A lo
largo de los siglos, miles de hombres han dedicado sus vidas a evaluar,
definir, estudiar y aplicar las diversas estrategias militares, buscando
analizar y prever el éxito a la hora de la batalla. Antes de ir a una guerra,
los generales estudian las tácticas antiguas, lo que ha funcionado y lo que no,
la topología del terreno donde ocurrirá, el clima en el área, y hasta cómo
piensa el enemigo. Esto les permite desarrollar un plan de defensa y de ataque,
y sin duda ha provisto de éxito a muchos hombres de guerra. Pero ya que los
caminos de Dios no son nuestros caminos ni Sus pensamientos los nuestros (Is. 55:9), en el terreno celestial, las tácticas
son diferentes. No cabe duda: hay una batalla, pero no es contra sangre ni
carne (Ef. 6:2).
Nuestro
enemigo no es visible a nosotros, por lo que no podemos simplemente observar su
accionar. Pero sí tenemos material de estudio. Dios conoce los planes y las
acciones de Satanás y sus demonios, por lo que la única forma de batallar es
dependiendo totalmente en Él. Desafortunadamente, Satanás ha creado fortalezas
en la mente de los cristianos sobre cómo batallar, lo que ha llevado a
estrategias inefectivas y enfoques erróneos.
Una forma errónea de batallar
Hay
dos extremos de creencia que son grave en términos de combatir. Primero cuando
al rechazar creer que hay una batalla, es fácil sufrir heridas espirituales
puesto que nos encontramos sin las armas equipadas ni listas para los dardos
que vienen. El otro extremo es el de atribuir todo lo que pasa a Satanás, lo
que termina dándole más poder de lo que realmente tiene.
Muchas
personas creen que la forma de luchar contra estas potestades es una lucha de
poder. Se comportan como detectives espirituales, siempre buscando al diablo
para reprenderlo y arrebatarle lo que se ha llevado. Esta no es la
enseñanza de la Palabra. De hecho, la Biblia enseña algo muy diferente. Vemos
en Judas
1:9 que
el arcángel Miguel, quien tiene más poder que nosotros, no se atrevió a
proferir juicio de maldición contra el diablo cuando disputaba acerca del
cuerpo de Moisés. También vemos la historia de los hijos de Esceva en Hechos
19:11-16, exorcistas ambulantes que fueron reprendidos por un
demonio al punto de terminar desnudos y heridos.
Un llamado a resistir
Entonces,
¿a qué nos llama la Palabra? Dice Santiago: “someteos a Dios y resistid al
diablo y huirá de vosotros” (Stg. 4:7). ¿Notas el llamado a resistir?
Fíjate también en el conocido pasaje de Efesios 6. Primero el apóstol nos llama
a Fortalecernos (Ef.
6:10) para entonces “estar firmes contra las insidias del diablo” (Ef.
6:11), “resistir en el día malo, y…estar firmes” (Ef.
6:13), y una vez más en Efesios
6:14 “Estén,
pues, firmes”. A lo mismo nos llama el apóstol Pedro (1
P. 5:8-9). En la guerra espiritual, la principal labor del cristiano no es
atacar: es resistir.
Entonces,
¿cómo resistimos? Cuando Satanás tentó a Cristo en el jardín, ¿qué hizo Jesús?
Citó la Palabra. Satanás, el padre de la mentira, ¡no puede resistir la verdad!
Lo que él conoce, donde él trabaja, en lo que es experto es en la mentira.
Cuando nos sometemos a la verdad de Dios, creyendo Su palabra, él huirá, buscando
otra táctica para venir de nuevo.
Las artimañas de Satanás
Satanás
tiene ciertas estrategias o artimañas que se repiten a lo largo de la Biblia y
que todo cristiano puede reconocer. Algunas de ellas:
El engaño (Jn. 8:44). A través del engaño, Satanás puede
hacernos creer una mentira que entonces se convierte en una fortaleza dañina
para nuestras vida. En este sentido, debemos estar a la defensiva con la
Palabra de Dios para no permitir la formación de nuevas fortalezas a través de
creer la mentira, pero también debemos estar activamente buscando la verdad y
eliminando lo que sea mentira en nuestros pensamientos.
Las
tentaciones (Ap.
12:9). Satanás
nos ha observado bien, y desde el primer pecado de la humanidad él ha mostrado
ser muy astuto (Gn. 3:1). Él ha notado cuáles son nuestras
debilidades y nuestros deseos pecaminosos, y él sabe cómo presentar la
tentación en una forma engañosa. Él hace que el pecado parezca agradable,
posible de realizar sin que nadie se entere, y que pensemos que podemos
disfrutarlo por poco tiempo y sin repercusiones. La verdad de la Palabra es que
Dios es omnipresente y omnisciente, y aun la oscuridad es como luz para Él (Salmos
139:12). Cuando desobedecemos, estamos levantándonos por encima de Dios
y Él resiste los soberbios (Santiago
4:6) Por tanto, ¡resistamos las tentaciones en el poder de Cristo
Jesús!
Acusaciones (Zac. 3:1-2). Luego que Satanás logra hacer
caer en tentación a un hijo de Dios, o aun cuando el hijo de Dios esté firme en
el Señor (como sucedió con Job), él procede a acusarnos: a inculpar nuestras
conciencias y a hacernos dudar de nuestro lugar delante de Dios. Ante estas
acusaciones, podemos decir gozosamente que somos nuevas criaturas en Cristo (2
Co, 5:17). No solamente nuestros pecados han sido perdonados, sino olvidados (He. 10:17). Y si Satanás nos hace pensar que
somos pecadores, sin él notarlo, nos está dando buenas noticias: ¡Cristo Jesús
vino al mundo para salvar a pecadores! (1
Ti. 1:15). Entonces no deberemos tambalear, porque aun si matan el cuerpo,
nuestra vida eterna está segura en Cristo (Lc. 12:4-5).
Armadura de fe
Debido
a la gran importancia del pasaje de Efesios 6, vamos a leerlo completo y a
comentar brevemente lo que vemos:
“Por
lo demás, fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza. Revestíos con
toda la armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las insidias del
diablo. Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra
principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas,
contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto,
tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y
habiéndolo hecho todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñida vuestra
cintura con la verdad, revestidos con la coraza de la justicia, y calzados los
pies con el apresto del evangelio de la paz; en todo, tomando el escudo de la
fe con el que podréis apagar todos los dardos encendidos del maligno. Tomad también
el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu que es la palabra de Dios.
Con toda oración y súplica orad en todo tiempo en el Espíritu, y así, velad con
toda perseverancia y súplica por todos los santos”, Efesios
6:10-18.
Nuestra
cintura está ceñida con
la verdad, y Su
palabra es la verdad (Juan
17:17). Es la creencia en la palabra y el aplicarla a nuestras acciones
lo que mantiene unida toda la armadura. El estar revestidos con la coraza de la justicia produce la resistencia mientras Satanás
huye. Sin duda esta justicia viene del Señor y su evangelio, y a la vez podemos
saber que una vida de piedad y santidad provee defensa ante los ataques
satánicos. Aprendemos también a levantar el escudo de
la fe que
apaga todos los dardos encendidos del maligno cuando no hay duda de la Palabra
en nuestros corazones. Todo esto es posible porque tenemos nuestro yelmo, la salvación, que, aunque no puede ser removida (Jn. 10:28), Satanás procurará atacarla,
acusándonos de no ser lo que Dios dice que somos.
Si te
fijas, en este pasaje hay solamente dos armas ofensivas: los calzados para compartir el evangelio y la espada del Espíritu,
ambos representando la Palabra de Dios. Una vez más: nuestro llamado es a
resistir. Nuestras armas son mayormente defensivas porque la batalla pertenece
al Señor (1
S. 17:47). Es Él quien lucha por nosotros. Solamente con Su palabra y en
Su poder hay victoria.
Cuando
apoyamos nuestra fe con vivir en la Palabra y la oración, recibimos nuestros
instrucciones del Espíritu Santo para la batalla, y nuestro Señor nos
llena con Su verdad para que podamos predicar con Su espada (Ef.
6:17). Él nos ha dicho que su espada es como un martillo que despedaza
(Jer. 23:29), y tenemos la garantía que “mi
palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía sin haber realizado lo que
deseo, y logrado el propósito para el cual la envié” (Is. 55:11).
La
batalla ya ha sido ganada por Cristo en la cruz, donde Él despojó los
autoridades triunfando sobre ellos (Colosenses
2:15). Esta sola realización cambia totalmente el tono de nuestro
luchar: batallamos con un enemigo que, en última instancia, ha sido derrotado.
El diablo no puede forzarnos a hacer nada. Nosotros decidimos en cada evento a
quién vamos a servir, a Dios o al mundo. Entender la derrota de Satanás nos
librará de sobre enfatizar el poder del maligno (¡es un enemigo derrotado!), y
conocer la Palabra de Dios nos llevará a estar alertas ante las asechanzas del
diablo, para resistirlo (1
P. 5:8-9). Así que, habiéndolo hecho todo, ¡estemos firmes!
Catherine Scheraldi
de Núñez es la esposa del pastor Miguel Núñez, y es doctora en medicina,
con especialidad en endocrinología. Está encargada del ministerio
de mujeres Ezer de la Iglesia
Bautista Internacional. Puedes seguirla en twitter.
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