miércoles, 16 de septiembre de 2015

Dios responde a Job

Job comprende que ha juzgado a Dios injustamente y hablaba de lo que no entendía. Pero ¿qué responde Dios y qué entiende Job? 




AUTOR: César Vidal

Durante las anteriores entregas  hemos ido asistiendo a la historia terrible de Job. Primero, nos enteramos de que se convertía en el protagonista involuntario de un enfrentamiento entre Dios y Satanás. Luego vimos cómo la desgracia caía sobre él para que quedara de manifiesto si, efectivamente, alguien estaría dispuesto a servir a Dios aún a costa de perder todo. A continuación, contemplamos –con desazón creciente, dicho sea de paso– cómo los amigos de Job lo maltrataban verbal y espiritualmente dejando de manifiesto que la tradición, el espiritualismo y el dogma no sólo no les permitían ver más allá de sus narices sino que les privaban hasta de un mínimo de compasión.
Finalmente, Elíu mostró que la juventud no es garantía de abordar mejor los problemas y que incluso, en ocasiones, se traduce en una mayor agresividad a la hora de afrontarlos, pero no en una mayor eficacia.

 A partir de ese momento, resulta obvio que Dios va a intervenir y que lo hará dando respuesta al clamor continuo y amargo de Job. Dios ciertamente interviene, pero… Bueno, para ser sinceros, más de uno esperaría a estas alturas del libro que Dios le ponga a Job al corriente de lo que había sucedido en el cielo y, por añadidura, le diera algún detalle de por qué había recogido el guante arrojado por Satanás. Parece incluso lógico explicar esto, pero, ciertamente, no es lo que hace Dios. Por el contrario, Dios actúa de una forma que nos desconcierta. En lugar de proporcionar las respuestas que nosotros daríamos en Su lugar, Dios comienza a darle a Job una lección sobre el cosmos incomprensible e inaprensible para el ser humano (c. 38-39).


Reconozcamos que es para desconcertarse, pero lo cierto es que Job comprende a la perfección lo que Dios le está diciendo (40: 3-5). No sólo eso. Cuando Dios continua haciendo referencia a dos animales inquietantes e incluso monstruosos como el Behemot o hipopótamo y el Leviatán o cocodrilo (c. 40-41), Job llega al fondo del asunto y comprende que ha juzgado injustamente a Dios y que hablaba de lo que no entendía (42: 3). Pero, vamos a ver, ¿qué clase de respuesta es ésta y qué es lo que ha entendido Job? Lo primero que Job ha captado es que el cosmos es un lugar de orden y propósito. Al ser humano se le puede escapar dónde está ese propósito y dónde se encuentra el orden, pero ambas realidades son innegables. Pero no se trata sólo de que el cosmos indique que su Creador no es un personaje que actúa de manera arbitraria y tiránica. Por añadidura, incluso lo más horrible y aterrador –como Behemot y Leviatán– tiene un propósito y un sentido.


Es cierto que los hombres podemos no dar con él y es verdad que incluso cabe la posibilidad de que nos sintamos aterrados por determinadas criaturas. Sin embargo, existe un propósito para todo y ahí Job comprende su error. Desde una perspectiva humana, ha exigido cuentas a Dios y deseado explicaciones. Ahora descubre que existen razones y propósitos que él no intuye siquiera –y que Dios no le va a revelar, dicho sea de paso– y que estaba errado. Lo que Dios pide del ser humano –como puede verse en toda la Biblia– no es que realice ritos y ceremonias, que absorba formulaciones dogmáticas o que se dedique a defenderlo como pretendían los amigos de Job. Lo que Dios espera del hombre es que crea en El, no en el sentido de aceptar su existencia, sino en el de confiar totalmente en El para su salvación y para llevar una vida dotada de verdadero sentido.

 Es por eso que en la Biblia la salvación es por gracia y no por obras (Romanos 4: 1-5) y que el justo vive por la fe (Habacuc 2: 4) o que se nos dice que Abraham, el amigo de Dios, fue justificado por la fe (Génesis 15: 6). Los amigos de Job no dejaron de acumular frase tras frase –alguna hasta adecuada– pero su apego a la tradición, al dogma o a la mística no los movió un milímetro de su inmenso error, el de pretender anteponer sus méritos a la gracia de Dios y el de pensar que podían explicarlo todo. Dios, sin embargo, le dice a Job algo mucho más real y veraz y es que ningún ser humano puede explicar totalmente al Creador por la sencilla razón de que ni siquiera pueda explicar la creación y todavía más, difícilmente puede explicar los lados terribles del cosmos que nos rodea desde las fieras a los depredadores humanos.

 Es más, las obras de teología que se han dedicado a esa tarea si bien se piensa no dejan de tener su parte ridícula por muy sumas que pretendieran ser. Sin embargo, todo tiene un sentido aunque no alcancemos a verlo y frente esa ignorancia nuestra Dios dice: “Reconoce tu falta de méritos, acepta tus limitaciones, no confíes en discursos propios de una religión, cree en mi y serás salvo”. No otro mensaje se encuentra en el Nuevo Testamento (Juan 3: 16). El Job que comprende eso, también entiende que debe escuchar a Dios (42: 4) –no a los que dicen que lo representan– que no había entendido nada (42: 5) y que, a pesar de los méritos que se suponía, es un pecador que debe arrepentirse “en polvo y ceniza” (42: 6). No es un mensaje agradable para los que pretenden salvarse por sus méritos o pretenden representar a Dios o insisten en que pertenecen a la única organización religiosa verdadera fuera de la cual no hay salvación. Ciertamente, no lo es, pero ésa es la Verdad con mayúsculas. Y por si hubiera alguna duda, Dios insiste en que está encolerizado con los amigos de Job porque no han hablado lo recto sobre Él (42: 7). En otras palabras, su dogma, su tradición y su mística es un estiércol asqueroso e inútil que, en realidad, sólo sirve para provocar la irritación de Dios.

De hecho, como también enseña la Biblia, sólo un sacrificio expiatorio de alguien perfecto e inocente –una prefiguración del sacrificio futuro del mesías– puede salvarlos de su situación, pero jamás sus méritos que no existen en realidad. Los últimos versículos del libro dejan de manifiesto cómo Dios restaura a Job que tendrá una existencia aún mejor que la que había disfrutado antes. Sin embargo, la mayor bendición no es la prosperidad restaurada o la salud recuperada ni siquiera la nueva familia. Lo verdaderamente relevante es que Job ha comprendido que la relación entre el ser humano y Dios no es la mercantil que enseñan todas las religiones paganas o infectadas por el paganismo según la cual el hombre cree acumular méritos para adquirir la salvación de Dios. Lo que Job ha aprendido es que Dios salva y derrama Sus bendiciones sobre aquel que confía en El a pesar de no entender todo y de ignorar muchas cosas, sobre aquel que se reconoce limitado y pecador y, sobre todo, sobre aquel que es consciente de que no tiene la menor posibilidad de salvarse por sus obras. No es poca la actualidad del libro de Job.


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