Daniel Puerto
Hace tiempo en una reunión de oración, una hermana pidió que le acompañáramos pidiendo a Dios por la salvación de sus familiares. Si mal no recuerdo, ella mencionó a su padre, sus hermanos y tíos. Nosotros le prometimos que oraríamos en ese momento por la salvación de su familia. Pero antes de comenzar a orar, ella nos dijo: “Yo tengo fe que Dios salvará a mis familiares porque en su Palabra dice: ‘Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa’. Yo confío en las promesas de mi Dios”. Ella estaba citando Hechos 16:31.
¿Cuál es el contexto del pasaje?
Hechos 16:31 es dicho por Pablo en medio de su encarcelamiento junto a Silas, poco después de haber sido azotados. Ellos habían sido puestos en el calabozo, y mientras oraban y cantaban himnos a Dios, “sobrevino de repente un gran terremoto de tal manera que los cimientos de la cárcel se sacudían; y al instante se abrieron todas las puertas, y las cadenas de todos se soltaron” (16:26).
De acuerdo con la ley romana, si un guardia perdía un prisionero, él recibía el mismo castigo que el gobierno había determinado para el delincuente. De modo que el carcelero entró en un estado de pánico, al punto de buscar su espada para quitarse la vida. Los gritos de Pablo evitaron su suicidio, al él explicarle que todos los presos seguían dentro de la cárcel.
Luego de tan emocionante escena, el carcelero preguntó a los misioneros: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” (16:30). La respuesta de Pablo y Silas fue la proverbial expresión “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo tú y tu casa”. Como la señora en la reunión de oración, estas palabras han sido entendidas por muchos como una promesa directa de parte de Dios para ellos mismos. Ellos han visto en este versículo una razón para creer que sus familiares no creyentes llegarán algún día, tarde o temprano, a creer en Cristo como Salvador.
¿Es Hechos 16:31 una promesa de Dios acerca de la salvación de nuestros familiares?
En resumidas cuentas, no.
Una regla importante que debemos seguir al estudiar la Biblia es interpretar las narraciones históricas a la luz de los textos didácticos, es decir, interpretar las historias en base a las enseñanzas. “El términodidáctico viene de la palabra griega que significa enseñar o instruir. La literatura didáctica enseña o instruye”[1]. Hablando en términos generales, los Evangelios y el libro de los Hechos son mayormente narraciones históricas; mientras que las cartas de Pablo, Pedro, Juan, etc., son textos didácticos.
Los Reformadores del siglo XVI tenían como principio hermenéutico que las Epístolas interpretan los Evangelios, en lugar de que los Evangelios interpreten las Epístolas[2]. No podemos sacar nuestra teología de narraciones históricas, ignorando la enseñanza que con claridad podemos leer en los pasajes didácticos.
El escritor español José M. Martínez explica contundentemente que “la atribución de carácter normativo a un hecho determinado debe basarse en otros textos del Nuevo Testamento que la justifiquen… Sin el debido apoyo del resto del Nuevo Testamento, no debe generalizarse ninguna experiencia personal o práctica eclesiástica y propugnar su repetición como si fuese exigible a todo cristiano o a toda iglesia local. Ello sería una ligereza poco recomendable”[3].
Sí, Pablo le dijo al carcelero de Filipo que su familia sería salva si él creía en el evangelio. Pero eso fue el apóstol Pablo al carcelero de Filipo. Una promesa particular, dada en el tiempo: no una promesa que yo pueda dar a quien yo quiera. No hay ninguna enseñanza en la Escritura de que mi conversión va a resultar en la conversión de mis familiares. Lo que sí se nos enseña es la conversión personal de cada individuo (Ro. 10:9).
En Hechos 16:31 Dios no enseña que mi familia recibe salvación automáticamente después de que yo soy salvo. Tampoco enseña que Dios me ha prometido que los miembros de mi familia serán salvos si yo he comprendido el Evangelio y he recibido el regalo de la salvación. De acuerdo con el mensaje completo del Nuevo Testamento, los miembros de la familia del carcelero recibirían salvación si escuchaban el mensaje y eran objeto de la obra regeneradora del Espíritu Santo. Para que ellos creyeran en Cristo como Salvador, el evangelio tenía que llegar a sus oídos (Romanos 10:13-17) y el Espíritu Santo tenía que hacer su obra de salvación (Juan 3:1-8). Y esto mismo sucedió, pues los versículos siguientes nos enseñan que ellos escucharon la Palabra, creyeron y fueron bautizados con gozo (Hch. 10:32-34).
Conclusión
Para que los miembros de mi familia que no son salvos lleguen a recibir el regalo de la vida eterna, el mensaje del evangelio debe llegar a ellos, y el Espíritu Santo debe alumbrar su entendimiento y hacerlos nacer de nuevo. Como creyente oro, por la salvación de aquellos familiares y amigos que no han recibido el regalo de la vida eterna. Sin embargo, pensar que en Hechos 16:31 encuentro una promesa de Dios para la salvación de mi familia es poner en boca de Dios lo que Él nunca dijo.
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