Hoy, a los 30 años, trabaja para recuperar a las personas en
situaciones precarias. El ex residente de la calle y ex drogadicto está ahora
en libertad y es misionero.
BRASIL, PORTO ALEGRE.-
La historia de José Eduardo da Silva es como la de muchos otros. Él dice que
entró en el mundo de las drogas debido a la influencia de los amigos, a los 17
años. Se casó y tuvo una hija, pero a los 26, se fue de casa y terminó viviendo
en la calle a causa de la drogadicción.
Eduardo, como le gusta
que lo llamen, explica: “Quería libertad, consumir sin culpa.” Recuerda que
incluso llegó a utilizar 25 piedras de crack al día.
El pasó cerca de tres
años viviendo en las calles de Porto Alegre.
“Hace unos dos años, era
delgado, peludo, caminaba descalzo, con la ropa rasgada, todo sucio de heces y
orina. Nadie podía soportar estar alrededor de mí, ni siquiera los otros
mendigos”, dice.
Hoy, a los 30 años,
trabaja para recuperar a las personas en situaciones precarias. El ex residente
de la calle y ex drogadicto está ahora en libertad y es misionero. Alcanzado
por la obra social de la Iglesia Evangélica Templo de Oración en el sur de la
zona de Porto Alegre, en un principio él no estaba interesado en la religión.
“Vi que estaban dando comida a los sin techo. Saqué mi plato de sopa y comencé
a prestar atención a lo que decía el ministro.
Todo
tenía sentido para mí, me identifiqué y pedí ayuda en la iglesia”, testifica
Eduardo. Él atribuye su recuperación a la fe. Después de un tiempo, sintió que
necesitaba ayudar a otros que viven en esta situación. “El mendigo es invisible
en la sociedad, la gente pasa y no ven que es un ser humano. Debido a que había
sido como ellos, sabía lo mucho que necesitan atención”, explica.
Hace
un año, Eduardo creó el proyecto Misión y Evangelismo Valientes de David. Con
la ayuda de la iglesia, él cocina y distribuye cerca de 20 cajas de comida en
la calle. Después de dar la comida, predica y ora por los mendigos y
drogadictos. También lleva aperitivos para los niños de las aldeas Porto Alegre.
“Decidí
también ayudar a los niños en situación de pobreza extrema, precisamente porque
ellos son el futuro de la humanidad. Cuando sean mayores, van a recordar un
gesto de afecto que recibieron en el pasado, y esto puede cambiar el curso de
sus vidas”, dice José.
Eso
no quiere decir que esté libre de frustraciones Eduardo porque “lo peor es
cuando estoy entregando la última olla y aparece más una persona sin hogar que
quiere comida. Me dan ganas de llorar por no tener otro plato que ofrecer”,
dice José.
Él
vive de las donaciones que le dan y, como misionero, anuncia el evangelio en
las iglesias de todo el Estado. Aunque tiene dificultades, él tiene planes: “Mi
mayor deseo es ser capaz de entregar 200 platos de comida al día. Si muero y he
logrado recuperar a una persona, ¡valió la pena!”.
Fuente: noticiascristianas.com
Reproducido por: AELR NEWS.
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