. Ahora descubre
que existen razones y propósitos que él no intuye siquiera –y que Dios no le va
a revelar, dicho sea de paso– y que estaba errado. Lo que Dios pide del ser
humano –como puede verse en toda la Biblia– no es que realice ritos y
ceremonias, que absorba formulaciones dogmáticas o que se dedique a defenderlo
como pretendían los amigos de Job. Lo que Dios espera del hombre es que crea en
El, no en el sentido de aceptar su existencia, sino en el de confiar totalmente
en El para su salvación y para llevar una vida dotada de verdadero sentido.
Es por eso que en la Biblia la salvación es
por gracia y no por obras (Romanos 4: 1-5) y que el justo vive por la fe
(Habacuc 2: 4) o que se nos dice que Abraham, el amigo de Dios, fue justificado
por la fe (Génesis 15: 6). Los amigos de Job no dejaron de acumular frase tras
frase –alguna hasta adecuada– pero su apego a la tradición, al dogma o a la
mística no los movió un milímetro de su inmenso error, el de pretender
anteponer sus méritos a la gracia de Dios y el de pensar que podían explicarlo
todo. Dios, sin embargo, le dice a Job algo mucho más real y veraz y es que
ningún ser humano puede explicar totalmente al Creador por la sencilla razón de
que ni siquiera pueda explicar la creación y todavía más, difícilmente puede
explicar los lados terribles del cosmos que nos rodea desde las fieras a los
depredadores humanos.
Es más, las obras de teología que se han
dedicado a esa tarea si bien se piensa no dejan de tener su parte ridícula por
muy sumas que pretendieran ser. Sin embargo, todo tiene un sentido aunque no
alcancemos a verlo y frente esa ignorancia nuestra Dios dice: “Reconoce tu
falta de méritos, acepta tus limitaciones, no confíes en discursos propios de
una religión, cree en mi y serás salvo”. No otro mensaje se encuentra en el
Nuevo Testamento (Juan 3: 16). El Job que comprende eso, también entiende que
debe escuchar a Dios (42: 4) –no a los que dicen que lo representan– que no
había entendido nada (42: 5) y que, a pesar de los méritos que se suponía, es
un pecador que debe arrepentirse “en polvo y ceniza” (42: 6). No es un mensaje
agradable para los que pretenden salvarse por sus méritos o pretenden
representar a Dios o insisten en que pertenecen a la única organización
religiosa verdadera fuera de la cual no hay salvación. Ciertamente, no lo es,
pero ésa es la Verdad con mayúsculas. Y por si hubiera alguna duda, Dios
insiste en que está encolerizado con los amigos de Job porque no han hablado lo
recto sobre Él (42: 7). En otras palabras, su dogma, su tradición y su mística
es un estiércol asqueroso e inútil que, en realidad, sólo sirve para provocar
la irritación de Dios.
De hecho, como también enseña la
Biblia, sólo un sacrificio expiatorio de alguien perfecto e inocente –una
prefiguración del sacrificio futuro del mesías– puede salvarlos de su
situación, pero jamás sus méritos que no existen en realidad. Los últimos
versículos del libro dejan de manifiesto cómo Dios restaura a Job que tendrá
una existencia aún mejor que la que había disfrutado antes. Sin embargo, la
mayor bendición no es la prosperidad restaurada o la salud recuperada ni
siquiera la nueva familia. Lo verdaderamente relevante es que Job ha
comprendido que la relación entre el ser humano y Dios no es la mercantil que
enseñan todas las religiones paganas o infectadas por el paganismo según la
cual el hombre cree acumular méritos para adquirir la salvación de Dios. Lo que
Job ha aprendido es que Dios salva y derrama Sus bendiciones sobre aquel que
confía en El a pesar de no entender todo y de ignorar muchas cosas, sobre aquel
que se reconoce limitado y pecador y, sobre todo, sobre aquel que es consciente
de que no tiene la menor posibilidad de salvarse por sus obras. No es poca la
actualidad del libro de Job.
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